unque usted no lo crea, todavía hay a estas alturas algunos operófilos que dedican tiempo y esfuerzo a discutir si Verdi es mejor que Wagner, o todo lo contrario. Como si la cuestión importara de verdad, o como si fuera posible hacer tal comparación, dadas las enormes diferencias de estilo, lenguaje, temperamento, personalidad e ideales artísticos que hay entre ambos. Lo que desde el punto de vista práctico sí es un hecho es que es mucho más fácil montar un concierto-homenaje sinfónico-vocal para Verdi que para Wagner, ya que la peculiar estructura orgánica de las óperas de este último no propicia la pedacería y la fragmentación.
Sea como fuere, el hecho es que en nuestro ámbito musical este 2013 ha sido más o menos generoso en la conmemoración del bicentenario natal de Giuseppe Verdi (1813-1901).
Dos botones para muestra: el primer título presentado en Bellas Artes bajo el mandato de Ramón Vargas, como nuevo director de la Compañía Nacional de Ópera, ha sido El trovador; y anoche, la Orquesta Sinfónica de Minería inició su trigésima quinta temporada de conciertos con una Gala Verdi que se repetirá hoy sábado y mañana domingo en la Sala Nezahualcóyotl.
En esta ocasión, y para señalar el bicentenario verdiano, prefiero ceder la palabra al compositor, en vez de glosar con las mías sus méritos escénicos y musicales. En el curso de mis recientes lecturas sobre Verdi realizadas por motivos académicos, encontré algunos dichos suyos que bien pueden ser tomados como los trazos básicos de un posible bosquejo del admirado y famoso compositor originario de Roncole. Helos aquí.
Nunca jamás escribiré mis memorias. Es suficiente para el mundo musical el tener que soportar mi música durante tanto tiempo. Jamás lo condenaré a leer mi prosa.
Si yo tuviera poder de decisión, un joven que comenzara a componer nunca tendría que pensar en ser un melodista, un armonista, un realista, un idealista, un músico del futuro o cualquier otra fórmula pedante que el diablo pueda haber inventado. La melodía y la armonía deberían ser simplemente los medios a la mano del artista para crear música.
El artista debe rendirse ante su propia inspiración, y si tiene un talento verdadero, nadie sabe ni siente mejor que él lo que más le conviene. Yo debería componer con total confianza sobre un tema que me calentara la sangre, aunque fuera condenado por todos los demás artistas como algo anti-musical.
Yo estaría más que dispuesto a ponerle música a un periódico, a una carta o a cualquier otra cosa, pero en el teatro, el público aguanta cualquier cosa menos el aburrimiento.
Nuestra música es distinta a la música alemana. Sus sinfonías pueden vivir en las salas de conciertos, su música de cámara puede vivir en los hogares. Yo digo que nuestra música reside principalmente en el teatro.
Al final, todo depende del libreto ¡Un libreto, un libreto, y la ópera está hecha!
Si la acción lo requiriera, yo abandonaría de inmediato el ritmo, la rima y la estrofa. Usaría el verso blanco para decir clara y contundentemente lo que la acción requiere.
El éxito de nuestras óperas está casi siempre en manos del director. Esta persona es tan necesaria como un tenor o una prima donna.
Leo a regañadientes los libretos que me envían. Es imposible, o casi imposible, que alguien entienda realmente lo que quiero.
Copiar la realidad puede ser una cosa buena, pero inventar la realidad es mucho, mucho mejor.
Si los demás dicen: Verdi debió haber hecho esto y esto otro
, yo les respondo: Puede ser, pero lo que he hecho es lo mejor que puedo hacer
.
Concluyo esta breve conmemoración de Giuseppe Verdi en sus propias palabras citando un agudo comentario suyo que lo pinta de cuerpo entero como un hombre práctico y con los pies firmemente plantados en la tierra. A la pregunta de un periodista sobre si él, como Wagner, tenía una teoría del teatro, Verdi respondió sin pestañear: Sí, claro: el teatro debe estar lleno
.