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Aficionados y especialistas se reunieron en un seminario para abordar el tema

Legislar con prejuicios sobre las porras no resolverá la violencia

Sólo les interesa garantizar un espectáculo, pero no mejorar las condiciones sociales que generan los enfrentamientos, evalúan

El futbol, un microcosmos de lo que ocurre en un país

Foto
Ramón Ponce (izquierda), de la barra Locura 81, del Morelia, pide que se analice el origen de la violencia en los estadios; a su lado, integrantes del grupo de animación Sangre AzulFoto Juan Manuel Vázquez
 
Periódico La Jornada
Martes 30 de abril de 2013, p. a12

¿Por qué razón pelearía un ciudadano común?, se pregunta Ramón Ponce, integrante de la barra del Morelia Locura 81, pero también estudiante de la carrera de comunicación. Pelear así, sin razón aparente, excepto para ese ciudadano que se agarra a golpes por lo que sea, porque le gritaron en el tráfico o porque le faltaron al respeto; esa respuesta no sería simple, responde para tratar de entender el fenómeno de la violencia y las barras en el futbol.

No es que Ramón trate de justificar comportamientos antisociales ni la gratuidad de la violencia en los estadios, que luego genera acusaciones encendidas de clubes, federativos y medios de comunicación. No, precisa, lo suyo es tratar de entender procesos sociales complejos para evitar legislar desde el desconocimiento y el prejuicio, como –acusa– pretende hacer la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados.

Es un error simplificar lo que resulta complejo, no se trata de satanizar, sino de preguntarse qué origina las peleas en las canchas, porque después ni a las autoridades ni a la gente del futbol les interesa la violencia que ocurre después en los barrios, plantea.

Recuerda que los combates pocas veces ocurren en las canchas: casi siempre suceden en los barrios de origen y en las carreteras donde los grupos antagónicos se enfrentan. Lo único que quieren es alejar los reflectores de los estadios; lo que ocurre a varios kilómetros de ahí no importa.

Lo que preocupa genuinamente a Ramón es que la pretensión de expulsar la violencia y a las barras del futbol sea el origen de una política de discriminación, de legitimar el maltrato en un fenómeno que desafía a la autoridad y es difícil de controlar.

Su postura hace eco entre los participantes al seminario Futbol y violencia en América Latina, convocada por la Universidad Iberoamericana, donde académicos, investigadores, políticos, periodistas e integrantes de algunas barras intercambiaron opiniones y propuestas desde una lectura crítica al tema.

La idea de este encuentro es participar desde la experiencia académica y entre diversos actores involucrados para entender el fenómeno y buscar soluciones, pero sin reproducir prejuicios ni estigmas hacia los grupos sociales, explica Samuel Martínez, uno de los organizadores del seminario e investigador desde hace varios años sobre el tema.

Es alarmante que se pretenda legislar desde la ignorancia y se corra el riesgo de criminalizar ciertos comportamientos que no se entienden, ¡eso no erradica la violencia! Para legislar hay que escuchar y entender, dice.

Martínez abunda en una idea que desde distintos ángulos convoca a los participantes: la violencia no puede ser erradicada del futbol porque tampoco puede ser erradicada de la sociedad. Es parte de la estructura de los sujetos sociales y el futbol no es un universo ajeno, aséptico y armónico; por el contrario, es un microcosmos de lo que sucede en un país.

En distintos grados se responsabilizó a los que controlan este deporte en México, empresarios y federativos, porque apelan al discurso del fanatismo y la pasión cuando genera consumo, pero que –señala Martínez– también puede ser origen de conflictos.

Si empezamos a entender que el futbol no sólo es un gran negocio y que no es ajeno a la política, si entendemos que se trata de un asunto público que tiene impacto en millones de personas, entonces es posible que lo reconozcamos como un recurso para construir ciudadanía, expone. Pero eso es en lo que no se ha responsabilizado la gente metida en el negocio del futbol.

Porque si se trata de prevenir peleas en las gradas eso es muy fácil, advierte Jesús Galindo, investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Con cierta ironía plantea que basta con atestar de policías una cabecera ocupada por alguna porra y no ocurrirán conflictos.

Eso es lo de menos, pero no resuelve el asunto del ánimo de un país, porque una verdadera solución implicaría cambiar al país y el futbol puede cambiarlo, sostiene sin titubeos.

Lo único que interesa a los dueños de clubes, federativos y legisladores es garantizar un espectáculo, pero no mejorar las condiciones sociales que son el origen de esa violencia, agrega.

Las barras ganaron poder

Las barras son hoy una parte inseparable del balompié como acontecimiento social y espectáculo, advierte el especialista Fernando Segura, del Centro de Investigación y Docencia Económicas.

Los dueños de los equipos fueron seducidos hace 10 años por lo que provocaban en Sudamérica, pero en ese entonces no intimidaban porque no se conocían en México; hoy se les salieron de las manos y han ganado poder y autonomía, explica.

Entonces, lo que preocupa a todos los que discuten en este seminario es el miedo y la intolerancia a lo que no se comprende y que palpita bajo las iniciativas para contenerlos, lo que alarma son los discursos acusatorios que se reproducen en la prensa. Ante eso la salida tiene tintes represivos, añaden.

Es más fácil buscar erradicar un mal que negociar y convivir con él, resume Segura. Y la certidumbre que no se aleja en todas las intervenciones durante la jornada de reflexión es que, como la violencia, las barras no desaparecerán... las barras llegaron para quedarse.