n varias ocasiones hemos escrito sobre Xochimilco, Patrimonio de la Humanidad desde 1987. Hablamos acerca de las chinampas, ese prodigio ecológico que milagrosamente sobrevive, del paseo por los canales en una florida trajinera, de sus mercados de flores y muchos otros encantos del añejo sitio.
Esta vez el comentario es sobre el templo de Fray Bernardino de Siena, una soberbia construcción que realizaron los franciscanos sobre un teocalli, alrededor de 1535. Según nos cuenta la investigadora Araceli Peralta Flores, los frailes se enfrentaron a problemas como inundaciones, hundimientos diferenciales del terreno y sismos, por lo que buscaron materiales y sistemas constructivos que dieran estabilidad al conjunto conventual. Esto nos explica el aspecto de fortaleza con pesados contrafuertes, arcos arbotantes y marcos de madera adosados a las mamposterías que se construyeron en respuesta a las cargas provocadas por temblores de tierra.
Para evitar problemas estructurales por hundimiento, la construcción se inició con la consolidación del suelo a partir de una cama de madera y estacado, conocido también como piedraplen, sobre la que fueron construidos los cimientos con mampostería resistente a la humedad. Este tipo de cimentación era fundamental para que funcionaran correctamente los muros maestros y los contrafuertes.
Los techos eran de dos aguas y cubiertos de madera, tanto por la ligereza de sus partes como por la sencillez en su trabajo estructural. Al paso de los siglos, el mantenimiento, los incendios y la búsqueda encaminada a construir edificaciones resistentes, además de que se puso de moda, influyeron para que se cambiaran las cubiertas por bóvedas y cúpulas de mampostería y ladrillo.
Como todas las edificaciones que datan del siglo XVI se le realizaron muchas obras al paso de las centurias. En 1552 estaba por caerse parte de la portada de la iglesia y se tuvo que rehacer. La torre se levantó en 1716 y el reloj se colocó en 1872. Prácticamente a fines del siglo XVI se terminaron los dormitorios, la iglesia, las celdas y las viviendas. En 1609 se convirtió en el colegio conventual de Xochimilco.
La portada en estilo plateresco de piedra rojiza es muy sobria. El lujo se encuentra en el interior, que conserva retablos de gran hermosura, que muestran distintos estilos de diferentes épocas, con excelentes tallas, recubiertos finamente de hoja de oro, pinturas e imágenes estofadas.
El retablo principal que data del siglo XVI es ejemplo del arte renacentista, comparable solamente con el de Huejotzingo, en Puebla. Es una verdadera joya de grandes dimensiones; en sus cuatro cuerpos muestra esbeltas columnas estriadas; sobresalen pinturas de la Virgen, Jesús y por supuesto San Bernardino. Lo enmarcan bellas tallas de santos en madera policromada.
En la parte superior del claustro se advierten restos de lo que fueron coloridos frescos. Según Torquemada, la nave de la iglesia es la mayor de las Indias
; conserva pinturas y esculturas de algunos de los mejores artistas virreinales, entre otros: los Echave, padre e hijo, y Luis Arciniegas.
Hay un dato interesante sobre los xochimilcas, que como hemos platicado fue la primera de las siete tribus nahuatlacas que llegó a la cuenca de México en el año 900, estableciéndose en los alrededores de lo que hoy es el pueblo de Santa Cruz Acalpixca. Resulta que aquí en Xochimilco gobernó una mujer: Tlazocihuapilli, lo que hasta donde sabemos no sucedió en ningún otro sitio en la época prehispánica. A ella le atribuyen la creación de algunos de los tradicionales platillos de la cocina xochimilca, como el necuatolli, los tlapiques, el chileatolli y los esquitos.
Una muestra de estos manjares se puede encontrar en alguna de las fondas que se encuentran en los canales, a donde puede hacer una escala la trajinera o de plano en los comederos del mercado; puede aprovechar para llevarse a su casa aceitunas y aceite de oliva de los nietos de los árboles que sembraron los franciscanos en el siglo XVI.