Sábado 6 de julio de 2013, p. a16
Riffs más cortos pero monumentales, potencia acompasada como una serie de volcanes hechos volar con dinamita, wattaje, alta tensión, densidad a todo lo que da, una pieza lograda con maestría, Age of reason, otras siete en sus picos y crestas hirsutas, letras divertidísimas como suele ser el humor involuntario del heavy metal, todo esto suma, en cualquier orden de los factores como uno los acomode, siempre 13, pues es el título del nuevo disco, luego de 35 años de silencio, de uno de los grupos fundadores: el mismísimo Black Sabbath.
El maestro del riff, el gran Tony Iommi, está de vuelta, junto con esa fichita gorda que es el así llamado Príncipe de las Tinieblas (bueno, hay quienes tienen su Príncipe de la Canción), o bien: El loco (The Madman), o bien: The Godfather of Heavy Metal: el mismísimo Ozzy Osbourne, con un historial de barbaridades en su vida personal y pública y con su voz cascada vuelta géiser merced a la magia de los estudios de grabación.
De hecho, la autoría de este disco pertenece, como suele suceder, al Hombre Invisible, que suele ser el productor, en este caso Rick Rubin, quien logró la hazaña de juntar de nuevo a Black Sabbath, aunque no le llegó al precio al baterista original, Bill Ward, quien fue sustituido por el bataquista de un grupazo: Brad Wilk, fundador de Rage Aganist the Machine.
La serie de altos contrastes que contiene el disco de retorno de Black Sabbath (Black Sábanas, para los cuates) está precisamente en la estupefaciente acción del baterista, uno de los responsables de la renovación, evolución y desarrollo orgánico del heavy metal, llevado a los linderos del funk y el hip hop y otras corrientes movidonas.
Para decirlo de una vez: 13, el nuevo disco de los Sábanas, es excelente; calificación de 8 en una escala de uno a 10, ¿por qué? Porque han perdido la frescura, el sonido desnudo y ríspido se volvió plano, ganó en densidad y perdió elasticidad. Su acierto: suenan a Black Sabbath de manera indubitable. Su error: olvidaron el camino del eterno retorno a la raíz (quizá una perdiz, nada perdida, se comió las migajas que dejaron Hansel y Gretel).
Sin embargo, lo dicho: es un disco excelente, disfrutable, muy divertido, muy del lado moridor y ponedor.
No hemos mencionado al artífice, qué digo artífice, al poeta, qué digo poeta, al filósofo, qué digo filósofo, al hermeneuta Gezzer Butler, autor de las letras de Black Sabbath y de ese zumbido que hace nacer de su bajo eléctrico y que hipnotiza a todos y nos pone a girar, saltar, aullar, gemir del puritito gozo que despierta el buen heavy metal.
El escribano Geezer Butler nos regala muchas sonrisas involuntarias con la serie de cuentos de hadas oscuras, que caracterizan las letras del género metal, donde se habla siempre de muerte y destrucción y no falta la lucha de Dios contra el Diablo, como lo pinta en Damaged Soul.
Pero donde se voló la barda el bardo es en el segundo track: God is dead? Donde no necesitó citar a Nietzsche (aunque otros citarían a Niche, ese divertido grupo colombiano de cumbias) para tejer un rollo entre filosófico y oscurón. Habría que preguntar a Jünger Habermas qué opina de esta rola (jeje). Lo que sí hay que reconocerle al buen Butler es que logró poesía en Age of reason, la mejor pieza del disco, como ya dijimos: “Do you hear the thunder, raging in the sky?/ Premonition of a shattered world that’s gonna die”.
Pero bueno, habrá quienes prefieran ya otras vertientes del heavy metal, entre los muchos grupos que han nutrido esta era de la razón metálica, o bien los innumerables moderfoquers que pronuncian o las veces que escupen el suelo o cómo poguean, pero siempre persiste un regusto por el riff, una adicción por el decibel a toda velocidad, una sensación de vuelo o nado en un océano de adrenalina, que seguramente viviremos el 26 de octubre, cuando Black Sabbath haga su música en vivo en el Foro Sol de la ciudad de México.
Mientras tanto, ¡larga vida a los Black Sábanas!