Rodolfo Gaona XVI
uevos contratiempos.
Decíamos.
Rodolfo Gaona estaba hecho pedazos a causa de su matrimonio con Carmen Ruiz Moragas y, además, como la voz de los tendidos y la voz de la calle se ensañaban con él, del fantasioso artículo del periodista Iglesias Hermida poco quedó y vino una más de las estupideces del picador Chanito, a quien el leonés había perdonado tras de los bulos qua inventaba, y fue que lo puso en su lugar pistola en mano.
Y hubo mucho más.
Gaona deseaba conocer a Iglesias Hermida y un día de tantos se lo presentaron en plena calle; lo invitó a comer, de lo que se derivaron algunos artículos elogiosos para el mexicano, así como otras reuniones y, en una de ellas, el periodista le dijo que deseaba fundar un periódico y que ojalá y pudiera ayudarle aportando una buena cantidad de dinero. El leonés le dijo que no contaba con tan gruesa suma y que podía ayudarle, pero con mucho menos y, pasado algún tiempo, la pluma antes amiga, pasó a sumarse a los enemigos del torero, a través El Bólido, su naciente rotativo, donde lo ponía pinto y morado y a la plaza donde debía torear, se repartían gratuitamente una buena cantidad de ejemplares.
De pronto, Felipe Sassone, quien se decía amigo de Gaona, le sugirió que hiciera las paces con el periodista, pues sabía que estaba preparando un furibundo artículo y que más valdría ponerle fin a tantos ataques y que él había hablado con Iglesias Hermida, quien suspendería el artículo, si lo ayudaba a solventar un apuro de dinero. Gaona, quien de tonto no tenía un pelo, adivinó el juego y le dijo: sí, todo puede arreglarse, pero no como tú dices. Dile que donde lo encuentre lo mato, ya sea de frente o por la espalda, que publique ese artículo y verá lo que le va a pasar y que el cuento de las botellas destapadas a balazos será realidad
.
Gaona, obviamente, estaba ya harto de tantas bajezas, de tantas villanías, que le habían arruinado su carrera como torero y dispuesto estaba a todo. Sassone se quedó pasmado ante la actitud y lo dicho por el matador y debió hablar con Iglesias Hermida, quien no volvió a publicar una línea contra el paisano. Y así concluyó lo que pudo terminar muy mal.
En tragedia.
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1919
Ese año fue el del gran desastre.
Gaona toreó muy poco, no porque le faltaran contratos, sino por sus deseos de regresar a México, ya que en España se sentía derrotado, humillado, traicionado, que estaba terminado y que, sin porvenir alguno, más valdría quitarse de torero.
Ay, la diosa fortuna.
En esas andaba Gaona, cuando una luz volvió a iluminarle el camino. Fue en Madrid, donde lidió una corrida de Veragua, que volvió a mostrar lo gran torero que era, y en Sevilla, en las corridas de feria, estuvo en coloso, pero… nada más. En plazas de menos importancia, el abatimiento se enseñoreaba; nada parecía importarle, tiraba a salir del paso, ya que los gritos en su contra, las injurias y los insultos no cejaban y, en calidad de derrumbe, vino la tarde aquella de Madrid, cuando explotó todo lo que El Indio Grande, llevaba dentro de sí.
Fue el infierno.
En esa misma plaza, semanas atrás, le habían aclamado hasta el delirio y ahora, en la ocasión que nos ocupa –fecha mayo 29 de 1919– salió, en compañía de Cocherito y Saleri, a lidiar un encierro de Albaserrada y ahí sí que ardió Troya.
A las primeras de cambio, Cocherito de Bilbao sufrió una tremenda cornada. Gaona mató ese toro. Salió el cuarto, bautizado como Barrenero, que sería el segundo del Cochero. Toro con seis años de edad, con mucho poderío y bien armado. El burel no se dejó pegar por los picadores. Acudía con la cara en alto, no humillaba ni por casualidad; derribó a los montados, saliendo suelto, sin hacer caso de los capotes.
Tal vez, el público, haya pensado que ese animal bronco y difícil era bravo y encastado o, quizás, ocasión tuvo para tomarla contra el leonés; se metió con él de fea manera, llegando los insultos lo más bajo: Mamarracho, torea sin ventajas a un toro como este
. Se desató una espantosa bronca y peor se pusieron las cosas, cuando Gaona pinchó y al venir el segundo, los cojines tapizaron el ruedo y…
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Ni modo.
Continuaremos.
(AAB)