o defiendo al PAN de hoy, cómplice de bandidos, hundido en el desprestigio, aliado del Ejecutivo en el Pacto por México, enredado en pleitos internos, con una reciente historia de negocios turbios y claudicación a sus principios y, lo peor, entregado al extranjero; pero sí voy a tratar de matizar y contradecir algunas afirmaciones de mi amigo Rafael Barajas en su ensayo La raíz nazi del PAN
publicado en La Jornada Semanal del domingo 9 de junio.
Empiezo por una precisión; ingresé al PAN cuando Adolfo Christlieb Ibarrola era el presidente del partido y poco después de que él y Efraín González Morfín redactaron y lograron la aprobación de un documento renovador y modernizador denominado Proyección de los principios de doctrina. Data de 1965 y en él se definen conceptos y principios democráticos y de justicia social, inspirados en la doctrina social cristiana; nada que ver con el nazismo o cualquier otra doctrina totalitaria, entonces más cercanas al partido oficial que a la quijotesca oposición a la que me sumé. Valga lo anterior para explicar mi militancia en sus filas hasta 1992, cuando nos separamos los integrantes del Foro Democrático.
De esa proyección de los principios me convencieron especialmente la fe en la democracia para llegar al poder, el respeto a la dignidad de las personas, la convicción de que el bien común o colectivo tiene primacía sobre los bienes particulares o sectoriales y la defensa de nuestra soberanía e identidad latinoamericana.
Nada de eso tiene que ver con el nazismo; pero Rafael Barajas se refiere no al panismo de 1965, sino a quienes, una generación atrás, fundaron el partido y de los que afirma que “una buena parte … eran simpatizantes del nazismo”. Aceptando que algunos lo fueran, serían unos cuantos y en una circunstancia histórica en la que medio México era germanófilo. Para esa actitud general, influían el sentimiento antiestadunidense y el rencor latente en contra de los caudillos sobrevivientes de la revolución armada, los sonorenses Obregón y Calles, que vapulearon al pueblo mexicano y comprometieron en los Tratados de Bucareli la soberanía nacional.
Puede ser que como otros muchos ciudadanos de esa época, algunos panistas simpatizaran con la parte que a la postre perdió en la contienda, de lo que no hay duda es de que el gobierno y una minoría de mexicanos, simpatizaban abiertamente con el otro contendiente, el odiado gobierno intruso y ventajoso de Estados Unidos.
No había en ese tiempo Televisa para aturdir y vender la convicción proyanqui, pero la propaganda funcionó a través de revistas como México en Guardia, claramente belicista o Selecciones del Reader’s Digest, de películas, canciones, historietas, que lograron su objetivo, inclinar a muchos en favor de los Aliados y en contra de las potencias del Eje.
El nazismo tenía hinoptizados a otros, no al PAN, ni a sus mejores hombres; en una extra del periódico Últimas Noticias de 10 de abril de 1936 se informa del destierro de Plutarco Elías Calles del país; el reportero que hace la crónica dice que cuando lo detuvo la policía para llevarlo al aeropuerto, Calles leía un ejemplar empastado en rojo de Mein kampf (Mi lucha), de Adolfo Hitler, y unos años antes, al partido oficial fundado por él lo denominó a semejanza del Partido Nacional Socialista alemán, Partido Nacional Revolucionario. ¿En qué lado estaban los pro nazis?
Quizás Aquiles Elourduy o el escritor Jesús Guiza y Acevedo o el abogado yucateco Gustavo Molina Font, que salieron pronto del PAN, fueron simpatizantes de la Alemania hitleriana; lo fueron Nemesio García Naranjo y el doctor Atl entre otros, que no militaron en el PAN, pero ni los más ni los mejores de 1939.
No eran pro nazis Ezequiel A. Chávez, escritor y educador; Rafael Preciado Hernández, maestro emérito de la UNAM y director por años del Seminario de Filosofía del Derecho; Efraín González Luna, jalisciense, culto jurista y orador admirado; Valentín Gama, reconocido matemático; ni el también jurista y filósofo Daniel Kuri Breña ni Carlos Septién García, periodista y formador de periodistas, ni muchos miles más de militantes anónimos convencidos y leales que todavía me tocó conocer y tratar en la lucha cuesta arriba de la oposición democrática y pacífica.
Disiento, por justicia y por congruencia, de mi estimado Rafael Barajas, no de su condena a la extrema derecha, que hoy se sitúa al lado del neoliberalismo y compromete petróleo y soberanía, pero sí de la generalización y de la condena sin matices a los militantes de un partido, ahora errático y huérfano de ideología, pero entonces y por muchos años, sincero y sacrificado luchador por la democracia, la libertad y la justicia social, valores que nada tienen que ver con el nacional socialismo, ni con el fascismo, ni con la superstición de la superioridad de los arios, ni con los campos de exterminio y mucho menos con el odio y la guerra.