Giselle y la CND
iselle, obra emblemática del llamado ballet blanco
como Robert le diable, La Silphide, El lago de los cisnes y Las sílfides, etcétera, fue presentada el 28, 29 y 30 del pasado junio por la Compañía Nacional de Danza, en el Palacio de las Bella Artes, sin duda, para conmemorar el estruendoso estreno de la obra el 28 de junio de 1841.
El libreto es de Jules Henri y el célebre poeta y escritor Teófilo Gautier, eterno enamorado de la danza y de las bailarinas. Ambos basaron sus trabajo en antiquísimas leyendas celtas. La música es de Adolphe Adam, quien ofrece unas de sus partituras más sensibles, y la coreografía de Jean Coralli y Jules Perrot, este último gran personaje del mundo del ballet de entonces. En esta pieza, la participación de Carlota Grissi, como Giselle, y Lucien Petipa, como el príncipe, resultaron una fantástica combinación para lograr el éxito inolvidable que colocó a esta pieza en esencial del repertorio de todos los tiempos, hasta el presente.
Desde que el bailarín y coreógrafo Filippo Taglioni tuvo la genial idea de forrar la punta de las zapatillas de su hija María Taglioni con tiras de tela almidonada, para hacerlas más resistentes, y vestirla con una falda que le llegaba abajo de la rodilla, elaborada en vaporosa muselina, el ballet (herencia de los italianos y maestros de la Academia de Música y Danza de París, fundada por el Luis XIV de Francia, llamado el Rey Sol), la danza clásica dio un salto cualitativo, que la convirtió en un apoteósico avance en la ruta de las obras extraordinarias que, vivas hasta la fecha, poseen la maestría de la imaginación y el poderío creativo, que, en medio de cambios innombrables, el desamor y la vulgaridad, conservan el más fino aroma de la época del Romanticismo europeo (ca. 1830).
Toda una danza ligera y sutil, elevándose sobre la punta de los pies, produciendo ese anhelo arrebatado y aéreo, que transforma la danza, coreógrafos, que se aglutina en el sentimiento, en el amor romántico, puro e interminable más allá de la muerte.
Así, el ballet con su aire de nobleza, nacido de increíbles palacios de la corte francesa, adquiere ese aire que punza el corazón y hace derramar la lágrima; lo posible, lo que se fue, o lo que no puede ser, la mujer frágil, vulnerable, pudorosa y heroica; heroína de un ideal que alguna vez la humanidad creyó posible, víctima de intrigas, magos y hechiceros, seres alados femeninos, etéreos, blancos, que recorren el bosque y el cementerio en pena eterna por la pérdida del amor. Todo eso y más está plasmado en multitud de obras que durante casi 200 años han hecho perdernos en la cursilería cuando no se comprende bien a Chopin, Schuman, Liszt… etcétera.
Para lograr el tono, el estilo del romanticismo en el ballet, no sólo es necesaria la más sólida técnica y estilo, sino también se requiere capacidad dramática, que salga desde el fondo del alma. No en balde las grandes estrellas del ballet, rusas italianas francesas y cubanas consideran que lograr una Giselle es llegar a la cima, al nivel preciso, junto a El lago de cisnes, en que se conmueve profundamente al público de todos los tiempos. En esta obra la gente recibe el mensaje profundo de un espíritu y un lenguaje corporal, sin retórica ni movimientos gratuitos, sin sentido, inútiles, lejos de la verdad. De ahí el éxito de estas obras y la consagración de los artistas que las interpretan. Nacen estrellas del ballet, se produce el milagro, la recompensa de años de sacrificio y trabajo, el respeto del público, su agradecimiento; arte genuino, inolvidable.
Sin embargo, en medio de los cambios y nuevos caminos y formas de la danza, las verdaderas estrellas del espectáculo son los coreógrafos y los directores, aunque, como se usa en estos tiempos, no pocas veces son los bailarines, basados en la inventiva del lenguaje corporal y capacidad emotiva y creativa quienes buscan la veta. Pero en el mundo de la danza se sabe bien quién es quién, o se avisa al público en los programas de mano con letra chiquita el nombre de los artistas, acaso una foto pequeña o una leve mención en alguna reseña periodística.
De este modo me parece importante el reconocimiento y lugar que merecen los bailarines que pueden foguearse y medirse en otras grandes compañías, capaces de interpretar en cualquier parte del mundo, con calidad indiscutible, los papeles del repertorio tradicional, pues son ellos quienes dan la cara y se exponen al público. Creo que hace falta, insisto, encontrar y desarrollar las estrellas del ballet mexicano oficial.
El ballet Giselle fue interpretado en el Palacio de bellas artes por la Compañía Nacional de Danza, que tiene un estupendo nivel y respetable trayectoria.