l periodo en que los jóvenes estudian el bachillerato, es decir entre los 15 y los 18 años, es un tiempo crítico en el que, para la mayor parte, el futuro quedará definido a partir del entorno social y familiar, de las posibilidades económicas de sus padres para asegurarles alimentos, cuidados y condiciones mínimas para asistir a la escuela y –no menos importante– para tener un ejemplo a seguir.
Otros factores importantes en el terreno social que influirán igualmente, abarcan las relaciones con otros jóvenes de su edad que integran su entorno, incluidos sus compañeros de escuela, vecinos y contactos relacionados con su propio interés y actividades cotidianas.
Cuando alguno de estos elementos juega un papel negativo en la formación de un(a) joven, éste(a) no cuenta aún con criterios claros para hacerlo a un lado, se deja llevar hacia linderos que van desde la simple frustración, el fracaso o la mediocridad, hasta la réplica de las conductas observadas, y pasa a formar parte de redes delictivas, antisociales o de encumbramiento, como parte de grupos de poder, las cuales les aseguran impunidad para realizar acciones como las que desafortunadamente vemos todo el tiempo en nuestro país.
Evitar o prevenir todo esto debería ser una función central de las escuelas de educación media superior, donde ellos estudian, ya que en nuestra sociedad es la escuela la institución encargada de formar de manera integral a sus alumnos y no sólo de transmitirles conocimientos.
Otros aspectos relacionados con su formación, como el carácter, el liderazgo, el trabajo colaborativo, la motivación, la identidad, la pertenencia a una comunidad, la responsabilidad con el establecimiento de compromisos de solidaridad y de justicia con esa comunidad, también forman parte de este quehacer.
Pero, ¿por qué hablo de la educación media superior únicamente y no de la educación en su conjunto? Porque es en esa etapa de la vida cuando los jóvenes dejan de ser dóciles y comienzan a buscar el ejercicio de su libertad, creyendo erróneamente que están preparados para asumir todo tipo de riesgos.
Desafortunadamente, la educación media superior es hoy en día el eslabón más débil de todo el sistema educativo por varias razones importantes. La primera tiene que ver con el acelerado crecimiento con que ha tenido que responder al aumento desmedido de la demanda durante las últimas décadas del siglo XX.
La segunda es que ese crecimiento se ha dado de manera improvisada y desarticulada, produciendo fallas estructurales que sólo pudieron hacerse del conocimiento de la sociedad a partir del año 2000, con el establecimiento de las primeras pruebas estandarizadas de Pisa y posteriormente de Enlace, en las que se hizo patente la pésima formación de los estudiantes al terminar su ciclo de educación media superior, tanto en matemáticas, como en comprensión lectora y conocimiento de las ciencias.
La tercera es el proceso de empobrecimiento, unido a la modernización y la globalización, con enormes secuelas: migración de la población rural a las áreas urbanas, así como desarraigo, fracturas familiares y pérdida de identidad, factores que han integrado una nueva realidad social difícil de superar para los jóvenes envueltos en ella.
Ante la emergencia de esa circunstancia conocida como “el problema de los ninis”, empieza a ser claro que el sistema de educación media superior no sólo debe mejorar la preparación de los maestros en sus respectivas áreas del conocimiento y en su capacidad para lograr aprendizaje, sino también prepararlos para saber y querer involucrarse en las problemáticas personales, familiares y sociales, con el fin de detectar estudiantes en zonas de riesgo, para motivarlos y lograr construir con ellos verdaderas comunidades educativas.
Se trata de un problema extremadamente difícil al menos por dos razones, una de carácter pedagógico y otra de carácter político. El problema pedagógico consiste en que hasta hoy la preparación de los profesores está centrada en que éstos conozcan y dominen las materias que imparten y las puedan enseñar o compartir con sus estudiantes de manera clara, y si es posible atractiva; sin embargo, lo que hoy se requiere es que los profesores jueguen un papel de consejeros que observen e investiguen el porqué de los problemas que enfrentan los alumnos.
Que sean capaces de detectar con oportunidad, conductas de riesgo y desmotivación para resolver problemas que están en el entorno familiar y social de los estudiantes. Ello implica, a mi modo de ver, un tipo de maestros que hoy en la educación media superior no existe. ¿Qué tan factible es que las escuelas de bachillerato puedan contar con sicólogos sociales que estén apoyando a los profesores en su trabajo cotidiano?
El problema político se antoja también difícil de resolver, en virtud de que la educación media superior es impartida por toda una variedad de organismos con regímenes de gobierno y financiamiento diferentes, que en algunos casos son coordinados por las autoridades federales; en otros por los gobiernos de los estados, y a veces por ninguno, lo cual hoy constituye el obstáculo más serio para que la educación media superior pueda actuar de acuerdo a las necesidades nacionales o regionales.
Este es uno de los grandes retos del sistema educativo para lograr instrumentar la reforma educativa recientemente aprobada por el Congreso, de manera que ésta no quede como tantas otras iniciativas a través de la historia, en un simple sueño, condenado al olvido. Lo grave es que no estamos hablando de un tema periférico ni opcional; aquí no hay alternativas. De esto depende el futuro mismo de nuestra nación.