omo estudioso de los partidos políticos y porque no me llevo mal con los principales Chuchos, pese a nuestras grandes diferencias, es que fui invitado al acto del aniversario número 24 del PRD. No pude asistir por tener otros compromisos. Me disculpo.
Me entero por las notas periodísticas que tampoco pudieron presentarse los gobernadores de ese partido ni Cuauhtémoc Cárdenas ni López Obrador. Tampoco Ebrard, quien aspira a ser su candidato en 2018, entre otros suspirantes
. Fue, por lo que leí, un acto deslucido, y tenemos que preguntarnos por qué.
El PRD nació como un partido de oposición, electoral y de centro-izquierda. Nunca ha sido socialista a pesar de que algunos de sus miembros quisieran que lo fuera, por lo menos discursivamente. Sin embargo, había sido de oposición hasta que la hegemónica corriente Nueva Izquierda (los Chuchos) y sus aliados resolvieron convertirse en una izquierda moderna
, la cual es interpretada como una posición que colabora en lo positivo con el gobierno de Peña Nieto y se reserva como oposición para el IVA en alimentos y medicinas o el proyecto de privatizar Pemex.
Al haber firmado el Pacto por México no sólo se ató las manos sino que terminó por desprestigiarse como partido de oposición. Quizá Jesús Zambrano pensó que estando adentro
(que es un decir) se podría influir más que desde fuera. Con ese argumento, tan viejo como Alexander Millerand a finales del siglo XIX y principios del XX, muchos políticos mexicanos se metieron en el PRI y no lograron cambiar nada. Fue precisamente esta realidad la que llevó a Cárdenas, Muñoz Ledo, Ifigenia y otros a romper con su partido y fundar el Frente Democrático Nacional para, posteriormente y con el registro del PMS, crear el PRD en 1989.
Por quién sabe qué mecanismos mentales no pocos perredistas, sobre todo de la corriente de los Chuchos, se han querido convencer de que es mejor (¿para quién?) estar con el gobierno del PRI que en su contra. Bien podría ser al revés: al ver los priístas que sus supuestos opositores no se oponen sino que quieren compartir la mesa, ¿para qué tenerles consideraciones especiales?
Y, en esta misma lógica, ¿qué pensarán los ciudadanos de los partidos que en vez de oponerse llaman a la unidad nacional y a quitarle piedras y piedritas al camino que tiene que recorrer Peña Nieto? Lo veremos muy pronto en las elecciones locales de este año: muchos preferirán votar por el PRI y no por sus paleros que, al parecer, lo único que quieren es conservar sus cargos de elección y, eventualmente, vender un poco menos barato su amor.
Ellos dicen que su línea es dialogante y propositiva, pero que no son paleros. Un reportero le preguntó a Barbosa (coordinador de los senadores del PRD) si su partido era palero del gobierno y el senador contestó que la pregunta era ofensiva y, para justificar su posición añadió que la sociedad no quiere una izquierda rupturista, catastrofista, radical [sino] una izquierda que proponga, que dialogue
( La Jornada, 6/5/13). Para empezar, una izquierda así no es izquierda. Pero, además, nadie está proponiendo que el PRD rompa relaciones con el poder priísta pues los caminos del poder y de la oposición están entreverados, son inevitables pues el gobierno de la República, espurio o no, es con el que se tienen que tratar las leyes, los recursos y muchas cosas más. Con Calderón, dado que no ganó la Presidencia, la consigna era no reconocerlo, pero no funcionó del todo: tuvieron que respirar el mismo aire en muchas ocasiones. Empero una cosa es reconocer a un gobierno, como es el caso de Peña, y otra es ser obsecuentes con él. Aquí está el problema, según lo veo.
Jesús Zambrano ha dicho que la firma del Pacto por México fue para evitar la marginación de la izquierda y de sus propuestas. La marginación de la izquierda es una realidad como también en el caso del PAN. Por los errores del PRD y del PAN es que triunfó el PRI no sólo en 2012 sino desde 2007. El PAN perdió, y mucho, no por el partido mismo sino gracias a Calderón. Y el PRD logró remontar su tercer lugar por López Obrador, no por el trabajo de partido y aliados (me refiero a la elección presidencial). Si para las elecciones locales de 2013 y 2014 el PRD obtiene pocos votos no será por radical, catastrofista ni rupturista, sino porque ya no cuenta con López Obrador y porque quiere ser el primo pobre en la fiesta del PRI en lugar de no asistir a ella y afirmarse como oposición real y verdadera.
El PRD ha cumplido 24 años y sus dirigentes todavía no asimilan que los mejores momentos de su partido fueron con Cuauhtémoc y Andrés Manuel, es decir, con grandes líderes, y no por su imagen como organización ante los electores. Ellos fueron la verdadera insignia de su partido (y de otros más pequeños), y no los logos partidarios.
Está bien que aspiren a reconstituir su partido al margen de grandes líderes carismáticos, es sano que lo hagan, pero las veces que se han propuesto, sobre todo después del fracaso de 2009, refundarse o transformar de verdad su partido, no lo hicieron. Siguen con sus pugnas internas, a veces peores que si se tratara de partidos antagónicos, y no han logrado trabajar por su organización de manera unida y disciplinada, con auténtica vocación de poder y de servicio al país, a sus mayorías.
Sólo en apariencia el Pacto por México los ha beneficiado, porque la realidad es que, una vez más, los dirigentes no tienen la simpatía ni el consenso de sus bases, mucho menos del electorado nacional. Quisieron estar dentro dizque para influir y lo único que han logrado es engordarle el caldo a Peña Nieto en su presunción de que todos, incluida la oposición, están unidos por un bien superior: la nación, la nación de los priístas que, para éstos, no es otra que la del modelo que nos han venido imponiendo Washington, el Banco Mundial, la OCDE, el FMI, etcétera.