El Juli o los riesgos colaterales de las comodidades americanas
nte el fraude casi generalizado en que se ha convertido el planeta consuela que todavía, en algunos países y en plazas de primera, aparezca el auténtico toro de lidia con edad, trapío y sus astas íntegras y, ocasionalmente, uno de esos toros llegue a herir a algún acaudalado maestro del toreo, contrariando la apreciación de aquella sensible niña de 10 años a quien no le gustó la corrida a la que la llevó su padre, porque nada más le sale sangre al toro
.
Lo que resulta desconsolador es que la llamada crítica especializada, sobre todo en llevar la fiesta en paz y en justificar las desviaciones de un sistema taurino irresponsable, se sorprenda, escandalice y rasgue las vestiduras, porque un torero con la experiencia y poderío de Julián López El Juli fuera corneado en el muslo derecho por un toro, no su aproximación, del hierro de Cortés, de nombre Ebanista, el pasado viernes 19 durante la undécima corrida de la Feria de Abril, en Sevilla.
Bello rey de astas agudas
, escribió Rubén Darío al contemplar la majestuosa presencia de un toro en plenitud de facultades y de crianza, capaz de arrancarle la cabeza o las tripas al que en una duda o en un error le diese la oportunidad de clavar sus afiladas defensas en la anatomía del lidiador, trátese de un maestro consumado o de un principiante.
Hoy, con una bravura manipulada en exceso y una tauromaquia esencialmente predecible y ventajosa, lo insólito es que un torero resulte lastimado. De ahí las reacciones de asombro e incredulidad, o incluso de congoja, de los taurinos y aficionados partidarios de la repetitividad más que del azar. O si se prefiere: la abismal diferencia entre jugar al toro con mansos repetidores y jugarse la vida en serio.
Ebanista fue un arrogante ejemplar con el trapío que sólo da la edad y con cara, es decir, con un par de pitones para imprimirle emoción y verdadero riesgo a lo que su lidiador intentara. Pero, como ocurre con los humanos, una cosa es la buena presencia y otra el comportamiento con fondo. El toro de Cortés –otro hierro de procedencia Atanasio-Lisardo Sánchez amabilizada con reses de origen Domecq–, primero de la tarde, acusó desde su salida más genio que bravura, una embestida defensiva y áspera con clara tendencia a vencerse por el lado derecho. No era un pregonao que buscase permanentemente al torero, sin embargo sus condiciones exigían una lidia que antepusiera el dominio –desengañar cabalmente al toro– a un lucimiento convencional precipitado. Todo indica que fue ahí donde el cotizado maestro madrileño se equivocó.
Venir en invierno a ruedos latinoamericanos a tentar de luces y con vacaciones pagadas, enfrentar reses anovilladas de embestida pastueña y con frecuencia manipuladas de sus astas, ante públicos ingenuos y alternantes con escaso o nulo rodaje, ser atendidos, venerados y premiados por empresarios, ganaderos y crítica como si de nuevos mesías se tratara, a las figuras importadas les deja varios millones de pesos, pero junto al nocivo hábito de la comodidad y las falsas apoteosis, por lo que al regresar a su país de origen necesariamente deben retomar el ritmo que exige el toro de allá, más que por convicción propia por la observancia del reglamento a que los taurinos son obligados. Acá, la autorregulación tomó carta de ciudadanía sin que autoridad alguna sea capaz de cumplir y hacer cumplir la normativa vigente, en los toros y en lo demás.
Cero y van dos ocasiones en que El Juli pone de cabeza a las dependientes empresas taurinas mexicanas al verse obligado a cancelar sus contratos. La primera, en enero pasado, luego de su apoteosis en la Plaza México con una mesa con cuernos de Fernando de la Mora, al sufrir la fractura del brazo izquierdo en un accidente de carretera en España, y la segunda, tras la cornada de Sevilla. Pero los empresarios ni sufren ni se acongojan: si ya no viene El Juli, allí están Hermoso o Morante o Padilla o Talavante para sustituirlo, pero de enfrentar a buenos toreros jóvenes mexicanos entre sí y recuperar una baraja taurina propia y atractiva, ni hablar.
Por cierto, el parte médico de la cornada de El Juli, firmado por el doctor Octavio Mulet Zayas, cirujano jefe de la enfermería de la Maestranza de Sevilla, decía: “Herida por asta de toro en la cara interna un tercio inferior de la pierna derecha con trayectoria ascendente de 15 cm afectando músculo vasto interno y alcanzando paquete vascular femoral, provocando herida de vena femoral… Pronóstico: Grave”. Pero algo hizo mal el buen galeno, pues hasta ahora han tenido que reoperar a Julián en dos ocasiones, la última por el jefe del equipo médico de la plaza de toros de Zaragoza. Si eso pasa en Aguascalientes, rompen relaciones.