También de agua...
n 1975, Cristina Payán cuyo nombre lleva la sala del edificio central del Museo Nacional de Culturas Populares en Coyoacán, me comentó alarmada: fuimos con el jefe del Departamento del Distrito Federal a visitar las obras del drenaje profundo y es algo terrible ¡el agua de lluvia que baja por las vertientes de la serranía que rodea el valle de México será completamente entubada a gran profundidad para enviarla al mar! Más tarde, la museóloga recuperó un laguito en un terreno baldío junto al convento de Culhuacán, donde creó el primer museo comunitario y celebró el regreso de las aves acuáticas. Hoy, otros más resisten en la zona, como la asociación Bartola-Axayácatl que vela por los restos del Canal Nacional que hasta la primera mitad del siglo XX unía el mercado de la Viga con Xochimilco, hoy cubierta su mayor parte por un eje vial.
Porque el criollismo capitalino, heredero del virreinato, sostiene aún los errores del pasado e insiste en contrariar la naturaleza lacustre del DF para demostrar que el desarrollo del hombre consiste en vencerla, no en aprovecharla. ¿Surgirá una generación de mexicanos que diseñen, en el oriente del valle, una ciudad popular de seis pisos entreverada con canales y lagos surcados por trajineras y bordeados de paseos verdes, colindante con hortalizas y huertas o salinas, familiares o de cooperativas, donde los tianguis ofrezcan productos orgánicos de milpa y pesca en vez de los adquiridos en las bodegas de Walmart?
Desde Xochimilco hasta Chalco, pasando por pueblos de Ixtapalapa y Tláhuac, las poblaciones tendrían una vida digna y socialmente responsable, un auge económico debido a la productividad de la tierra y el turismo interno. En vez de ser los patitos feos y peligrosos de la ciudad, sumergidos cada temporada de lluvias en aguas negras pestilentes y atravesando en época de secas páramos polvosos. El agua de las vertientes del poniente, entubada como está o en ríos abiertos, podría reunirse en un acuaférico (término acuñado por el arquitecto Fernando Torroella) para descargarse en útiles lagos, pues los mantos freáticos de la ciudad se recargarían y los pueblos de los estados vecinos agradecerían la devolución de su agua.
Mientras que el drenaje profundo podría readaptarse como sistema de purificación de aguas negras para ser reutilizadas. Porque ver a la ciudad de México con ojos de conquistadores nacidos en las secas mesetas de Castilla es una tara capitalina que podría curarse al saber que hace más de 15 años Tierno Galván, ex alcalde de Madrid, recuperó corrientes negras en el río Manzanares y que a través de ventanas subterráneas se ve un proceso de purificación que termina en vasos de agua pura que beben los visitantes.
Si desde hace 492 años los capitalinos percibimos el agua como una calamidad anual que sorteamos evacuándola al mar y nos negamos a aceptar que habitamos una naturaleza lacustre, se debe a una concepción que subestima lo esencial de este líquido para la vida y prioriza su importancia para la industria –por algo es botín de guerra más importante que el petróleo.
Ciertamente, en febrero de 2012 fue reformado el Artículo 4º constitucional con este párrafo: “toda persona tiene derecho al acceso, disposición y saneamiento de agua para consumo personal y doméstico en forma suficiente, salubre, aceptable y asequible…”, derecho que espera su ley reglamentaria. Pero quienes estamos interesados también en la ley reglamentaria del Derecho a la Alimentación pensamos que la mención al agua debe incluirse igualmente en éste último.
Porque, si es razonable nuestra definición de alimentación como el conjunto de materias necesarias para el mantenimiento del cuerpo y la identidad social, el reglamento del derecho a la alimentación debería definirse como el acceso material o económico cotidiano de todo habitante a una alimentación suficiente, nutritiva, saludable y de acuerdo a las tradiciones culturales de las personas, incluida el agua potable necesaria para la transformación de los alimentos y la hidratación humana. Dado que esta agua, convertida cada vez más en una mercancía que pesa en el presupuesto alimentario, debería regresar a la red potable para todos y en todas partes. Como un simple y rotundo derecho a la vida.