n una entrevista en Página 12, de Buenos Aires, el 22 de febrero de 2013 con Mercedes López, el relecto presidente Rafael Correa apareció con una sonrisa, modos afables y una apariencia indestructible
. Correa había obtenido 57 por ciento de los votos. Decisión inapelable de los votantes ecuatorianos. Yo comparto con la cronista la simpatía por Rafael Correa. El país ciertamente escapó de la larga noche neoliberal
, pero ¿para dónde va? ¿Puede paradójicamente escaparse de la economía extractivista mediante más extractivismo, ampliando la frontera del petróleo, introduciendo en el país la minería de cobre u oro a cielo abierto en Intag, el Mirador, Quimsacocha…?
En esa entrevista, como en otras declaraciones en años recientes, el presidente Correa preguntó: ¿Qué clase de marxismo-leninismo me perdí donde decía que un principio socialista es no explotar un recurso natural no renovable?... Tanta riqueza sin explotar, ¿qué principio de izquierda es ése? Son infantilismos, son novelerías, de una seudoizquierda que busca mantener el conflicto, porque de eso vive. De eso lucra, de eso se beneficia
.
La inquina contra el ecologismo popular es compartida por neolibs y nacpops, por Cristina Fernández y Sebastián Piñera, por Juan Manuel Santos, Humala y Correa. Todos critican a los ecologistas o ambientalistas; todos están navegando en el boom de las exportaciones primarias y falsificando las cuentas macroeconómicas reales, pues no restan los pasivos ambientales.
Volvamos a la pregunta del presidente Correa. ¿Qué hubiera dicho Marx frente a sus propuestas extractivistas? Ya que Marx murió en 1883, ¿qué dirían los marxistas actuales? Correa, que es un hombre instruido, debería conocer las respuestas. Algunos lo elogiarían no sólo por su política económica redistributiva interna y su antimperialismo, sino por estar logrando un (mal llamado) desarrollo de las fuerzas productivas. Pero otros lo criticarían.
Hay actualmente en el mundo, como nunca antes, un proceso de desposesión de tierras indígenas y campesinas por empresas privadas o estatales, procesos neocoloniales de apropiación de recursos naturales y territorios donde aparecen actores nuevos como las empresas chinas. Para entenderlo, los conceptos más pertinentes del marxismo son dos: 1) acumulación primitiva u originaria de capital (un concepto renovado por David Harvey con el nombre de acumulación por desposesión) y 2) La interpretación de la economía como metabolismo social (para lo que Marx se inspiró en Moleschott y Liebig). Marx le escribió a Engels en 1866 que la química agraria de Liebig era más importante que todos los escritos de los economistas juntos para entender cómo funcionaba la agricultura. Debía impedirse la ruptura metabólica
típica del capitalismo depredador. Eso está bien explicado por John Bellamy Foster en La ecología de Marx: materialismo y naturaleza.
La acumulación de capital originaria o primitiva la aplicaba Marx a la megaminería de entonces que se había robado la plata de Potosí, de Zacatecas, a las plantaciones esclavistas de caña de azúcar o algodón. Crecen ahora las ganancias capitalistas por esa acumulación por desposesión o por despojo y también hay acumulación de ganancias mediante la contaminación ya que no se suele pagar nada por los daños ambientales.
Los marxistas no insistieron lo bastante, a mi juicio, en que el capitalismo era un sistema ecológicamente insostenible de transformación de energía y materiales en constante crecimiento. Pero lo cierto es que Marx (estudiando las ideas de Liebig sobre el guano y la necesidad de reponer los nutrientes de la agricultura) introdujo el concepto de ruptura metabólica
. El capitalismo no remplaza los nutrientes, erosiona los suelos y destruye tanto los recursos renovables (como la pesca y los bosques) como los no renovables (como los combustibles fósiles y otros minerales).
Correa tampoco reconoce la teoría de la Segunda contradicción del capitalismo, del economista James O’Connor (1988), ni el libro de Enrique Leff de 1986, Ecología y capital. Ambos explicaron que los crecientes costos sociales y ambientales causados por el (mal contado) crecimiento de la economía provocan la explosión de protestas ecologistas. Leff añadió que las alternativas productivas ecológicamente racionales son apoyadas por las resistencias contra la expoliación de la naturaleza.
A Marx le hubieran encantado esas protestas. El joven Marx se indignaba porque los nuevos propietarios burgueses de los bosques no dejaban a los pobres recoger leña. El parlamento renano defendía esos cercamientos privados, las enclosures que Marx analizaría más tarde en El Capital. Los ecomarxistas actuales como Michael Löwy y Jorge Riechman nos recuerdan que Walter Benjamin dijo que el capitalismo tenía graves problemas con los frenos de emergencia. Cuando el presidente Santos habla en Colombia de la locomotora minera
, siempre recuerdo a Walter Benjamin, muerto en Port Bou en 1940. Habrá que regalarle estos libros al presidente Correa.
*Universidad Autónoma de Barcelona