Opinión
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Ruta Sonora

Daft Punk. Ray Manzarek

C

uando un artista se posiciona en cierto lugar histórico, a veces la vista de sus seguidores se nubla y vuelve intocable a tal personaje. El dueto francés de música electrónica Daft Punk ha alcanzado ese lugar de respeto, por su genuina creatividad y originalidad desde 1997 a través de tres influyentes álbumes, por sus impresionantes shows luminosos, por su agraciada participación en el soundtrack de Tron: Legacy (2010), y por el misterio de sus cascos y trajes espaciales, de forma que Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter pocas veces dejan ver sus rostros, emulando personajes de la serie estadunidense de ciencia ficción Battlestar Galactica (1978). Sin embargo, las opiniones se dividen con su cuarto álbum, Random Access Memories (2013). Ni los fans saben si les gusta, pero optan por autoconvencerse, porque DP se ha vuelto status, símbolo de coolness, hábil resultado de una sobrecargada mercadotecnia.

Pero detrás está la música. Más allá de sus mil anuncios previos, probaditas en programas de tv, videos promocionales, y una plana mayor de colaboradores de generaciones y escenas musicales diversas como gancho, la calidad de producción es innegable, detallada, pero algo no termina de cuajar. DP juega con el significado de la RAM de las computadoras, en ese guiño constante de ser entes tecnológicos. Y la clave está en ello: la pura nostalgia. Un homenaje a un pasado cuyas virtudes no son siquiera capaces de emular al cien.

Lo que ha ido haciendo el dúo a lo largo de su carrera es cumplir sueños de su infancia: volverse personajes del espacio que puedan bailar con su propia música futurista, diseñar escenarios luminosos imposibles, armar historias animadas en Discovery (2001)… y tener a sus ídolos en su álbum: el artífice de la música disco, Giorgio Moroder, el bajista Nile Rodgers (Chic), el cantante folk Paul Williams, el guitarrista R&B y soul Paul Jackson Jr. También tienen a varios cracks contemporáneos: Julian Casablancas (The Strokes), el cantante y productor Pharrell Williams (ex N.E.R.D.) y Noah Lennox (Panda Bear). Y su bandera es que salen de la cancha raver, para hacer más un rock ligero bailable, al estilo de lo que hace mucho ejecuta Phoenix, por ejemplo. No más sampleos ni ritmos sintéticos, sino baterías e instrumentos (aunque sintetizadores y procesos digitales siempre han usado y siguen usando). Por ello, en el video de su pegajoso sencillo Get Lucky (con Pharrell y Rodgers), aparecen tocando en formato banda (el título es un guiño al primer sencillo de Moroder, Looky Looky, 1969).

El sonido predominante es la interpretación actual del dueto a la música disco de los años 70: guitarras con wha-wha, ritmo funky, violines, trompetas, pianos, pero sin la fiesta banal de esa década. Por ser para ellos un álbum entrañable, aun siendo ligeramente bailable, hay mucha melancolía. Es como bailar triste y con sueño. En total, es un disco disparejo, con temas hermosos y espaciales como Touch (con Paul Williams), Giorgio by Moroder, donde éste narra su sueño juvenil de hacer música del futuro; la atmosférica Mother Board o la bella Doin’ it right (con Panda Bear). En el resto, voces robóticas y tonalidades similares aburren una y otra vez. Acostumbrados a hacer repetitivos patrones de electrónica (ahí sí quedan), al hacer canciones de menor tempo, pareciera faltarles cambios de dinámica y estructura (lo cual extraña, dados los grandes temas pop de discos previos). Varios tracks se oyen planos, sin matices, durante cinco o seis minutos promedio. No esperen el disco ponchado sino una serie de cálidos atardeceres, dignos de robots que alcanzaron la adultez contemporánea.

El álbum no es malo, sobre todo si se está en la playa viendo el mar, pero difícilmente repercutirá artísticamente. No así en ventas, pues están en todos lados a toda hora. No debiera ser necesaria tanta faramalla ni colaboradores caros. Las composiciones debieran sostenerse por sí mismas. Pero sabían que era necesario, pues el disco es más un gusto personal; un grito de “somos mainstream y hacemos lo que queremos; ya no nos importa innovar sino recordar”. De ello hay que partir al escucharles. Advertidos están.

1939 - 2013

Es injusto describir al influyente Ray Manzarek como el tecladista de The Doors, pues fue fundador, compositor y director musical de la banda, cuya creatividad fue desatada por el torbellino que fue el cantante y coautor Jim Morrison. Se trató de una complicidad y admiración mutuas. Si no se hubieran conocido en Playa Venice, quizá cada uno habría sido irrelevante. Manzarek dio identidad y sonido único al histórico grupo, cuyos teclados en altos y graves reunieron barroco con boogie, y fueron semilla de la sicodelia, para con John Densmore y Robby Krieger, generar atmósferas místicas, aptas para la magia poética de Morrison. Los intentos musicales de Manzarek tras la muerte del cantante fueron poco afortunados, pero produjo uno de los discos más importantes del punk: Los Ángeles (1980), de la banda X. Descanse en paz (recomendaciones de conciertos: patipenaloza)

Twitter: patipenaloza