an pasado dos años desde la emergencia del 15-M en la vida política de España. Satanizado por unos, ensalzado por otros, no sobran las interpretaciones academicistas para definir a quienes integran la plataforma, porque el 15-M es una plataforma para la acción, mucho más que acampasol o las convocatorias en plazas, universidades o centros de actividad ciudadana. Si esa fuese la medida para comprender y valorar el 15-M, la respuesta inclinaría la balanza hacia un pesimismo ramplón. La realidad desmiente tópicos.
En estos dos años se ha producido una decantación de sus miembros. Al inicio, explosivo, con miles de personas secundando sus convocatorias, le siguió una batalla de ideas, un proceso de clarificar su encaje político, más allá de la coyuntura. Aquellos que se dejaron llevar por la emoción pronto abandonaron. Para este grupo, el 15-M poco o nada ha cambiado la vida política del país. Querían la revolución de hoy para mañana. Pero se toparon con un proceso autogestionario, horizontal y escasamente jerarquizado. La frustración verticalista tomó nombre de conspiración. Si no se quiere hacer la revolución, están infiltrados y manipulados por los servicios de inteligencia. Esta opinión llega incluso a permear dirigentes del PSOE.
Durante el periodo constituyente del 15M engrosaron sus filas académicos, personajes públicos e intelectuales inorgánicos. Ellos vitorearon y se sintieron rejuvenecer. Acudían a las asambleas, se presentaban a título personal, buscaban asesorar
, dar pautas y ganar protagonismo. Salir en la foto.
Como siempre, excepciones, baste señalar a José Luis Sampedro y muchos que siguen en la brecha de manera anónima, sin llamar la atención ni apropiarse de su historia. Los otros están cansados, se alejan, lo miran con desdén o directamente lo ignoran. Para no seguir bregando, justifican su alejamiento argumentando que el 15-M presenta claros síntomas de agotamiento, pérdida de horizonte político y autocomplacencia.
Bajo estos parámetros, podría decirse que el 15-M ha dejado de ser noticia. No ocupa la portada de los periódicos ni levanta pasiones. La derecha mediática los castiga y menosprecia, etiquetándolos de antisistema y proterroristas. Así provee al gobierno de los argumentos necesarios para desacreditarlos. Sus acciones apostillan, no tienen valor democrático y, por ende, son contrarias al orden constitucional. Sólo cabe aplicarles el código penal; su conducta es delictiva. Los miembros del 15-M han sido criminalizados, perseguidos, detenidos y padecido la violencia del Estado. Contra ellos se actúa sin miramientos. Cualquier excusa es buena para multarlos por alterar el orden público. Por ejemplo, manifestarse a las puertas de parlamentos regionales y ayuntamientos increpando a sus señorías por vivir de espaldas al sufrimiento de la ciudadanía. Alcaldes, concejales o diputados señalan que no los dejan vivir en paz, que les impiden el acceso a sus curules.
El gobierno del Partido Popular utiliza la estrategia de la descalificación, la mofa y el desprecio. El PSOE no ha llegado tan lejos, pero tampoco se queda atrás. Los tacha de idealistas, chavales
con buenas intenciones, pero fuera de la realidad. En otras palabras, no tienen cabida en el escenario político de medio y largo plazos. Son testimoniales, presentan arrebatos coléricos y, aunque han tenido ideas, se dejan llevar por la pasión. Su emergencia, apuntan, está ligada a las políticas de austeridad, el desempleo, la corrupción y cierta pérdida de confianza en los partidos políticos y sindicatos. Una vez que la recesión se aleje, las aguas volverán a su cauce. Lentamente tenderá a desaparecer. En un futuro será efeméride de coyuntura.
Sin embargo, el 15-M se muestra testarudo. Ha llegado para quedarse. La plataforma se ha convertido en una escuela de hacer ciudadanía política. Más allá de las comisiones que lo integran y las asambleas, sus miembros son reconocidos por los colectivos que participan de las redes ciudadanas de resistencia. Se han acoplado e impulsan las luchas contra la privatización de la sanidad, la educación, el agua y las cajas de ahorro. Se convierten en una voz calificada para combatir las políticas involucionistas, como la futura ley del aborto y el ataque de la iglesia al Estado aconfesional y los derechos de gay y lesbianas. Son parte viva de los colectivos afectados por los recortes que han dejado sin prestaciones a los ancianos, a desempleados, migrantes sin papeles, estudiantes que abandonan sus estudios por falta de becas o familias sin techo, sin comida, sin vivienda, sin sanidad. Con propuestas concretas, su trabajo es respetado por los movimientos sociales populares de más larga data. Tienen presencia activa y nada testimonial en las asociaciones de barrio, vecinales y movimientos sociales. Se manifiestan en los escraches, los desahucios, en las aulas y centros de trabajo. Han logrado, sin transformase en un partido político u ONG, crear una estructura operativa capaz de abrir la acción política, hasta ahora restringida a partidos y sindicatos en el marco institucional. Convocan a charlas y debaten sobre la crisis del capitalismo y ecológica, las políticas de austeridad, el desempleo y el futuro de la juventud, las torturas en las cárceles y los centros de confinamiento para extranjeros. Se muestran solidarios con los procesos políticos de cambio, en especial con América Latina. Denuncian el genocidio del pueblo palestino, la esclavización de niños realizada por las grandes marcas de ropa en África y Asia. Son una escuela de aprendizaje ciudadano, de cooperación entre iguales. Sus acciones han logrado, en común con la plataforma contra los desahucios y otros colectivos, poner nervioso al poder y coordinar tareas en el marco de un proyecto y alternativa democrática. Se manifiestan testarudos en denunciar la corrupción política, la pérdida de derechos laborales, sociales y culturales de las clases trabajadoras, en una amplia acepción. No renuncian a llevar a cabo su programa fundacional de regenerar la vida política del país, cambiar la ley electoral, exigir transparencia en los mecanismos de financiamiento de los partidos, solicitar una vivienda digna, sanidad pública gratuita y universal, recuperar la memoria histórica, implementar una reforma fiscal que grave las grandes fortunas, reducir el gasto militar, recuperar la soberanía nacional frente a la troika, una educación laica, recuperar las empresas públicas privatizadas, la dación en pago. Son un verdadero peligro para el poder constituido y por eso se le combate en todos los frentes. Pero el 15-M persevera. No tendrá tanta visibilidad mediática ni se le llamará indignados para etiquetarlos. Ahora, con escasos dos años, es ya una plataforma con experiencia y vida propia. Gracias a su emergencia se han destapado las inconsistencias de una transición corrupta, las mentiras que protegían a la Corona y la escasa o ninguna dignidad de gran parte de la clase política ¡Qué más se puede pedir! Si que se disuelvan por destapar las vergüenzas del poder de arriba.