Opinión
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Aprender a Morir

Que 99 años...

N

unca imaginé llegar a esta edad. Hoy la ropa me queda como a Clavillazo. De estudiante fui muy amiguera y me gustaba bailar danzón y jugar a las cartas, aunque sin atraparme; de viuda ya no me interesó. Yo lavo mi ropa interior y mis platos del desayuno. Procuro evitar las medicinas y los analgésicos porque el estómago lo resiente. Como de todo y con apetito, pero evito lo grasoso. Nunca bebí alcohol ni fumé. Me agobia tanta violencia y tanto hogar destruido, aunque ha de ser la naturaleza humana más que la época. Por sistema he procurado ser positiva, a sabiendas de que como anciana uno estorba, prosigue Lupita Rangel, que sin problemas desde su sillón alcanza una galleta o le da un sorbo a su café.

He tenido la suerte de contar con una familia de buenas personas, no de las que hay que soportar. Mis sobrinos se han preocupado por mí más que mi propio hijo, pero así es la vida y no le guardo rencor a él ni a nadie. Siempre hay alguien que nos quiera. Un sobrino me saca a orear, como él dice. Me encanta eso que llaman terapia ocupacional, porque es cuando dejo de pensar en mi hijo. Sólo entonces un par de lágrimas ruedan por el rostro de Lupita.

“Le temo a cómo irme, no a irme. Si se va a vivir llena de tubos para prolongar una agonía y no una vida con calidad, es preferible la eutanasia. Me interesa mucho el documento de voluntad anticipada, pero entre los ancianos casi nadie lo conocemos; ojalá me lo pudiera conseguir. Creo que en muchos viejos el miedo a la muerte se debe más que a lo desconocido a cómo han vivido su vida, resentidos o arrepentidos de no haberlo hecho en sus propios términos.

“Soy creyente a mi manera, pues en muchos aspectos no estoy de acuerdo con la postura de la Iglesia. Le reclamo o agradezco a Dios en privado. Nunca fui de misas ni de rosarios o de adorar imágenes, sino de apoyar y servir a otros. Durante 40 años fui voluntaria en el Hospital de Cancerología. Aprendí de los enfermos lo que no se imagina, muchos poseen una gran sabiduría a pesar de su condición humilde. Incluso, a familiares de los pacientes en otras poblaciones les llevaba algo, así como noticias de su estado de salud.

Todavía disfruto de la lectura pero evito las novelas, se me olvidan o confunden los personajes. Algo veo de televisión, pero más como somnífero que por interés, concluye una lúcida, serena y sensata Lupita, quien el próximo marzo habrá de celebrar 100 años de vida.