De pie, el público del Teatro Real le tributó una ovación de 40 minutos
El ejecutante, con su inseparable instrumento Steinway-Fabrinni, también impartió una clase magistral
Interpretó partituras de sus maestros: Frederic Chopin y Claude Debussy
Por su hondura de música
fue investido con el doctorado honoris causa de la Universidad Complutense
Martes 4 de junio de 2013, p. 7
Madrid, 3 de junio.
Por ser uno de los pianistas más influyentes y perfeccionistas de nuestra era, pero también por saber conjugar la ética y la estética al defender con orgullo sus ideales políticos y su firme oposición al totalitarismo –luchó contra la guerra de Vietnam y se opuso a las dictaduras del Cono Sur–, Maurizio Pollini, el pianista que flota en el alma de Chopin, recibió un magno homenaje en la capital española.
Primero con un recital inmenso, en el Teatro Real, donde el público aplaudió en pie durante 40 minutos después de haber asistido a una lección magistral del maestro. Y luego con la primera investidura honoris causa de su vida, que le concedió la Universidad Complutense por ser un intelectual integral
y por la hondura de su música
.
Maurizio Pollini viajó a Madrid con su inseparable piano, un Steinway-Fabbrini, que colocó en el borde del escenario, a sólo unos metros del patio de butacas para que se aprecien mejor las resonancias.
El escenario era como su forma de entender la música: austeridad sin estridencias ni barroquismos, dejándole todo el protagonismo a la interpretación que hizo de sus dos grandes maestros: Frederic Chopin y Claude Debussy.
Fue un programa especial, preparado por él mismo para agradecer a la ciudad de Madrid y a sus numerosos seguidores los años de respeto y fidelidad, pero también de dejar para los anales una nueva demostración de que su música habita en el alma de los dos grandes genios del piano: Chopin y Debussy.
El arte nos hace mejores
Maurizio Pollini ha sido ante todo un pianista, un amante de la música que ha defendido la idea de que el arte hace mejor al hombre. Pero su trayectoria vital le ha convertido en rara avis, al tiempo que en un gigante de la historia de la música culta
o clásica
del siglo XX.
Fue de las pocas grandes figuras de la música que, en plena guerra fría y en auge la persecución del macartismo en Estados Unidos, defendió sus principios políticos de forma pública, nunca ocultó que pertenecía –y con orgullo– al Partido Comunista de Italia.
Tampoco se escondió cuando llevó a cabo proyectos sociales y educativos de la mano de otro genio de la música, Claudio Abbado, con quien organizaba recitales y cursillos en los barrios obreros, en las fábricas, en los barrios marginales, siempre cerca del pueblo que sufría los rigores de la desigualdad.
A sus 71 años, Pollini, nacido en Milán e hijo de madre música que le inculcó las primeras lecciones, sigue manteniéndose muy discreto en su vida privada. Pero sin esconder sus querencias musicales y políticas, ya sea organizando ciclos para rescatar del olvido a los artistas vilipendiados en su día por supuesta apología del nazismo, que evocando las lecciones de los compositores más irreverentes y geniales del siglo XX, como Alban Berg, Schoenberg o Webern.
Sin embargo, el genial pianista también se ha convertido en un hombre que habla poco, sobre todo a los medios de comunicación, pero que cuando cree que tiene que levantar la voz por algo lo hace sin titubear.
Así lo hizo durante la Guerra de Vietnam, haciendo campaña pública en su contra a pesar del riesgo que suponía para sus intereses un posible veto en los teatros más importantes de Estados Unidos. O cuando, en la década de los 70, criticó y denunció por el mundo las cruentas dictaduras de Augusto Pinochet, en Chile; de las juntas militares, en Argentina, o de Hugo Bánzer, en Bolivia.
Noche irrepetible
Maurizio Pollini no defraudó en su primer concierto en cinco años en Madrid. Y el segundo que ofrece en el Teatro Real, que vivió una de sus noches más mágicas, con un público que intuía que sería uno de esos actos memorables e irrepetibles.
El programa fue diseñado por el propio Pollini, quien decidió iniciar y terminar con preludios, el primero de Chopin y el que culminó el programa oficial de Debussy.
Así lo explicaban los responsables del Teatro Real: El programa comienza y termina con un preludio: más exactamente, con una docena de ellos, y en ambos casos firmados por dos de los nombres que mejor representan la figura del compositor pianista. Sus preludios se mantienen aún hoy como modelos del género: Chopin en el siglo XIX y Debussy en el XX
.
El concierto comenzó con el citado preludio de Chopin, con su carga de misterio y hondura, para después adentrarse en las baladas 2 y 3, las cuatro mazurcas, y el Scherzo número 3. Después del descanso vino la explosión de júbilo y celebración del público asistente a uno de los grandes acontecimientos musicales del año en Madrid, los preludios de Debussy, Danseuses de Delphes y Les collines d’Anacapri. Después llegó la emoción y las ansias del público de aplaudirle a una de las grandes figuras de la música, a un hombre que en un gesto más de generosidad regaló cuatro bises
y se fue discretamente, sin aspavientos.
El concierto fue el preludio
a su investidura honoris causa por la Universidad Complutense. Curiosamente el primer reconocimiento de este tipo que recibe, a pesar de ser un artista de tal relevancia en el mundo del arte.
El responsable del laudatorio, el profesor de filología italiana Juan Varela-Portas, destacó que recibía el reconocimiento por su hondura emocional, por su perfección técnica y por ser un intelectual integral, que ha tenido a lo largo de su vida un heroico compromiso ético
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