La escritora mexicana participa en el Festival de la Alhóndiga en Bilbao, España
Adelanta que organiza los artículos que publica en La Jornada para hacer un libro de viajes
Domingo 21 de abril de 2013, p. 3
Bilbao, 20 de abril
Margo Glantz (Distrito Federal, 1930) viajó a esta ciudad española para derrochar su imaginería literaria, narrar sus entrañables recuerdos de infancia en los que mezclaba libros de aventuras con penurias de una familia de emigrantes que iniciaba su andadura en un nuevo país, México.
Escribió su primer libro de ficción a los 47 años y desde entonces no ha parado un segundo en su producción literaria, que ha sido objeto de diversos premios y reconocimientos. De hecho, su participación en el Festival de la Alhóndiga de Bilbao es una de las citas más importantes de este prestigioso encuentro cultural, en el que compartió cartel con autores de la talla de Margaret Atwood, Antonio Lobo Antunes y John Banville. En entrevista con La Jornada, Glantz explicó que para ella el viaje y la escritura son el futuro
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–En su más reciente libro, en el del viaje sobre India, Coronada de moscas, ya muestra su interés en el nuevo lenguaje de las redes sociales y en la transformación de la comunicación y de la propia literatura.
–Precisamente he estado escribiendo sobre Twitter y los mensajes de este tipo, que tienen que ver con la nueva dimensión de la red. Pienso que indefectiblemente va a haber un cambio absoluto en el idioma, en el que habrá una transformación de la ortografía y una necesidad de decir cosas breves, lo que va a cambiar la estructura del idioma. El hecho de que tengas que decir en 140 caracteres algo preciso y coherente te exige un esfuerzo por sintetizar y eliminar las excrecencias porque está limitado a ese espacio. Creo que siempre en el arte y en la literatura han existido esas limitaciones. El soneto te constriñe a seguir ciertas normas y límites en el espacio. Y eso es interesante.
–India es un país que le fascina y le horroriza al mismo tiempo. Supongo que algo parecido le pasa con México, ¿verdad?
–Nací en México y eso me permite estar más acostumbrada a ciertas cosas que se ven y ocurren ahí. India es una cultura muy particular y tiene una propulsión de colores y de vestimenta que sigue siendo absolutamente reglamentario. En China o en México eso ha cambiado mucho y es cada vez más occidental, mientras que India sigue siendo muy oriental, además de que los contrastes son mucho más violentos por la cantidad infinita de gente y por la proliferación de la mutilación, de la indigencia y de la enfermedad. En pocos países se da este festín obsceno de la inmundicia, de la lepra y de la basura. Digamos que hay una cercanía muy grande entre lo animal y lo humano, que es algo muy hermoso, pero por otro lado también puede ser muy irritante y violento, que de pronto se convierte en una sensación de felicidad.
–En sus textos sobre travesías se percibe que viaja con una sensibilidad poética, que le hace sentir con mucha intensidad lo que ve y experimentas.
–Si no viajo siento que me anquiloso. Apenas salgo necesito escribir. De hecho la mayoría de los artículos de La Jornada son de viajes y de hecho ahora los tengo que organizar para publicar un libro de viajes. Pero gracias a esos artículos voy organizando las experiencias viajeras en fragmentos.
–Entiendo que ahora está recopilando y organizando su gran libro de viajes. De hecho, ya suma más de mil páginas. ¿Este libro tiene un simbolismo añadido, quizá es el libro que aspira a dejar inconclusa porque pretende viajar y escribir hasta el último día de vida?
–La verdad es que la vida se va terminando y mientras viva espero tener la lucidez suficiente para viajar y para escribir. Lo cierto es que los viajes son un acicate y este libro es una especie del viaje como autobiografía. He hecho bastantes intentos de organizarlo porque tengo varios principios y varios finales, además de todos los artículos escritos para La Jornada, pero como el viaje es el futuro para mí, entonces nunca termino de escribir el libro. Y ese es el problema. Pero la idea es concentrar en las páginas muchos espacios y tiempos de 50 años de viajes, de territorios muy diferentes y de experiencias muy diversas.
–En sus libros hay muchos recuerdos de infancia y de sus primeras experiencias como lectora.
–Hablo mucho de eso en Genealogías. Los recuerdos de infancia son muy fuertes y están localizados en un lugar fijo como si no hubieras tenido un transcurso vital más amplío. Para mi la infancia fue muy importante porque para mi la escritura está muy relacionada con esos chocolatitos que me iba a comprar mi hermana a la tienda de la esquina, con un poco de aguardiente y cereza, y que yo me comía mientras escuchaba tangos y leía algún libro de Julio Verne.
–Hay quien piensa que este momento de transformación de la estructura del lenguaje supondrá también una nueva forma de entender la literatura. Incluso alguno ya ha vuelto a matar a la novela. ¿Qué opina al respecto?
–Las editoriales están apostando paradojicamente por los libros muy grandes. Cuando escribes uno corto te dicen que lo alargues. De hecho, ya hay muchas que no publican cuentos, lo cual es una contradicción con este nuevo mundo de Twitter.
–Además de Kafka, Rulfo, Sor Juana, Faulkner y Dostoievski, ¿cuáles han sido sus autores de referenciañ; qué tipo de vínculo ha tenido con Octavio Paz, sobre todo por su investigación sobre la poetisa mexicana?
–Octavio Paz ha sido menos importante que otros, pero es verdad que su investigación sobre Sor Juana la he leído mucho y otros libros suyos, como El laberinto de la soledad o Libertad bajo palabra son muy importantes. Digamos que para mi la figura de Paz es muy ambivalente. Es la imagen de un gran cacique al que nunca quise frecuentar y él tampoco a mi, pues nunca fui de sus elegidas. Y afortunadamente, porque acabó con mucha gente.