Viven 120 familias sonorenses del oficio de gambusinos; la sequía les dificulta el trabajo
Viernes 31 de mayo de 2013, p. 33
Bacoachi, Son., 30 de Mayo.
Ser gambusino en la Sierra Madre de Sonora significa trabajar todos los días 12 horas, hacer trámites fiscales, relacionarse con quienes colocan el metal en el mercado y, en medio del resurgimiento de la fiebre del oro, también hay que pelear, porque es lo único que tenemos
.
Francisco Serrano, presidente de la Unión de Gambusinos El Parián, AC, es uno de los 120 gambusinos que hay en el estado. “Es el trabajo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos. Ser gambusinos es un orgullo, un trabajo tan bueno y tan noble… Ahora, con el precio que tiene el oro, ha dividido a las familias de un pueblo tan chico como Bacoachi (de apenas 780 habitantes). Es triste, pero estamos decididos y vamos a defender un derecho que nos corresponde”.
Francisco Serrano recuerda que durante décadas comuneros dedicados a la ganadería y gambusinos que hurgaban entre los arroyos y pequeñas minas en busca de pepitas de oro habían convivido en paz.
Desde hacía más de un siglo los primeros atravesaban sin problemas los terrenos de los ganaderos para llegar al predio La Huarimina, donde trabajan. Pero de un día para otro les cerraron el paso.
Los comuneros propietarios del predio Nuestra Señora de Guadalupe pasaron por alto la tradición y la ley. Durante tres años prohibieron el paso a los buscadores de oro y explotaron las perforaciones hechas con pala y pico por éstos. Un juez ordenó el 17 de mayo que se restableciera el paso de servidumbre y se les permitiera llegar a su predio.
El día comienza a las 4 horas, con el agua para el café en la estufa de leña, unos tamales de carne o un par de burritos de carne o queso. Cargan en sus camionetas –la mayoría extranjeras– palas, picos, marros y martillos. Llenan tambos con agua y salen a los caminos angostos, pedregosos y filosos de la sierra, atravesando por lechos de arroyos secos.
Estos arroyos tenían aunque fuera un hilito de agua y los montes estaban siempre verdes. Ahora... a ver cómo nos va. Cuando llueve los arroyos nos regalan el oro; por eso nos afecta la sequía
, lamenta Jesús Soto y señala el lecho de un viejo cauce. Su esposa Armida y él tardan 40 minutos para ir de Bacoachi al predio minero de La Huarimina.
La extracción artesanal es laboriosa pero efectiva. Para empezar, excavan un pozo de dos metros de lado y de 7.5 a 18 de profundidad. Luego construyen caminos subterráneos tan angostos en algunas partes que apenas se puede pasar en cuclillas para sacar entre 20 y 30 sacos de tierra que se reparten entre los gambusinos que participan en la faena.
Estos costales de tierra, llamados maquinadas, se vacían en una rústica cernidora de 30 por 50 centímetros; lo que cae pasa por tres divisiones escalonadas. Luego, con un movimiento oscilante se lavan y separan piedras y tierra. Lo que queda se vacía en una bandeja de acero. A este paso se le conoce como liquidación. Después se utilizan latas vacías de sardinas con decenas de perforaciones para recoger la tierra asentada, donde se observan algunas piedrecillas doradas.
Adalberto Charles Valdés, reconocido por la comunidad como el gambusino más veterano (con 40 años en el oficio), dijo que aprendió las técnicas de lavado del oro trabajando con su padre y que ha visto pasar varias compañías que se van sin nada porque quieren abundancia, a manos llenas
. Sin embargo, “esta semana me conseguí dos gramos, que me alcanzan para comidita y gasolina para mi charanga (camioneta).
En nuestra tierra, con este procedimiento, encontraron una piedra de oro de 12 kilos que ahora exhiben en un museo de Tucson, Arizona, y que en ese tiempo hizo millonario a Benjamín Rivera, un viejito del pueblo que ya murió, pero se volvió una leyenda que nos anima a seguir buscando y tratar de encontrarnos una piedrita de ese tamaño. Si ya otros las han encontrado, ¿por qué nosotros no?