na poética política. La figura emblemática del brasileño Glauber Rocha, protagonista esencial del cinema novo de los años 60, ha sido siempre polémica. Con el paso del tiempo, sus posturas políticas y el barroquismo tropical de sus imágenes han cobrado un vigor inusitado, multiplicándose por todo el mundo retrospectivas de su obra y homenajes. En México, se recuerdan muestras suyas en 1998 y en 2006, pero sobre todo el paso oportuno de su obra por cine clubes universitarios y el impacto que causó en cinéfilos y cineastas antes y después de 1968.
Revisar de nuevo esa obra, o la parte más representativa que propone hoy una nueva muestra en la Cineteca Nacional, es una oportunidad para valorar con mayor serenidad la trayectoria del realizador brasileño y su resistencia política a las hegemonías culturales dominantes, algo que, cincuenta años después, en esta época nuestra de enfrentamientos entre asimilados e indignados de cara al nuevo orden global, cobra una particular relevancia.
En el contexto del cine de los años 60, el realizador de Tierra en trance aparecía como un disidente de las vanguardias culturales en boga. Autor cinematográfico por la coherencia y originalidad de su obra, su empeño por politizar al máximo dicha condición artística pronto le hizo aparecer como el portavoz de una nueva estética radical a la vez sobrecogedora e irritante.
El cineasta procuró entonces trascender todo formalismo y dar un sustento teórico a los planteamientos que consideraba urgentes. Había que tener, según sus palabras, una cámara en la mano y una idea en la cabeza
. Y la idea central que en 1965 le obsesionaba era lo que él llamaba una estética del hambre
, título de un manifiesto que publica ese mismo año y en el que señala que la violencia es el lenguaje natural de los oprimidos, o hambrientos, y que sólo en los estallidos de violencia, advierte el opresor la presencia real del oprimido. Esta visibilidad inesperada que provoca la violencia, el súbito despertar de las masas olvidadas al que alude Franz Fanon (autor predilecto de Rocha) en su libro Los condenados de la tierra (1961), es la misma que recupera y agranda en parte la estética del cinema novo, y de modo especial el cine del autor de Dios y el diablo en la tierra del sol (1964).
Glauber Rocha es enigma desconcertante en su obra y en su propia vida. Sus contemporáneos lo consideran una versión tropical y exuberante del francés Jean Luc Godard, y se aturden admirados con la velocidad frenética de su montaje, con su caprichosa mezcla de elementos de denuncia social y arrebatos de misticismo religioso. Hay en varias de sus cintas el apego a una teatralidad de corte brechtiano y el recurso a una épica grandiosa y ritualista que confiere estirpe legendaria a personajes como Antonio das mortes (1969), ese gran perseguidor de cangaceiros o bandidos en el noreste brasileño, brazo armado de clérigos y terratenientes, matón a sueldo y ángel exterminador en un filme que lleva también como título El dragón de maldad contra el santo guerrero.
En la feria de alegorías y barroquismos visuales a que convida el cine de Glauber Rocha hay lugar para todo tipo de sincretismos, la denuncia política se vuelve exorcismo religioso, y la mecánica harto conocida del golpe de estado deviene en Tierra en trance (1967) directa y ríspida ilustración del hombre político como un corrupto consumado. De nuevo, el realizador brasileño se vuelve cronista de su tiempo y gran visionario. La actualidad política apenas podría desmentir hoy aquellas viejas aseveraciones suyas; por el contrario, el vaivén de golpes de estados y embestidas de fundamentalismos religiosos en África del norte, la pauperización creciente en los antiguos estados de bienestar capitalista, la corrupción que invade por igual los territorios políticos en repúblicas y monarquías, y la prepotencia de nuevos señores feudales ebrios de vanidad y suficiencia moral, parecen ser figuras siempre vivas del imaginario delirante de Glauber Rocha.
La extraña lucidez política del director de La edad de la tierra (1980) lo condujo a un exilio de largos años y luego al retorno al país natal con el insólito propósito de defender el nacionalismo autoritario e intervencionista del poder militar, en su opinión la única vía para disipar los espejismos de una libertad banal o relativa patrocinada a final de cuentas por el gran capital occidental
(Tereza Ventura, A poética polytica de Glauber Rocha, Funarte, Río de Janeiro, 2000). Esta riesgosa utopía política acarreó al cineasta la incomprensión y rechazo de muchos de sus antiguos seguidores. Las inocultables crisis morales de las democracias, la emergencia de poderes militares redentores y la belicosidad creciente de los fundamentalismos religiosos, avivan de nuevo el debate. La figura romántica y a la vez trágica del disidente mayor del cinema novo brasileño tiene por ello hoy una actualidad insoslayable.
Retrospectiva Glauber Rocha, del 19 al 26 de julio, sala 7, Cineteca Nacional.
Twitter: @CarlosBonfil1