Opinión
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Puntos sobre las íes

Rodolfo Gaona XVII

A

rreciaba la bronca

Comentábamos que tras el segundo pinchazo de Gaona al toro Barrenero, de Albaserrada, aquello tomó tintes de histeria colectiva: los insultos eran de todos colores y sabores, en tanto crecían las demandas de llevarlo a la horca; la lluvia de proyectiles en su contra no cesaba y los cojines habían tapizado ya el ruedo.

Era el infierno.

Gaona, ante aquella insensatez colectiva, se fue al centro del ruedo para evitar los botellazos y ante las voces de la cuadrilla de que despachara de cualquier manera a Barrenero, no quiso escuchar razones y permaneció de brazos cruzados mientras sonaban los tres avisos y las iras de la muchedumbre iban ya más allá de los límites de la cordura.

Fue la locura.

Años más tarde, el leonés rememoró aquel desastre en el libro Mis veinte años de torero: “No voy a tratar de justificarme. Hice mal. Es un borrón que tengo en mi carrera. Relato cómo fue y porqué lo hice. Claro que mi deber me obligaba a matar a ese toro. No lo niego. Pero nadie podrá negarme que no estaba obligado a desafiar un peligro mayor, como era que me derribaran de un cojinazo delante de un bicho de tanto peligro como aquel.

“Fui criticado rudamente. Mis enemigos se dieron vuelo. Nadie tomó en consideración la actitud del público para conmigo. Y no se dijo que Barrenero había distado mucho de ser un toro de bandera y no que lo comenzaba yo a torear como se torea a esos toros broncos que conservan poder: quitándoselos a fuerza de doblarlos con la muleta, con mucho castigo.”

Y nunca más volvió.

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Como pudo, salió Gaona de la plaza para abordar el tren ya que al día siguiente debía torear en Cáceres, pero había ya partido, así que tomó un coche y tuvo en esa plaza un clamoroso triunfo, por lo que la empresa de Madrid y varios toreros fueron a suplicarle que reconsiderara su negativa, pero él sostuvo su dicho y cuando regresó, fue años más tarde, ya de civil y el público lo ovacionó estruendosamente y lo mismo hicieron Bombita y Belmonte

El adiós.

A finales de 1920, salió de Madrid con la idea de nunca más regresar y al cruzar la frontera asomó a su hijo por una ventanilla y, bañado en lágrimas, le dijo: di adiós a la tierra donde naciste porque no volveremos más

Mil recuerdos, tardes gloriosas, páginas para la historia, innumerables partidarios, incontables enemigos, muchos tragos amargos y un sinfín de sufrimientos que atrás se fueron quedando.

Pero no olvidados.

Llegó por vez primera a España en 1908 y toreó por última vez en 1920.

Doce años, en los que para todos los ases de aquellos años tuvo: Bombita, Machaquito, Vicente Pastor, Rafael El Gallo y Joselito y Belmonte.

¿Quién cómo él?

Nadie.

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Qué recibimiento.

Venía el leonés muy preocupado por lo que en la península se decía de México y, lógicamente, abatido, desmoralizado y cavilando si la afición lo habría olvidado, aunque no del todo, ya que el gaonismo seguía vivo y latente, en parte gracias a una publicación titulada Gaona en España que había seguido, paso a paso, sus campañas hispanas.

Reapareció en noviembre de 1920, con toros de Zotoluca y alternando con Juan Luis de la Rosa y el recibimiento de que fue objeto fue el de un héroe. El Toreo estaba a tope; las ovaciones duraron más de 15 minutos y dio tres vueltas al ruedo en son de triunfo.

Y ahí, pensamos nosotros, renació –en todos sentidos– El indio grande.

Tuvo una gran temporada, las tardes de triunfo se sucedían unas a otras, que le valieron contratos muy bien pagados para 1921 y 1922 y fue entonces que españoles residentes en México afirmaron que su paisano Ignacio Sánchez Mejías le sería un serio competidor, lo que fue mucho decir.

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Continuaremos.

(AAB)