os patios acogen, resguardan, regalan intimidad, invitan a la conversación, son un refugio para la vida compartida. Tal es la esencia del Caravasar, esos edificios que en el desierto se construían para dar cobijo a los viajeros y sus animales al final de sus jornadas. En las noches de su patio mayor se recuperaban las fuerzas de unos y otros, mientras que en la algarabía de la conversación se compartían los secretos del camino, de sus parajes, del paso heroico por senderos mal trazados y tormentas. Es el hogar de las ensoñaciones donde nacen las canciones y se cuentan las historias.
Hoy, al cruzar por el umbral de lo que fue la Casa de la Caridad y de la Misericordia encargada por el Obispo Juan Ruiz de Cabañas a Manuel Tolsá en 1796 en Guadalajara, una revelación que llega como acompañada del celaje de un colibrí confirma una intuición: Betsabeé Romero es una artista universal que toma los versos vistos y escuchados en los caminos de México y el mundo y los comparte para invitarnos a hacerlos comunes y así, con ellos construir, a mil y un voces, una conversación. Esa ofrenda de visiones regaladas a través de efímeras celosías de papel inundan 13 patios que en un abanico de escalas, fuentes, progresiones y trazos nos regaló Tolsá en ese edificio en majestad que es hoy el llamado Hospicio Cabañas.
Allí se acogen las conversaciones que como puentes en concierto nos ofrece Betsabeé Romero en su exposición Sin rodeos. El regalo a los sentidos de la vida es tan grande que en un instante las huellas del camino parecen llevarnos, traernos, reposarnos. Caminando por esos pasillos y recintos a cada paso circulamos de un estrato a otro del tiempo. Así parece que escuchamos a John Berger conversar con Nazim Hikmet cuando este le susurra sus versos en el limen de una sala en la que, como homenaje a Chucho Reyes penden 40 papeles tatuados con gallos: El más bello de los mares/ no se ha cruzado aún./ La más bellas de las criaturas/ no ha crecido aún./ Nuestros más hermosos días/ no los hemos visto aún.
Como si entráramos en un recinto religioso, al dejarnos invadir por la obra de Betsabeé Romero la transmutación de los tiempos nos invade, alegra nuestro espíritu y saltamos por múltiples caminos, por ríos de sentidos. Por ello, cuando contemplamos arrobados la obra que rinde homenaje a Luis Barragán, parece que escuchamos al arquitecto tapatío volver a decir para nosotros aquellas sus palabras cuando recibió el Premio Pritzker: ¿Cómo comprender el arte y la gloria de su historia sin la espiritualidad religiosa y sin el trasfondo mítico que nos lleva hasta las raíces mismas del fenómeno artístico?
Y lo escuchamos susurrando también que una obra alcanza la perfección cuando no excluye la emoción de la alegría, alegría silenciosa y serena para ser disfrutada en soledad
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Y sí, frente a las obras de esta exposición lo que más nos conmueve es la alegría del color, de las texturas, de las rimas de los materiales que nos llevan del fuego en el barro del occidente mexicano, a la suavidad de las sombras del Mediterráneo; de las historias de los sueños pintados que son los exvotos de esa región de México a la obra digital de Jerónimo de León o la que en manicomios de Estados Unidos produjo Martín Ramírez. Con las huellas que en el camino dejan las ruedas de Betsabeé Romero se arman puentes que unen susurros, risas, y cantos en una conversación que es homenaje. Todas nuestras voces salen de nuestra piel cabalgando con convicción hacia el encuentro con el otro.
Así, con fe, teje Betsabeé Romero Sin rodeos. Si no hubiera fe no habría poesía, no habría nada que esperar. El ejercicio del arte en gran medida está relacionado con esas experiencias sublimes que uno ha tenido y que quiere repetir para construir utopías y sentidos
dijo alguna vez.
Aquí se logra la trasmutación del tiempo. Las distancias van y vienen en un parpadeo. Ellas son, como dijo Simon Weil, el alma de la belleza.
Mientras miro Sin rodeos rodeado de los patios en el Hospicio Cabañas me siento en el corazón del Caravasar como si, mientras escucho el agua de la fuente de mosaico verde, el gran poeta del desierto Sidi Abou Madyan le hablara a Betsabeé Romero y le dijera “Gracias a ti, la vida aparece en cada país que tu visitas/ como si fueras una lluvia que cae sobre la tierra/ y tu revelaras a nuestra mirada un espectáculo de gracia/ como si tu fueras flores a los ojos de la humanidad…./ ¡tu memoria quedará inscrita en cada uno de nosotros/ en el centro de nuestro cuerpo y al fondo de nuestro corazón!”
En Sin rodeos Betsabeé Romero nos acoge como en un patio y nos recuerda que, al construir los puentes para compartir la vida, en el concierto de la conversación se traman los sentidos y se tejen las historias para regalarnos común intimidad.
para Noemí Ontiveros
Twitter: cesar_moheno