Rodolfo Gaona XVIII
ara todos tuvo…
Comentábamos que al regresar Gaona a México vinieron un crecido número de toreros españoles con la peregrina idea de mostrarse superiores al leonés, pero la verdad, monda y lironda, es que ninguno pudo hacerle sombra, y es que el leonés era mucha pieza.
Grande en serio.
Pero sucede que la volubilidad de los públicos se manifiesta con algunos de los grandes toreros de ayer, hoy y tal vez de mañana, sin que se conozcan razones o motivos; simplemente se da y, obviamente, el desconcierto de los matadores antes aplaudidos y a poco repudiados, es patente y en ocasiones puede llevarlos a la desesperación.
Y Gaona padeció ese calvario.
A finales de 1922, el público se mostraba por demás exigente, le protestaban todo, sin prestar atención a las condiciones de los toros que le tocaban y ocasiones hubo en que por bien que estuviera nada conseguía así la faena tuviera el sello de la casa y se le pedía que entrara a matar porque lo demás nada importaba.
Así las cosas.
Y en una de tantas, con los nervios de punta y totalmente confundido dejó se le fuera vivo el toro Charolito, toro que poco valía; desparramaba la vista y, además, era gazapón y no había forma de pararlo, así que le entró a herir con ventaja y al pinchar, la multitud comenzó a exigir que el bicho fuera devuelto, lo que acabó de exasperar a Gaona que se dijo a sí mismo: pues si eso es lo que quieren, eso tendrán
.
La bronca fue terrible, tal vez como la de Madrid cuando dejó ir vivo a Barrenero y hasta exigencias hubo para que se alejara de los ruedos.
Y vino el desquite.
Le tocaron mejores toros, mismos que aprovechó como únicamente él podía hacerlo y lo que puso punto final al distanciamiento fueron dos grandiosas faenas: la de Sangre Azul, que el gran cronista don Alfonso de Icaza Ojo
, consideró como la perfección del arte de torear y la de Revenido, que le valieron ser aclamado como el rey del toreo.
Y que pasiones no habrán despertado esas dos colosales faenas que un grupo de sus más acérrimos partidarios decidieron coronarlo pontífice de todas las tauromaquias
el 14 de enero de 1923 y el mismo Gaona se colocó la tiara que le fuera entregada en medio de estruendosas ovaciones.
Casi sacrilegio.
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Arrepentimiento.
Cuando en 1920 Gaona abandonó España, tras de tantas iniquidades que tuvo que enfrentar y superar, lo hizo convencido que jamás volvería a la Madre Patria y así lo comentó con su apoderado y sus más íntimos amigos, máxime que sus triunfos eran tan sonados como repetidos y el México taurino lo había encumbrado a las máximas alturas, con las campanas sonando a gloria, como escribió un destacado cronista de apellido Necochea, dejando de lado las amarguras y sinsabores que había vivido al otro lado del Atlántico; al menos eso creía él.
Ay, el gusanillo…
Sin casi despedirse, hizo los velices y en España se plantó.
Para volver a lo mismo.
Se propagó que lo hacía por dinero, cuando que aquí había ganado lo que quiso, y al abandonar la península lo hizo con unas cuantas pesetas, ya que lo de allá se esfumó por lo del divorcio o por lo que haya sido.
Las casas que aquí tenía y el edificio Gaona (que aún existe) fueron fruto de lo aquí ganado y nada más y ocasión hubo en que comentó: no huelen a manzanilla, ya que mis campañas españolas fueron honoríficas ¡ea!
Como mencionamos, él deseaba despedirse en Madrid, sin querer pelear ya con nadie, pero aquello no pudo ser ni a medias.
Apenitas.
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Lo de cajón
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Las empresas, los toreros y los ganaderos estaban sindicalizados y para torear había que afiliarse y aceptar que ningún torero podía cobrar más de 7 mil pesetas, suma que ni los gastos cubría y si alguna excepción hubo ésta fue en favor de Rafael El Gallo, lo que, años más tarde, se repetiría con Fermín Espinosa Armillita y Carlos Arruza.
Y, sí, toreó: en una plaza no sindicalizada, la de Barcelona y alternando con matadores no afiliados.
El triunfo de Barcelona fue de época y la prensa catalán se desbordó en elogios y, obligado por las circunstancias, no hubo ya más.
Así que ¡a regresar!
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Ay con don tirano y sus tijeras…
(AAB)