l mal de Chagas-Mazza o tripanosomiasis americana es una de las tantas patologías denominadas enfermedades de la pobreza. Es un padecimiento parasitario tropical, generalmente crónico, causado por el protozoo flagelado Tripanosoma cruzi.
Se considera endémico de América; se distribuye desde México hasta Chile, aunque existen vectores y reservorios en Estados Unidos, además de que ha sido identificada en Canadá y más recientemente en algunos lugares de España, como Barcelona. Esto debido a la emigración de personas, en cuyos países la enfermedad es endémica y por contagio materno-fetal de las inmigrantes portadoras.
Se estima que son infectadas con la enfermedad 10 millones de personas en el mundo cada año, de las cuales alrededor de 10 mil fallecen. La enfermedad tiene mayor prevalencia en las zonas rurales con más pobreza de los países de América Latina. Está reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como uno de los males tropicales más desatendidos del mundo, y por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) como enfermedad de la pobreza.
Debe su nombre al médico e infectólogo brasileño que la descubrió, Carlos Chagas, quien, en un hecho sin precedente para la medicina, describió los síntomas, el microbio que la produce y el insecto que la transmite.
La describió por primera vez en 1909 en el pueblo de Lassance, en Minas Gerais, Brasil. El primer caso en humanos lo encontró el 23 de abril de 1908 en personas que habitaban viviendas humildes infestadas de triatóminos en techos y paredes agrietadas.
Es un mal silencioso, ya que puede permanecer mucho tiempo en el cuerpo sin manifestarse, y olvidada, pues es de las 17 enfermedades tropicales desatendidas (ETD), como la lepra, el dengue o la leishmaniasis cutánea, que afectan sobre todo a los más vulnerables; lo produce la picadura de un insecto heteróptero llamado vinchuca, que vive entre las grietas y recovecos de las paredes de adobe y que sale de su escondite al anochecer para recorrer la piel cálida de una nueva víctima.
Este mal lo causa el Tripanosoma cruzi, que viaja en la vinchuca. No se transmite por la picadura en sí, sino que al picar el insecto defeca y en las heces se encuentra el microorganismo. El huésped (el sujeto) introduce el microbio por la herida de la picadura al rascarse, o bien se lo lleva a los ojos o a la boca. La picadura no produce dolor.
Posteriormente a una infección aguda por la picadura (con síntomas similares a los de una gripe), que puede pasar desapercibida, la enfermedad puede pasarse 20 o 30 años sin manifestarse (en una fase crónica indeterminada, en la que 20 o 30 por ciento de los pacientes pueden desarrollar alteraciones cardiacas, digestivas o ambas, y en menor porcentaje una forma neurológica) o no hacerlo nunca; no obstante, cuando se manifiesta llega a ser mortal.
Las principales vías de transmisión son la picadura del insecto, la transmisión de madre a hijo y las transfusiones sanguíneas.
Durante años el tripanosoma actúa silenciosamente e infecta células de los aparatos digestivo o circulatorio, se reproduce dentro y luego las revienta para salir y continuar el proceso. Cada célula cicatriza y se pierde tejido muscular. El corazón, el esófago o el colon se hinchan convertidos en pura cicatriz, pierden fuerza muscular poco a poco; el corazón se vuelve tan grande (cardiomegalia) que ya no puede latir, ni el megaesófago o el megacolon pueden transportar los alimentos o las heces; es decir, se presenta un cuadro absolutamente incompatible con la vida, que lleva a la persona afectada a la muerte segura.
El mal de Chagas no se puede erradicar, porque tampoco se puede erradicar la vinchuca; sin embargo, se puede y se debe controlar para que en lugar de ser millones los afectados sólo sean miles.
Actualmente, se han descubiertos biomarcadores de la enfermedad que permiten saber qué pasa en el periodo de latencia; esto es, saber cuales órganos están dañados.
Cuando se diagnostica la enfermedad el primer problema que se plantea el médico es tratar o no al paciente, puesto que se desconoce hasta qué punto está afectado: si los tejidos están dañados o el parásito está latente sin afectarlos. Este dilema se debía a que los medicamentos contra el mal son tóxicos, es decir, que producen hipersensibilidades, alergias, etcétera, y no había marcadores que indicaran qué hacer en cada caso ni se sabía si estaba siendo eficaz o no. Ahora, con biomarcadores disponibles esos problemas se solventan en beneficio del paciente.
Es necesario invertir en investigación sobre este mal, no sólo en los países endémicos, sino también en los que se haya presentado por causa de la emigración, pues si se proporciona el tratamiento adecuado, se sigue correctamente y se aplica únicamente a quien lo necesita, se evitaría que entre cinco y 10 mil personas, por ejemplo, tuvieran complicaciones cardiacas, que necesitarían, entre otras cosas, marcapasos.
* Médico familiar egresada de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco