na de las características del marxismo ha sido su ambición por comprender los fenómenos y procesos que aborda desde una perspectiva integral y totalizadora; se trata del uso de una metodología que pueda dar cuenta del conjunto de elementos que están interviniendo en un proceso cualquiera, a fin de comprenderlo todo como devenir, como movimiento, nunca como simples estados o momentos inconexos de la realidad.
Con esa idea en mente es como Friedrich Engels pretendió extender los principios y metodología que él mismo, junto con Marx, había estado aplicando a problemas socio-económicos, a los fenómenos de la naturaleza. Fenómenos de la física, la química, la teoría de la evolución, etcétera. De ese esfuerzo, sabido es, surgieron una parte importante de su Anti-Dühring, de 1878, y los manuscritos que integran la Dialéctica de la Naturaleza. El estudio de estos escritos desató una interesante polémica dentro del marxismo mismo, polémica en la que muchos detractores de Engels como G. Lukácks, Lucio Coletti o Alfred Schmidt calificaron a Engels de positivista, de idealista hegeliano e incluso de traidor a la dialéctica marxiana, y de no comprender que la dialéctica sólo era posible aplicarla a los procesos de los seres humanos.
Sin embrago, la mayoría de esas criticas resultaban infundadas no sólo porque pasaban por alto que el propio Marx vio con gran interés las investigaciones de su amigo y las avaló, sino por el hecho de que ninguno de los acérrimos críticos de la dialéctica engelsiana mostró tener conocimientos sólidos en ciencias naturales, campo en el que Engels les llevaba una ventaja abismal, pues estaba embebido profundamente en todas las discusiones científicas que en su tiempo se estaban llevado a cabo. La historiadora Helena Sheehan en una magnífica obra: Marxismo y filosofía de la ciencia exhibió todas las deficiencias de los críticos de la dialéctica de Engels.
El tiempo transcurrió, el marxismo y la ciencia natural siguieron sus cursos respectivos. Hubo algún intento por incorporar la dialéctica a las ciencias naturales (Oparin, por ejemplo), pero no fue sino hasta 1985 cuando apareció una publicación que cambió los puntos de vista acerca de la aplicación de la dialéctica a las ciencias naturales, en especial las ciencias de la vida. Se trató del libro: El biólogo dialéctico, publicado por el ecólogo Richard Levins y el genetista Richard Lewontin, ambos de la universidad de Harvard.
La publicación es una defensa de los principios engelsianos de la dialéctica de la naturaleza. Los autores así lo manifestaron desde el epígrafe: A Friedrich Engels, quien se equivocó en numerosas ocasiones, pero acertó allí donde debía hacerlo
. El contenido despierta un gran interés aun ahora. Los autores revelan un dominio profundo, tanto de los problemas de la biología como del método dialéctico. Evitan caer en el dogmatismo y en la receta, que durante tanto tiempo fueran la moneda corriente en los manuales de dialéctica vulgar de los partidos comunistas. Nos presentan una dialéctica rica y fructífera, con una gran capacidad heurística en problemas tan diversos como el análisis del darwinismo y la crítica al programa adaptacionista, al reduccionismo en ecología; el cuestionamiento al lisenkismo; los problemas de la agricultura capitalista contemporánea (antes aun de la aparición de la biotecnología), y de la mercantilización de la ciencia, la naturaleza humana, etcétera.
En 2007 los mismos autores publicarían otra compilación de algunos de sus principales trabajos en la obra: La Biología bajo la Influencia. Ensayos Dialécticos sobre Ecología, Agricultura y Salud, con temáticas similares a las del libro anterior, pero más actualizadas, y con un refuerzo poderoso de la posición engelsiano-marxista.
Ambas publicaciones, con un nivel académico de primer orden, se caracterizan por refutar las visiones academicistas del marxismo. Por el contrario, los autores citados exhiben su convicción de que todos esos conocimientos y tesis pueden y deben ser conducidas para convertirse en herramientas, ya sea teóricas o teórico-prácticas de una imprescindible transformación social. Muestran que la ciencia no es un campo neutral de actividad, aislado de los conflictos sociales, sino que tiene un carácter de clase. Así las cosas, Levins y Lewontin opinan que hay formas concretas de concebir la ciencia, en específico la biología, que se contraponen a las concepciones capitalistas del mundo, en la vía de una transformación social radical. En ese sentido, la obra de estos dos científicos estadunidenses es una refutación al economicismo y al coyunturalismo, que han hegemonizado el marxismo.
La ciencia natural, la reconstrucción de la misma bajo las bases de la dialéctica materialista es un elemento fundamental en la lucha social. Ese es el punto más importante de la obra de Levins y Lewontin.