l miserabilismo que impregna los nuevos programas de gobierno dirigidos a los pobres, como la Cruzada Nacional contra el Hambre, revela el agudo deterioro del papel social del Estado mexicano, que cada día se reduce más a su propia caricatura, ayudado en esto por los ricos-ricos de su predilección, y tanto lo son que les perdona todo, hasta los impuestos. La mutación ideológica y ética en el ejercicio estatal inicia con la llegada subrepticia del neoliberalismo hacia 1982, y da al traste, dizque de a poquitos, pero firme y a lo bestia, con un siglo de luchas y conquistas de los mexicanos. Obreros, campesinos, mujeres, comerciantes, artistas, oficinistas, estudiantes y maestros habían ganado, en la ley y en los hechos, una serie de reivindicaciones (contra las no pocas traiciones del Estado-partido llamado PRI) que garantizaban, o al menos enunciaban derechos fundamentales, y hacían del mexicano un pueblo más digno y soberano.
Hemos visto la progresiva devaluación de la vocación social del Estado, desde aquellos autoritarios planes sexenales
medio soviéticos, y medio eficaces, a los programas neoliberales vacíos de contenido, hijos todos de la solidaridad
salinista: procampos, procedes, oportunidades y su abanico de derivaciones tan onerosas como inútiles (como no sea para fabricar votos), hasta llegar a su decantado producto último, la guerra santa contra el hambre extrema. Échate esa. Antes la gestión tenía que ver con producción, educación formal, seguridad social, regularización de tierras, cosas así. El cardenismo le enseñó al Estado a corporativizar la fuerza de trabajo. Those were the days.
Hoy tenemos limosnas para que la gente no se muera de hambre, y una descarada administración gubernamental de la pobreza que demuestra, si algo, a qué grado la clase política dio la espalda a los postulados que la legitimaban; y si no a ella, a la ley mexicana, que durante décadas fue la más avanzada del continente. Producto de una verdadera revolución
nos decíamos tranquilizadoramente, antes que nos la modernizaran.
Cual reality show, hoy se abre a concurso quienes son los más pobres entre los pobres, a ver postúlese y demuestre lo hambriento que está su municipio. Si en la cruzada caben, digamos, 400 localidades, y la de usted es 401, ni modo, será para la otra, échele ganas, hágase más pobre y entonces sí: galletitas.
Esto si que son los juegos del hambre. Con base científica (cifras del Inegi, encuestas nacionales, parámetros del Banco Mundial, afanes milenarios
de la ONU, criterios de las organizaciones mundiales y continentales de salud y comercio), la Secretaría de Desarrollo Social, por mandato presidencial y con el aplauso unánime del único aplaudidor que cuenta, la televisión comercial, ha determinado el universo de trabajo de su altruista programa que, ¡oh!, beneficiará de inmediato a los ricos de siempre. En este caso, las trasnacionales de comida pésima, ya de por sí la única accesible para los pobres-pobres que no tienen taco pero sí la pecsi, las sabritas y gamesas.
Y así, de paso, lo que antes era una obligación del Estado deviene una graciosa donación de las empresas anunciantes que, con la otra mano, acaparan de los pueblos su café y sus semillas, aguas, cañaverales; las mismas que los inundan de comida mala (y transgénica, como Greenpeace demostró hace unos años en México). Ahora repartirán desayunos (¿genéticamente modificados?) a los pobres-pobres, para que estén pobres, pero contentos.
Si fuera medianamente seria la cruzada de marras, debía plantear un esquema opuesto, que irradiara, centrífugo; no uno centrípeto que se encierre en tiendas de conveniencia a las que surtirán semanalmente. ¿Por qué no generar esquemas (o aprovechar los existentes) de producción local, intercambio de alimentos entre comunidades y organizaciones? Ello avivaría una economía intercomunal hoy colapsada. Y haría de los pobres elegidos algo más que abarroteros de las franquicias privadas que tienen a bien darles para la papa.
Pero no se trata, nunca se trató de eso. La cruzada sólo es un programa satélite, y menor, dentro de una amplia y profunda estrategia de anulación de aquellos derechos históricos (véanse los desplumados artículos constitucionales 3, 27, 123) porque el país ya está negociado y firmado, y se entregará al mejor postor en cada uno, óiganlo bien ciudadanos, cada uno de sus milímetros. Minerales, aguas, cultivos, comunicaciones etéreas pero fundamentales, escuelas, playas, calles, carreteras, hospitales, lugares con petróleo enterrado, o viento. Todo se vende o se alquila por 99 años y tú, sí, tú, allí parado sobre esos codiciados recursos, ¿sabes qué?: estorbas.
Para el hambre, aspirina. Ya lo vimos con el desastroso experimento de las ciudades rurales en Chiapas. Mucho Bimbo, Elektra, Nestlé, Telmex, televisoras, bancos, enlatadoras y franquicias en apoyo
a los gobiernos, y nada. Pues de eso se trata: de nada.