a voz del locutor Carlos Loret de Mola anuncia que se lleva a cabo el proyecto Minuteman que invita a los ciudadanos estadunidenses a cuidar la frontera de una posible invasión de los vecinos del sur
. Estamos en Arizona en el año de 1985, aunque la intención racista se encuentra hasta en la actualidad, pero tanto los españoles Juan Carlos Rubio como autor e Ignacio García, como director, escogen al estado de Arizona y el momento de mayor arrogancia imperial para escenificar la muy interesante Arizona, el blues de la frontera, texto que ha obtenido mención honorífica en el premio Lope de Vega y el premio total Farafex de Extremadura. En coproducción entre el Centro Dramático Nacional y el Instituto Nacional de Bellas Artes, la escenificación tuvo una muy breve estadía en México para salir a España a cumplir varios compromisos y regresar entre nosotros para hacer temporada en alguno de los teatros de la Unidad Artística y Cultural del Bosque.
Parte de la excelencia del texto es la manera en que se desliza de la comedia, incluso con sus tintes de farsa, a la brutal seriedad del final; si estuvieran vigentes todavía los géneros, hoy tan superados, se podría hablar de tragicomedia. Arizona… es una obra que muestra el más terrible extravío de algunos estadunidense al presentar a la zafia pareja de George y Margaret que cuidan
la frontera con un rifle, una mesa y unas sillas plegadizas, unos binoculares, un radio, el indispensable ejemplar del Reader Digest al que Margaret le tiene casi tanta fe como a la Biblia, un radio y algún otro objeto como el cajón de las cervezas. La escenografía de Raúl Munguía se completa con los videos de TONO que lo mismo muestran paisajes que a Gene Kelly bailando con una linda actriz en el momento más cercano a un musical con los actores Aurora Cano y Alejandro Calva imitándolos en escena en un difícil tap
para quien no es bailarín. Otro momento musical es cuando ambos cantan el himno estadunidense con excelente voz, tan excelente como sus actuaciones, con el sonido diseñado por el propio director.
La pareja es bastante dispareja hasta en apariencia. El muy cuidado vestuario de Margaret contrasta con el descuido de su marido, ambos diseñados por Edyta Rzewska con mayor intencionalidad que ofrecer un contraste. En efecto, él va a una misión en la que debe estar cómodo, pero ella no se ha dado cuenta del sentido de esa misión y ve la excursión como un alegre picnic, por lo que su atavío es deliberadamente atractivo y encantador. Su tontería llega al exceso en el momento en que en el radio escucha que los niños gringos son responsabilidad de todos y se le remueve un instinto maternal soterrado, lo que aclara en mucho su actitud final. Podría ser un ejemplo del sofocamiento de una personalidad por otra muy dominante, pero quizás eso es ir muy lejos.
Es el detonante del niño mexicano que se acerca el que da un giro a su percepción de la realidad y a la misma obra, que va perdiendo su grotesca gracia hasta un final imprevisto, porque en su vacuidad ella no deja de ser una buena mujer. Resulta muy interesante observar cómo el hombre decidido y mandón carece de la inteligencia natural para entender lo que la mujer comprende enseguida: somos humanos, pero pone de relieve ese temor que se tiene ante el otro, el desconocido. En Estados Unidos eso es muy claro. Siempre que libran una guerra, es decir: siempre, en sus series televisivas y en muchas películas hollywoodenses empiezan a aparecer mutantes, amenazantes seres de otras galaxias, perversos desconocidos –hoy con indudable aspecto árabe– y otros terrores de los que no está desprovisto el sueño americano
.
El mexicano, aparte de ser despreciado como inferior, revive entre otros temores el del desempleo, ya que esos grasientos
cobran muy poco y los apartan de muchos trabajos, lo que es una estupidez y demostradamente falso. Pero los mitos siempre son la envoltura de algún otro problema que acaba por olvidarse ante la supervivencia del mito.