El poeta vacío
odo mundo llega a ese punto, creo haber leído en páginas diversas, un punto de no retorno en el cual la nota principal es el vacío. Un vacío que no se sostiene por sí mismo, que es añoranza de la, acaso mítica, plenitud. Desde un mutismo ensordecedor algo grita que todo lo hecho no fue nada, no es nada, y que hay que volver a empezar (no, no hay que volver, sólo hay que empezar). Y empezar, ya se sabe, cuesta.
Y otro algo, no mudo, sí callado, sin embargo se recrea en una frase hecha: lo hecho hecho está. Si no te colma, agrega, de ello aprende. Pero no lo rechaces; no por afán de limpieza hagas tábula rasa de lo que te arrasa, de lo que al parecer arrasa contigo, con tu voz, con tu lenguaje, con tu esto he sido. Lo que has sido aquí está. Es una pregunta. ¿Qué puedes responderle? ¿Qué tal si nada? Mas si ese nada es en verdad una respuesta, puede que todo.
¿Un anticipo de la muerte? Habrá que agradecerlo. Estás ante ti mismo, ese, dirían libros cristianos de otra época, desconocido. Mas lo recomendable no es comprar boletos para viajar al pasado, ni –¿menos?– al futuro, sino a este presente del que poco te ocupas, distraído en ilusiones alentadoras de cierta vanidad: la de en verdad vivir. (Por lo demás, vivir en verdad no es lo mismo que en verdad vivir, reflexionas, quizá habría que pensar más en lo primero que en lo segundo).
El espectáculo de en verdad vivir, digo obviedades, es engañoso. Vivir en verdad requiere de un sobrio punto de partida: no mi vida, sino la vida, eso que rebasándome no arrasa conmigo –cuando mucho, con lo que creo ser yo. ¿Qué lenguaje rebasa, entonces (puestos en esa situación), mi lenguaje; qué voz rebasa mi voz? Un no sé qué que queda(n) balbuciendo da la impresión de contestar: un no sé qué que queda balbuciendo.
Y ese no sé qué, que, todos lo sabemos, es un verso de Juan de Yépez o San Juan de la Cruz, esa a la vez que decidora confusión soledad sonora es representación, espejeo a la vez que recipiente, bocetación probablemente, imagen, de lo que suponemos es el Ser. No es que calle, no es que hable, dícese el poeta, es que llegado al punto en que no soy abro mi corazón a lo que es –que por supuesto me es.
Y lo que me es, dícese el poeta, si es que poeta soy, si es que algo como eso es posible que sea, no otra cosa puede ser que la poesía, esa añoranza viva de la vida por la cual la vida, y aquí alabado sea todo lo digno de alabado ser, se hace (parafraseemos a Heidegger) patente.