E
ntre Georges y yo hubo, y sigue habiendo, una amistad amorosa. Una amistad que comenzó en 1980, date cuenta
, me dice Cristina Rubalcava hablando de Georges Moustaki.”
La pintora, quien reside en París desde 1970, habla de la aventura artística y amorosa forjada de complicidad creativa. Él cantando su pintura y ella pintando su música.
“Es muy curioso cómo nos intercambiamos uno y otra en otro y una: él se puso a hacer mis pinturas, yo sus canciones. Era celoso, ¿sabes?
, dice moviendo sus pupilas en las órbitas y un pestañeo en un doble gesto de coqueta?. Le gustaba pasarla bien en la vida, creo que por eso me buscaba: teníamos el mismo gusto. Era un juego, unas vacaciones duraderas, casi ininterrumpidas. Una relación a destiempo, como nos agradaba a ambos. Mira, ahí tienes el texto de Gérard de Cortanze. Lo escribió para presentar la exposición itinerante de 36 pinturas mías inspiradas en 36 canciones suyas. Saber que sigue viajando a través de las Alianzas Francesas me hace sentir que comparto otro momento más de complicidad, que sigue vivo. Al mismo tiempo, me siento viuda cuando me escucho decir: ya no puedes decirle esto, aquello
.
“Sé poco sobre eso que los liga el uno al otro, escribe Cortanze en el texto titulado L’un et l’autrre, C.R. et G.M. Quiero decir sobre lo que liga al uno, G.M., es decir el hombre, al otro, C.R., es decir la mujer... Sé que tomaron para ellos tiempo sobre el tiempo, que jugaron con su tiempo, que plegaron y desplegaron la sábana del tiempo que fue su vida juntos. En cierto sentido, nunca se dejaron porque nunca se rencontraron
. Avanzaron el uno hacia el otro, se cruzaron, se perdieron, se encontraban de nuevo. Se inventaron un tiempo del cual sólo ellos poseían los arcanos y los meandros…”
En unas cuantas palabras, ésta es su historia: uno cantaba y la otra no, una pintaba y el otro no. Luego, en un momento dado de sus vidas, ella, quien no canta, se puso a pintar, y él, quien no pinta, se puso a pintar.
De esa larga amistad amorosa, comenzada hacia 1979-80, se inicia en Guadalajara, Complicidades, cuando Moustaki propone a Rubalcava pintar sus canciones. A su vez Moustaki hará los vitrales de mi capilla de amor en Tepoztlán
. Conmovedor su arcángel con cabellera y cuerpo de mujer donde se reconoce a Cristina.
En un programa de Radio France International, en el año 2000, G.M. y C.R., dan una entrevista conjunta. Georges Moustaki decidió responder en español. Cierto, la pronunciación de sus frases revela un acento… mexicano. En ese programa, él habla de su pertenencia a México. Cristina lo mexicanizó. Era un judío errante griego
, señala Cristina mientras iris y pupilas se pasean en sus órbitas con ese gesto de gran coqueta que seduce a cualquier hombre. Franco-mexicano, también. En esa misma entrevista, Georges habla de su admiración por Rubalcava. Admiración matizada de amor: En breves palabras: amo el ser, la pintora y la mujer
, escribe en un libro con pinturas de ella. Cristina, por su parte, habla del amor verdadero de un hombre por una mujer. Ajeno al amor loco
de André Breton, libro que Bellefroid hizo trizas en uno de nuestros primeros encuentros. “No sé cómo André pudo escribir L’amour fou y dejar abandonada en un asilo, sin visitarla nunca, a Nadja”, me confió Soupault en una entrevista publicada en El Sábado de Fernando Benítez.
Las pinturas de Rubalcava son a la vez naïves y de un significado denso, sin añoranzas. Le metheque es el retrato de Moustaki en Neptuno frente al mar, a su lado bailan una serie de figurillas femeninas. Paisaje donde se escucha un mambo. Otro dibujo sugestivo es el autorretrato donde posa desnuda: su mano acaricia una mascota extendida a su lado, no se trata de un cachorro: se trata de su autorretrato. Ninguna complacencia: la creatividad de la pintora se impone al encanto de la mujer. Sensualidad extrañamente ingenua, venida de la infancia a la cual Cristina ha sabido guardar fidelidad.