xcluidos y acallados se exhibe en la sala de mayores dimensiones del Museo de Arte Moderno (MAM), otrora dedicada salvo excepciones a mostrar obras del acervo permanente. Martha Pacheco es una de las pintoras contemporáneas más celebradas y legitimadas desde hace tiempo, tanto en su lugar de origen, como a escala nacional sin que sea esta su primera incursión en colectivas de dicho recinto.
La muestra de Pacheco, organizada para el Museo de Arte Contemporáneo de Zapopan, por su directora, Alicia Lozano, y por María del Rayo Díaz, posteriormente exhibida en el Centro de las Artes de Monterrey, Nuevo León, consta de más de 150 trabajos que tienen como escenarios principales la morgue y el manicomio, incluyendo un apartado sobre necropsia que tendría que ser comentado por un médico del Semefo, debido a que las vísceras no son color rosa Tamayo o azul cerúleo tal y como las vemos en sus representaciones, si bien tienen su inicio en fotografías que la misma autora realizó como punto de partida de su trabajo pictórico desarrollado en varios años.
Hay en esa sección alguna obra que no debió ser exhibida, no porque impacte a nadie, sino por su elemental concreción. Se trata nada menos que de un cerebro que igual pudo quedar mejor si se hubiera extraído de una lámina del Testut.
Por extraño que parezca, esta muestra lo que celebra en mayor grado no es ni la muerte (no es necrófila, no hay connotación sexual abierta) ni la locura, lo que celebra es la creatividad de la autora y su arraigo a la vida a través de obras, a veces reiterativas, en diferentes formatos, desde muy pequeños hasta medianos o amplios.
En la cédula de presentación de Excluidos y acallados se lee que las influencias principales en ella son Francis Bacon, Lucien Freud y Gerhardt Richter. Puede ser que algo exista de este último en las transposiciones de fotografías desafocada al dibujo o a la pintura en varios planos, pero no encuentro nada, salvo los desnudos o la presencia de un retrete que pudiera tomarse como influencia, ni como semejanza así sea vaga, de Bacon o de Lucien Freud, de modo que Pacheco es más que nada Pacheco, para bien y a veces para no tan bien. Sus escorzos en una pintora figurativa que parte de registro fotográfico son a veces implausibles, aunque sus enfoques llegan a ser impactantes sobre todo cuando emplea diagonales.
Hablar de la belleza de lo nefasto sería tema para Umberto Eco, pero no equivoquemos, no hay belleza, hay maestría evidente sobre todo en los trabajos de pequeño formato y en la mayor parte de los dibujos, comenzando por su autorretrato al carbón en postura casi de crucificada.
No es eso lo que va uno a ver primordialmente. Va a ver la fruición pictórica de alguien que tiene predilección por ese no ser ya
que sin embargo guarda una fisonomía, una corporeidad y en ocasiones hasta una mirada. E igualmente las expresiones de los vivos, un auténtico muestrario, no de ignominia, sino de las posibilidades a las que da lugar una faz, enferma o sana, en todo caso recluida, pues verdad sea dicha, no es que existan diferencias tajantes entre locos y cuerdos. El espectador encuentra en esta sección, duplicada en dos formatos, pequeños y amplios, incluso parecidos con personajes reales o conocidos a través de la prensa.
Ni los muertos ni los vivos tienen título, excepto la serie sobre necropsia, en todos los casos son retratos
de personas que fueron o que son. Esa circunstancia los unifica en un todo que provoca que la atención se centre en tajos, heridas, sangre o expresiones alteradas, como ocurre en ciertas películas gore.
Martha Pacheco pareciera ser a simple vista protagonista y hacedora de sus trabajos, pero no hay que caer en esa confusión. Su método, sin duda inteligente y conscientemente asumido, es común a otros pintores mexicanos y de otras latitudes. Son los temas en los que se centra los que confieren a esta muestra su peculiaridad: ese efecto morboso que suele provocar atracción cuando lo inusual y a la vez real es tema de captación. Y si, como sucede en no pocas de las composiciones, se advierte maestría en la ejecución, uno no puede sino admirar el singular y casi único trayecto pictórico y sobre todo dibujístico y fotográfico que le ha dado origen. Los logros pueden parecer difíciles de consecución, aunque en realidad no lo sean a tal grado si se recuerdan procederes similares en otros artistas.
La fotografía está en la base y aunque lo exhibido no se calificaría de realismo fotográfico
, las varias transposiciones a que está sometido acallan de alguna manera la conmoción de lo que uno imagina que pudiera haber conllevado su ejecución. Los cadáveres son objetos y los enajenados son personajes. No podría ser de otra manera, pensándolo bien.
Tengo noticia de un acucioso trabajo académico que se ha realizado acerca de la pintora. La autora es María Fernanda Matos Moctezuma, no estaría de más tomarlo en cuenta si, como resulta deseable, se proyecta editar un libro catálogo sobre este conjunto, vigente en exhibición del MAM hasta mediados de julio.