s más que evidente que la situación económica en que nos encontramos tiene como antecedente una seria disminución de la capacidad de compra de nuestro pueblo. Pero lo importante es seguirle la pista al problema para descubrir sus causas. Me temo que no es una cuestión difícil de desentrañar.
Se menciona que inclusive los bancos tienen problemas y eso provoca que su capacidad de otorgar créditos haya disminuido seriamente. Por otra parte se ha puesto de moda el atentado en contra de la propiedad privada, que tiene normalmente su origen en la concesión de hipotecas para que los interesados puedan adquirir bienes inmuebles. Esto normalmente no sucedía o sólo en un nivel mínimo, pero ahora parece que los acreedores, antiguos prestamistas, ya no tienen paciencia, seguramente porque les está fallando la recuperación de sus capitales, lo que se transforma en demandas ante los tribunales y con el lógico final del desalojo de los deudores. Por lo visto lo mismo pasa en España.
Los industriales, a su vez, se quejan de que han perdido mercado, lógica consecuencia de que lo que era antes una sociedad compradora y consumidora, carece de los recursos, lo que además se vincula a una inflación que encarece los productos: hoy leo en La Jornada declaraciones de Agustín Carstens a propósito de que hay una marcada moderación en el ritmo de crecimiento, exportaciones estancadas y debilidad en los indicadores del consumo, a lo que habría que agregar la noticia del aumento desmedido en el precio de los alimentos, fruta y verduras de manera especial.
Para colmo se han reducido las remesas de los mexicanos residentes (no muy legalmente, por cierto) en el extranjero.
Reconozco que mi especialidad laboral me hace atribuir algunas de las razones de esta situación a la falta de recursos de la población, infectada por un paro notable, salarios sin capacidad de compra, despidos frecuentes y, para acabarla de fastidiar, un futuro que no permite el optimismo a partir de la reforma a la Ley Federal del Trabajo, contraria a la estabilidad en el empleo, fundada en contratos temporales o a prueba y un Estado que más allá de cualquier declaración, actúa con plena conciencia en beneficio de los empresarios y montado en un corporativismo indecente, agrede a los sindicatos independientes en todas las ocasiones en que ello le es posible.
Ojala que esa agresión fuese en contra de los sindicatos corporativos de los cuales tenemos ejemplos de sobra y que, sin la menor duda, gozan de la protección estatal a través de los controles impuestos con violación de las normas internacionales (el Convenio 87 de libertad sindical de la Organización Internacional del Trabajo) y alianzas subterráneas pero visibles con los que descaradamente se autodenominan líderes obreros.
Abunda, por otra parte, porque no hay más remedio, la economía informal, sin protección alguna para los trabajadores. Los salarios disminuyen y nuestras soluciones: salarios mínimos, sólo ponen de manifiesto el egoísmo estatal y de sus aliados los dirigentes obreros. No todos, por cierto.
En realidad la famosa reforma a la Ley Federal del Trabajo ha venido a complicar aún más las cosas, dadas las facilidades que presta para dar por terminadas las relaciones laborales, con muy escaso compromiso para los empresarios.
No parece que el problema se pueda resolver por vías pacíficas. El ejercicio del derecho de huelga debe recuperar su prestigio, sobre todo si se monta en una verdadera solidaridad de los integrantes de la clase trabajadora. Ha llegado el momento de buscar entendimientos de los sindicatos independientes con los trabajadores que hoy viven bajo la opresión de los patrones y de sus supuestos dirigentes sindicales. En el fondo se trata de reconstruir a la clase trabajadora para que tenga conciencia de sus posibilidades en caso de que decida no tolerar más salarios mínimos, contratos temporales, disminución de los salarios vencidos en un juicio y tribunales que no los apoyan.
Lo malo es que el cambio de gobierno no despierta muchas esperanzas.