ecía un maestro: el que miente, roba; es cierto, parte de la corrupción que vive el país se deriva de la proclividad a engañar. Por azares de mi profesión, conocí dos casos de fraude perpetrados con un modus operandi similar y que son muestra de la deshonestidad a que me refiero; ambos sucedieron en la capital y estamos a tiempo de frenar su proliferación.
La fórmula es sencilla y perversa: se manda a hacer (hay lugares consagrados para ello y harto conocidos) un poder falso que contenga la aparente autorización para la venta de un inmueble, se consiguen copias de escrituras, certificados del Registro de la Propiedad, que es público, y se busca a una corredora de inmuebles, no muy experimentada y ansiosa de ganarse la comisión por la venta.
La corredora, diligente, anuncia el inmueble en el periódico o, a la forma moderna, por Internet; no falta quien, entre tantos que buscan tener casa propia, se acerquen con sus ahorros, su crédito autorizado y siempre con sacrificios, interesados en la oferta.
La agente ingenua se gana la confianza del comprador, muestra la casa, demuestra que el precio que se pide no es excesivo, quizá unos puntos menos que el real y, en su momento y a instancia del falso apoderado, pide un anticipo; presenta al comprador y al falso vendedor para establecer una liga de confianza y hueca camaradería, lo que baja la guardia del interesado. ¿Quién puede desconfiar de personas amables y educadas?
Al final se llevan los papeles al notario, éste los da por buenos y la casa se vende, el comprador paga y recibe escrituras, llaves, posesión del inmueble y se inicia el camino que culminará en incertidumbre, inseguridad y peligro de cárcel.
El pillo que cobró, paga la comisión a la corredora, se despide en la puerta de la notaría, todavía lleno de amabilidad y caravanas, a partir de ahí desaparece con el dinero y deja frente a frente a quien compró de buena fe y al verdadero dueño del inmueble (que puede o no estar coludido) para que se reclamen mutuamente, vayan ante los tribunales y se crucen acusaciones de carácter penal.
Hago un paréntesis, los dos casos que conozco sucedieron con idéntica estrategia defraudadora y tuvieron por objeto inmuebles dentro de la delegación Xochimilco. Amigos notarios me han comentado que conocen otros casos similares y, por ello, los más responsables no se conforman con examinar el documento que parece verdadero, si no que corroboran su autenticidad preguntando al colega al que se le atribuye haber expedido el falso poder, cuando esto pasa se cae la venta y se evita el fraude, el pillo de todos modos desaparece con los adelantos obtenidos.
Lo siguiente es la denuncia que el propietario, (coludido o no) hace ante el Ministerio Público, éste encarga a los policías investigadores que busquen a los involucrados y ¿a quiénes encuentran? Por supuesto al falso apoderado no, pero sí a la ingenua agente y al azorado comprador que a partir de entonces vivirá un calvario y no volverá a creer en nada ni a tener confianza en nadie.
En el primer caso del que tuve noticias, el Ministerio Público por complicidad, por exceso de trabajo o por torpeza consignó a la parte más débil, la agente de ventas, acusándola de cómplice; es ocioso describir la angustia de una persona honorable encarcelada y los sacrificios de la familia que logra liberarla después de pagar al propietario (cómplice o no) el precio de lo ya pagado, así como gastos de abogados y quizás incentivos
a las autoridades. El otro caso que conozco, ha podido ser parado a tiempo por la diligencia de quienes fueron informados oportunamente.
Mi llamado es al Ministerio Público, a los colegios de notarios, a las agrupaciones de profesionales inmobiliarios, para que se agucen y eviten que estos fraudes se cometan y para que se persiga a los culpables, que cometen crímenes ciertamente incruentos, pero igual de dañinos que otros con más visibilidad en los medios de comunicación.