Opinión
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Ruta Sonora

The Flaming Lips

Post-The Cure

C

on 30 años de carrera, de Oklahoma, The Flaming Lips son de los pocos que en vez de ir en decadencia, con el tiempo arriesgan más, con gran creatividad y poca presunción, para así ganar prestigio como banda de culto mientras más numerosas son sus canas y pronunciadas sus ojeras y miserias. Tras un divorcio, el cabecilla lírico y conceptual, Wayne Coyne, enfrentó a sus chamucos para ofrecer, junto con el cerebro musical del grupo, el multi-instrumentista Steven Drozd (quien también vivió momentos de adicción a estupefacientes), un álbum que no deja de sonreír aun en la oscuridad, sin por ello encender las luces ni dejar de estar al fondo de la angustia existencial. Su espíritu es tan amplio y luminoso, que incluso The Terror (2013), uno de sus discos más claustrofóbicos, causa gozo y fascinación.

En quinceava entrega, de la mano de su viejo gurú, el psicodélico Dave Fridmann, el viaje sideral y la claridad melódica de al menos sus cinco discos previos, se diluye entre permanentes ecos expansivos, chirridos incesantes y sintetizadores apilados cual montaña de desolación sónica, de forma más extrema que lo hecho en aventuras previas. Los tracks, ligados entre sí, hacen difícil sentir orilla alguna, situación que con repetidas escuchas va cobrando sentido onírico. La música en The Terror fluye como en pesadilla placentera: no queda claro dónde comienza el sueño y dónde la yerma realidad.

Coyne se explica a The Quietus (http://bit.ly/15KYpy4): “Casi todo lo que canto aquí es sobre tener o no el control de las cosas. Con los años, ya no estás tan seguro de ser el dueño de lo que quieres que pase en tu vida. ¿Qué quiero hacer? ¿Qué soy capaz de hacer? Si quiero hacer tal o cual, ¿debería? Ahí es cuando viene el terror. Ése es el dilema del control (…). La sutil pero constante ‘maquinaria’ que se oye detrás en todo el disco, ‘zhing-zhing-zhing’, es lo que sentimos que es el sonido de la ansiedad: ¿lo que vivo es cierto? ¿Es lo que realmente quiero?” El que cada melodía esté encubierta por capas mil de sonido, es expuesto así: No queríamos oír ninguna nota pura, porque no hay emociones puras. La alegría a veces tiene algo de tristeza, la desolación tiene algo de esperanza. El alma es una batalla de ansiedades que no puedes resolver. Sobre Drozd, agrega: Entre otras cosas, el disco es poderoso porque Steven está gritando sobre lo que fue y ya no es, y le duele.

El deschavete aquí es total, y es difícil no entrar en un estado alterado con sólo escucharlo. El viaje interior es inmediato, y quizá sea más apto para seguidores extremos del grupo. Si bien es sorprendente y expansivo, será difícil que quien no los conoce, comprenda del todo esta suma de códigos paranoides. Y aunque pareciera ser el oscuro lado B del Embryonic (2009), su angustia, lejos de llevar al llanto, hace sentir con sus timbres de ensueño, un entorno mullido, como el de quien es consolado por una camita andante y unos pasillos flotantes de los que no se quiere salir. Con paciencia, se trata de un álbum terroríficamente seductor.

Foto
Robert Smith, líder de The Cure, en el Foro SolFoto Chino Lemus

Capricho narcisista

Cuatro horas, 50 canciones: el encabezado inevitable. ¿Bueno, malo, extraño, divertido o demasiado? Inusual, sí, y de ahí una especie de gracias a Robert Smith y compañía, por cerrar de forma tan extravagante el domingo 21 su gira por Latinoamérica, el día de su cumpleaños 54, justo en México (un trabajador del Foro Sol informó que el músico inglés se quedó hasta las 5 de la mañana en camerinos, festejando). ¿Demasiado? Todo depende del humor con que se mirara este mega-concierto/festival/verbena popular de 50 mil convidados. Se sabía que The Cure no compone algo relevante, salvo agraciadas repeticiones de sí, hace una década; que tras casi 40 años, sólo harían un recorrido discográfico; que tocarían al menos tres horas. Había que ir ligero y humoroso, o pasarla mal. Finalmente fue una noche obstinada, donde Smith, con voz impecable, tuvo el control histriónico de cada sílaba, sin jamás cantar en automático. Parecía pensar: ¿por qué no? Y divertido cometer lo impertinente, mil horas. Temas sobre todo del Disintegration, el Wish y el Kiss Me Kiss Me Kiss Me, encabezaron un repertorio que fue de la alegría y melancolía post-punk, a la oscuridad ambiental sobresaliente. A la tercera hora, aquello era romería, caminar, beber, sentir que esa densidad de lados B para ultra-fans duraría toda la noche. La recompensa fue el último bloque de hits, ya con Smith en solitario o con versiones más encendidas de lo usual. Si bien fue un show excesivo, no fue mediocre y sí interesante. No se ve a otra banda atreviéndose a algo así. Larga vida a su sonido inconfundible, a la necedad narcisista de Robert Smith (setlist: http://bit.ly/1237ItI ). Recomendaciones de conciertos en www.patipenaloza.blogspot.com

Twitter: patipenaloza