Opinión
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Lo que no muere y lo que vivirá
H

ay cosas que simplemente se niegan a morir. En el caso de América Latina son el golpismo, las acciones desestabilizadoras y las estrategias de demonización de los movimientos populares.

Pensaba en esto observando la campaña presidencial en Venezuela y mirando No (2012), película de Pablo Larraín sobre la campaña previa al referendo del 5 de octubre de 1988 que sacó a Pinochet del poder. Quizás lo más interesante de ella (que a pesar de sus simplismos merece mucha atención) está sugerido apenas tácitamente: la manera en que el potencial subversivo del No fue neutralizado y cómo la izquierda y la derecha (la Concertación y los pinochetistas), se fundieron para prolongar el modelo neoliberal y como el marketing se fundió con el anticomunismo.

Teniendo esto en mente recordé que el fantasma de este plebiscito ya apareció en el contexto venezolano antes de las elecciones del 7 de octubre (7-O). Según Andrés Velasco, ex ministro de Hacienda en el gabinete de Michelle Bachelet (2006-2010), ambos eran referendos sobre la libertad (¡sic!), en los cuales se trataba de la misma imposibilidad: sacar al tirano mediante el voto (¡sic!). Para él, la oposición chilena de ayer y la venezolana de hoy compartían el mismo desafío (Rebuilding Venezuelan democracy, Project Syndicate, 31/6/12).

De alguna manera lo confirmaba Ramón Aveledo, portavoz de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), subrayando que la Concertación fue su modelo ( El País, 30/9/12).

Los que menospreciaron el poder del anhelo popular por la libertad y una vida mejor se equivocaron en 1988. Con un poco de suerte pueden equivocarse en 2012, escribía Velasco, repitiendo toda una serie de inexactitudes que formaban parte de la estrategia de demonización de Chávez. Pero el 7-O faltó suerte y Capriles perdió por 11 por ciento; los venezolanos no estaban a la altura del desafío.

La pasada campaña de la MUD, basada en puro marketing y centrada en Capriles como si fuera una bebida gaseosa publicitada por René Saavedra (Gael García Bernal), artíficie de la campaña del no, fracasó; ahora, antes del 14 de abril la oposición radicalizó el discurso, contratando a Juan José Rendón, experto en guerra sicológica ( La Jornada, 31/3/13).

De todos modos, ya desde hace unos meses la MUD prefirió recurrir a las viejas manipulaciones y al anticomunismo conocido también de los espots de la franja pinochetista del .

El socialismo es pobreza y cirisis y culpable por las colas y falta de pan, etcétera, es la misma propaganda que usaba la burguesía chilena contra la Unidad Popular (UP) antes de 1973 y luego en 1988, sin mencionar, claro, que en muchos casos fue ella la que estuvo detrás del desabastecimiento orquestado con fines electorales, igual que hoy la oligarquía en Venezuela.

Este país no es Chile de los 70 y Chávez no era Allende, pero trató de aprender su lección: Cómo él, somos demócratas pacíficos, pero a diferencia de él estamos armados, dijo una vez. Y el ejército venezolano es muy diferente al chileno: cuando Capriles se dirigió a los militares, Maduro alertó: La derecha está buscando en los cuarteles un Pinochet, asegurando que no lo encontraría.

Por eso y por su misma debilidad, la oposición se centró ahora en descalificar a la Comisión Nacional Electoral (CNE) y el futuro resultado electoral. Según el gobierno, la MUD quiere alentar la violencia en busca de la desestabilización (Pinochet pensaba lo mismo en caso de que perdiera, La Jornada, 24/2/13).

Según Capriles, también el gobierno quiere hacerlo y lo tiene plasmado en un supuesto Plan Stalin (¡sic!); lógicamente el plan de la MUD debería llamarse Hitler, con lo que otra vez estaríamos en un terreno de comparaciones sin ningún rigor, dOnde Pinochet deja de ser un insulto...

Igual que en el caso de Chile, la desestabilización de Venezuela es un asunto global. Hoy más que nunca no sólo a cargo del Departamento de Estado (aunque fue éste quien dio la línea contra la CNE), sino también de la dictadura mediática, que muchas veces falsifica la realidad donde, sobre todo en lo económico, se vale cualquier absurdo, aunque suene mal (por suerte hay analistas como Mike Weisbrot, véase: The Guardian, 5/3/13 y Página/12, 10/4/13).

A veces los medios son más sutiles: The Economist ilustró uno de sus textos sobre Venezuela con una foto de un estante vacío –¡algo digno de los spin doctors pinochetistas!–, titulándola: El triunfo del desarrollo endógeno (9/2/13).

En 1973 Kissinger, justificando el golpe en Chile, dijo: Cuando hay que escoger entre la economía y la democracia, nuestro deber es salvar la economía.

La democracia fue sacrificada, volviendo con el referendo, pero sólo para hacer el sistema más manejable. Hoy su calidad está muy detrás, por ejemplo, de la democracia venezolana: pregunten a cualquier chileno o consulten el Latinobarómetro, con sede, nota bene, en Santiago. La economía chilena también se quedó atrás (sin que la venezolana no tenga sus apuros).

Mientras tanto, en sus 14 años de poder Chávez trató de salvar las dos esferas: la economía y la democracia, no sin contradicciones, pero igual con éxitos (y por eso lo odiaban tanto).

Según los sondeos, los venezolanos otra vez no harán caso al anhelo de la libertad (del flujo del capital, quizás) y al llamado de la vida mejor.

Capriles, al perder el 14-A (la derrota el 7-O no fue fatal y lo salvó también su triunfo regional el 16-D), se convertirá ya en una suerte de zombi político –ni vivo, ni muerto–, un walking dead deambulando entre el Caribe y los Andes.

Si alguien lo rematará no será Maduro ni sus seguidores, sino sus compañeros de la MUD; los chavistas estarán ocupados dándole vida al proyecto y al legado de Chávez.

* Periodista polaco