l cuadro que presentan, además de triste, es colorido por la variedad de las ropas y no podría ser más teatral. Están amontonados, casi derrengados sobre sus incómodos asientos, aunque otros intentan mantenerse de pie, porque no bastaron las sillas que se les proporcionan para un posible descanso. Sus caras transmiten variedad de sentimientos, a veces contrastados entre sí: sufrimiento y dolor extremo o esperanza que se acentúa cuando alguien pasa, a la espera de ser atendidos. Pequeñas valijitas o bolsones para la compra están fuertemente custodiados entre sus piernas. Alguno tose sin cesar sin recato y sin cubrirse la boca, esparciendo microbios a diestra y siniestra, pero a nadie parece importarle. Los separaron por edades antes de ubicarlos y no se oyen muchos llantos, a veces un gemido que puede llegar a convertirse en alarido, y lo hace, aunque no muy a menudo. Por supuesto que no son refugiados o sobrevivientes de alguna matanza, entendemos que son derechohabientes del Instituto Nacional para los Trabajadores al Servicio del Estado en alguna sala de urgencias del hospital el instituto.
Por otro rumbo, un sanatorio particular ostenta la coreografía del ir y venir de médicos y enfermeras. La cara preocupada de los primeros y la sonrisa cosida a la cara de las últimas pueden o no ser máscaras de teatro, pero en ningún caso resultan demasiado reales. Cromos, brillos, luces fuertes o atenuadas, uniformes que indican el status de cada quien. La arrogancia con que algunas y algunos enfermos tratan a las empleadas, contrastan con la tímida deferencia de los hospitalizados en algún centro estatal. Son las dramáticas diferencias de toda nuestra sociedad que la enfermedad no iguala, ciertamente, ni corrigen.
El teatro ha echado una ojeada a todo esto y algunas obras sobresalientes de la dramaturgia internacional han tratado la enfermedad y las instalaciones hospitalarias desde diferentes puntos de vista. La enfermedad mental aparece en la notable obra de Peter Weiss Persecución y muerte de Jean Paul Marat representada bajo la dirección del Marqués de Sade en el Hospicio de Charenton título que se ha simplificado como Marat-Sade. La obra, plena de sugerencias políticas y metafísicas, es uno del los grandes ejemplos de teatro dentro del teatro y se desarrolla en los baños de un hospital para enfermos mentales en que Sade desea hacer una representación con los pacientes. En México fue representada –en traducción de Alfonso Sastre– en marzo de 1968 en el teatro Julio Jiménez Rueda dirigida por Juan Ibáñez en una coprodución de la UNAM y la SEP. Años después, el joven y talentoso dramaturgo Flavio González Mello tomó una pizca de este tema para su Edip en Colofón, sobre todo en lo que se refiere a la representación teatral en un hospital para enfermos siquiátricos.
El 28 de marzo de 1981 se estrenó en el Polyforum Cultural Siqueiros la obra del estadunidense Brian Clark Mi vida es mi vida, que trata de un parapléjico que desea poner fin a sus días, aunque todos se niegan a cumplirle su deseo, dirigida por Rafael López Miarnau. La cama del enfermo estaba en el centro del círculo que es este escenario y los demás personajes hacían un recorrido como de caracol hasta llegar a él; hay una versión femenina del protagonista, pero la desconozco. Es un texto que se presta a la polémica acerca de la eutanasia.
La construcción de un enorme hospital que cubrirá la parte de la provincia en que se instale, es el tema de Knok o el triunfo de la medicina del ya olvidado dramaturgo francés Jules Romain y aunque ningún lector o espectador ha vuelto sobre ella, se sigue discutiendo en lo que se refiere a la ética médica. La simplista afirmación del médico de que no hay pacientes, sólo personas descuidadas
, es practicada por muchos galenos que más que curar enfermedades buscan que todos presentemos algún síntoma que nos haga acudir a algún sanatorio privado y agrandar los emolumentos de éstos y de los doctores, ya de por sí bastante abultados, en los casos de la medicina no social.