ucha carga simbólica tiene la coincidencia en fechas y circunstancias de los encuentros organizados este fin de semana por los partidos Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD), los cuales celebraron, respectivamente, su Asamblea Nacional y su Consejo Nacional en un clima de crispación y divisiones internas.
Si se atiende a los puntos de contraste y de conflicto observados ayer en los dos encuentros, es inevitable concluir que, más allá de los temas formales de disputa –en el caso del PAN, la modificación de los estatutos partidistas–, la sustancia de ésta es la aquiescencia de las presidencias de esos partidos a las propuestas gubernamentales y su adhesión entusiasta al Pacto por México, actitud que no es compartida, según puede verse, por gran parte de los militantes perredistas y panistas.
Es cierto que ese factor de división no es nuevo ni desconocido en el seno blanquiazul: dicho partido acarrea un historial de divisiones y defecciones cíclicas en sus filas como consecuencia de la cercanía o la colaboración de sus dirigentes con gobiernos federales priístas, y ahora no es la excepción. A lo anterior debe añadirse, como factor explicativo de la crisis y la división interna del PAN, la falta de rumbo que enfrenta ese instituto político a raíz del desplome electoral que sufrió en los comicios del año pasado, lo cual es, a su vez, resultado de los extravíos y del desgaste en los que incurrieron durante 12 años dos presidencias panistas: en efecto, incapaz de propiciar en ese tiempo el desarrollo económico; de preservar la paz pública y el estado de derecho; de erradicar la corrupción en las oficinas gubernamentales; de contribuir a la democratización del país, el panismo enfrenta hoy, devuelto a la oposición, pérdida de verosimilitud de sus postulados programáticos y crisis de legitimidad de sus instrumentos e instituciones de gobierno.
El PRD actual, por su parte, suma a sus sempiternas pugnas intestinas desdibujamiento ideológico y programático, distanciamiento de los movimientos sociales y ayuno de causas y de banderas, más allá de la preservación de los espacios de poder político conquistados. Por añadidura, lejos de aprovechar el capital político que representa haber sido la segunda fuerza política del país en la pasada elección federal y de capitalizar el sentimiento de hartazgo social por las presidencias priístas y panistas del ciclo neoliberal, la dirigencia de ese partido se ha alineado con los intereses del gobierno y ha dejado de ser el punto de referencia de las oposiciones al modelo económico vigente, a las reformas estructurales que lo acompañan, a la falta de democracia y representatividad y a la crisis moral de las instituciones en conjunto.
En suma, el panorama de los sucesos de este fin de semana deja como saldo el desvanecimiento grave y preocupante de las dos principales fuerzas opositoras, las cuales se debaten entre la falta de rumbo y el alineamiento con el gobierno federal y su partido. A la luz de los extravíos observados en los cónclaves panista y perredista, queda claro que las diversas luchas de transformación social y nacional no tienen hoy debido lugar en el ámbito de esas fuerzas político-partidistas tradicionales.