s pertinente que se celebren los 50 años de esta novela parteaguas en el boom latinoamericano, ya que en el momento de su aparición fue celebrada, pero no entendida cabalmente por todos los que la leyeron. Tiempo atrás Juan García Ponce la tomó como eje de una exposición pictórica similar en cuanto a engranaje, pero lógicamente muy distinta en cuanto a participantes de la que ahora se exhibe bajo los auspicios del Fondo de Cultura Económica, en la Galería Rosario Castellanos, obedeciendo a un acelerado proyecto que se concretó felizmente de la editora María Luisa Passarge, egresada de la Universidad Autónoma Metropolitana, en mancuerna con el fotógrafo Rogelio Cuéllar.
Convocaron a 55 artistas autores de otras tantas obras de pequeño formato, correspondientes a las 11 casillas con las que pudieron armar cinco rayuelas que en la muestra se ven verticalmente adosadas a mamparas y acompañadas de los diagramas que permiten identificar la posición de cada participante desde la tierra al cielo
, este último es el espacio redondeado en el que termina cada rayuela y es el único que resulta no del todo visible en los conjuntos, debido a su altura y acaso a que las luces de la galería no lo iluminan adecuadamente.
Incluye a varias generaciones de artistas, desde –Vicente Rojo (padre e hijo) y Roger von Gunten hasta algunos que no son muy conocidos por el grueso del público que suele visitar exposiciones.
Un método de observar la muestra es pararse frente a cada rayuela intentando identificar las autorías de algunos artistas según sus prioridades estilísticas, hasta donde eso es posible. Hay varios que saltan a la vista, como Miguel Ángel Alamilla y Gustavo Monroy, quien toma literalmente el pasaje toco tu boca
con una de sus cabezas parlantes, obviamente la suya. No encontré a El Gritón, pero sí a René Freyre que quedó, por cierto, plásticamente ubicado en contrapunto con Irma Palacios produciendo un buen efecto claro y oscuro. Se supone que hubo sorteo
de casillas, no hay por qué dudarlo, pero mi pensar es que se hicieron ajustes de acuerdo con las características propias de cada trabajo, cosa acertada. Las cinco rayuelas son atractivas, ve uno desde el paisajito parisino con el testero de Notre Dame de Javier Guadarrama, casi como si fuera una tarjeta postal pintada, hasta la composición abstracta y a la vez se diría que sonriente del zacatecano Juan Manuel de la Rosa.
A esa sección se adhiere la exhibición de los retratos en blanco y negro de cada participante, acompañado cada uno por unas rayuelitas
que, salvo excepciones, reproducen directa o sesgadamente el diseño de la rayuela sobre hojas de papel común, tal vez efectuadas cuando cada artista fue a entregar su participación. Entre estos papeles destaca el dibujo de Arnaldo Coen, quien no tomó la consabida opción de dibujar el avioncito. Alberto Castro Leñero produjo una delicada y muy pictórica rayuelita, siguiendo el diagrama consabido. Sucede que algunas rayuelitas
pueden ser más atractivas que las piezas definitivas, previamente trabajadas por los artistas en los soportes que les fueron proporcionados de acuerdo con el número de casilla asignado y desde mi punto de vista en ese caso se encuentran las rayuelitas de Manuel Marín y de Vicente Rojo Cama. Excepto las casillas Tierra y cielo, las demás tienen las mismas dimensiones. Algunos autores decidieron insertar en su composición el número de casilla que le fue asignado, cual es el caso de Jocelynne Marmottan con el número 4, así como la inconfundible composición de Francisco Castro Leñero.
Un interés indudable que ofrece la muestra está en los retratos de los artistas, todos tomados por Rogelio Cuéllar. Previamente pude ver algunos a color, los que se exhiben son blanco y negro y puede ser que resulten mayormente atractivos. Todos son buenos retratos, aquí sí, identificables en todos los casos, excepto si uno no conoce personalmente al artista. Cada personaje porta consigo la pieza con las que participó en las casillas y puede deducirse que hubo quienes procuraron extraer alguna frase o imagen tomándola de la novela, pero sin intención de ilustrar
. Así parece ocurrir con el velo de Maya
de Ilse Gradwhol, con los trabajos de Jazzamoart y de Luciano Spano que aluden directamente a la música, elemento notoriamente importante en la novela o con el trabajo de Roberto Parodi que por asociación parece aludir a Rocamadour, el hijo de la Maga
, pero esto se trata sólo de asociaciones del espectador. Es ese tipo de deducciones el que da cabida a pensar que Arnaldo Coen representó a un dios egipcio que aparece en alguno de los capítulos de la novela en la rayuelita
anexa a su retrato. La propia forma de la rayuela provocó que algunos artistas convirtieran su versión mínima en una especie de crucificado, como ocurre con el trabajo de Santiago Rebolledo.
La exposición, lista para montarse en cualquier momento, va a itinerar a otras sedes. Provoca además que los espectadores lean o relean la novela.