l 9 de julio se cumplieron 20 años de la aprehensión de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo. Cómo ha evolucionado esa subcultura de la que él es un símbolo, el narcotráfico. Lo titulamos así convencionalmente porque de siempre así se le llamó. Por años fue sólo eso. A la producción nacional de opio y mariguana se les llamaba genéricamente gomeros
y amapoleros
. Estas eran actividades ilegales pero socialmente poco menos que legítimas en las zonas de producción.
Hoy ese delito o conjunto de delitos se ha expandido a varios más, algunos cometidos en un alto nivel socioeconómico y con alta tecnología, como el lavado de dinero. Este manojo de delitos se ha propagado geográficamente a casi 70 por ciento del territorio nacional, transformando profundamente los espacios infestados. Contamina la política, corrompe a la sociedad, deforma la economía y tiene altísimos efectos sobre nuestro prestigio y relaciones internacionales.
Sobre nuestra sociedad hay certeza de su efecto al avanzar como lo está haciendo con lamentable efectividad sobre la criminalización social, reclutando a individuos, grupos y comunidades hacia actividades que ya no son sólo el tan alegado narcotráfico, sino que con el pujante convencimiento del dinero fácil, ahora son vigorosos actores sociales de la delincuencia. Además del narcotráfico, son el secuestro, extorsión y robo los delitos que más azotan a la sociedad con autores que ayer eran respetables ciudadanos y aun adolescentes.
De 20 años a estas fechas, esta subcultura, el escenario delincuencial ha cambiado terriblemente en su expresión geográfica, política, económica y social. De sólo haber fuertes cárteles como Juárez, Sinaloa o Tijuana, los otros, el del Golfo, Nueva Generación, Caballeros Templarios, Familia Michoacana, Zetas y Matazetas, etcétera, sencillamente no existían. Consecuente con ese cambio, la PGR ha aceptado que ahora concurren 89 organizaciones.1
Los efectos de esa expansión han sido los de la creación de una vida social radicalmente distinta con todas sus interacciones, a la cual será muy difícil revertir, como es el reto. Esta es la nueva cultura que diabólicamente se fortalece con el atrayente del dinero fácil, la pésima educación, una base en expansión de desempleo y la consecuente pobreza. Para más, adosarse a tal cultura se gratifica con espejismos hedonistas, que tienen como subproducto el desprecio por la ley y por la solidaridad social.
Un cambio en las formas de vida, consecuencia del abandono de patrones sensatos antes vigentes, ha trastocado no sólo a las conductas sociales, sino que está demostrando que el Estado en su conjunto, principalmente sus leyes e instituciones y su sociedad no han tenido la actualización atinada, amplia y oportuna que hubiera sido deseable.
Es cierto que el mundo entero se transforma, pero esto no es una novedad ni un paliativo. Para México, y es su realidad, es su aferramiento a dogmas ya rechazados por otras sociedades, conjuntamente con la pasividad para su examen y concurrente innovación lo que nos tiene en jaque. ¡México está en riesgo, se nos hizo tarde!
Esta reflexión debería asumir expresiones que son imposibles de describir en un breve texto, pero que personalizándose en los dos grandes actores, sociedad y gobierno, se podría adjudicar que a la primera le correspondería aceptar su conservadurismo acrítico, su insolidaridad mutual y al segundo reconocer abiertamente su ineficiencia, corrupción e impunidad.
Falta a una y a otro considerar las abundantes reflexiones sobre esas distintas materias ya hechas por instituciones y conocedores acrisolados. Alejarse un poco de lo cotidiano para levantar la vista de manera eficaz y lograr una prospectiva y sus caminos, que es la única forma de concebir las megatendencias de la política, sociedad y economía. El presente es el eje de la vida. Pero si vivimos sólo el presente seguiremos estrangulados por una visión miope y seremos seres incompletos y atropellados por los acontecimientos. Así la hemos pasado.
Qué vulgar suena referir al Chapo como punto de referencia existencial. No, no es él ni su muy relativa importancia. Es lo que él y su coyuntura crudamente representan. Es el momento en que el país debió haber reconocido que hubiera habido que enfrentar algo de potencia letal para sus más altos intereses. No se advirtió la profundidad del mensaje, poco se hizo.
Qué vulgar parece identificar nuestras grandes expectativas con un criminal y sus momentos. No sería tan vulgar si desde entonces hubiéramos sabido vislumbrar aquello de lo que él es un símbolo, aquello que se quiera o no, por hoy vino a transformar nuestro perfil. Lo que él simboliza es digno de ser descrito por López Velarde. ¡Así!
1 Contralínea, 2/6/13.