lgunos tramos de la calle de Cuba, cercanos a la Plaza de Santo Domingo, llevaron el nombre de Juan Jaramillo en el siglo XVI. El era un capitán de Hernán Cortés a quien casó con la Malinche, su intérprete, compañera y madre de su hijo Martín. En la vía hay una casona que aloja una escuela primaria, que ostenta una placa que dice que en ese sitio murió la controversial mujer.
Casi enfrente de esa casa, con un sobrio carácter barroco, se levanta una ecléctica residencia en cuya fachada de cantera gris prevalece el estilo renacentista. Perteneció a la familia Ortiz de la Huerta, prominente en el porfiriato. A principios del siglo XX adquirieron una vieja mansión virreinal y contrataron al afamado arquitecto Manuel Gorozpe para que realizara un proyecto moderno
. Se decidió demoler la mayor parte de la construcción, aprovechando parte de los sólidos cimientos y conservando algunos pisos del recinto en los patios.
La casona estrenó nuevas técnicas constructivas y novedosos materiales: estructuras de hierro, acero y concreto. En los techos se colocó una bóveda con viguería metálica, sistema avanzado
si se le compara con los de siglos anteriores de madera y terrado. El interior luce mármoles, mosaicos, azulejos, cristales biselados, tapices importados de Italia y Francia, maderas finamente labradas y el colmo de la modernidad: un elevador de jaula con el anagrama de la familia.
En la década de los 30, la familia decidió mudarse a las nuevas colonias y le arrendó la residencia a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que instaló la Escuela de Economía, fundada en 1929 dentro de la Escuela de Jurisprudencia. Tras funcionar varios años en sedes prestadas, finalmente en 1938 se instaló en la casona de la calle de Cuba 92 hasta 1954, en que se trasladó a Ciudad Universitaria. Distintas instituciones educativas la ocuparon hasta los años 80 en que la compró la Asociación de Ex-Alumnos de la Facultad de Economía, que la donó a la UNAM. En 1989, la Institución la devolvió en comodato por 25 años para su remodelación.
Esta fue larga y lenta por lo díficil y costosa, ya que se realizó buscando recuperar la arquitectura y decoración originales. Se inició por la remoción de añadidos. Se hicieron calas que descubrieron los tapices y pinturas que la adornaron, que fueron copiados idénticos cuando no fue posible la restauración. Lo mismo sucedió con los lambrines del antiguo comedor, se colocó piso nuevo y se restituyó la decoración pintada a mano. El plato fuerte, sin duda, fue el ahora llamado salón Gilberto Loyo, que era la sala de la residencia. Ahí se encontraron restos del suntuoso decorado de las paredes en color marrón, con delicadas flores de liz doradas. Hábiles artesanos lo repusieron como era el original. Con sus vistosas columnas, elegantes balcones y un plafón exquisitamente decorado, que es un deleite visual.
Son muchos los detalles que se han venido restaurando: los tapetes de mosaicos de los pasillos, los cielos de tela de los techos, muros decorados con pinturas, emplomados, la carpintería y muchos más que le han devuelto la belleza y dignidad. La casa es representativa de una época y guarda parte de la historia del nacimiento de la economía, como una disciplina que habría de contribuir a forjar en muchos sentidos –para bien y para mal– el destino del país en la segunda mitad del siglo XX. Actualmente, es una de las sedes del Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras de la UNAM (Cele).
Muy cerca de la histórica casona, en otra igualmente bien restaurada se encuentra El Cardenal de la calle de Palma 23. Como en sus otros tres restaurantes hermanos
, la comida mexicana es de excelencia. Además de su carta habitual en la que con frecuencia hay novedades, están las sugerencias semanales. Recientemente descubrí las flores de maguey con escamoles, ¡deliciosas! Ayer degusté dos sabrosos especiales del día, crema de elote con huitlacoche y puchero de cordero.