Con frecuencia, los compositores no escuchan la música que está siendo interpretada; solamente les sirve como un impulso muy diferente: para la creación de música que solo vive en su imaginación. Es una especie de esquizofrenia: estamos escuchando algo y al mismo tiempo creando algo distinto.
sta interesante idea fue expresada por el notable compositor polaco Witold Lutoslawski (1913-1994), cuyo centenario natal ha abierto una ventana de oportunidad para que algunas de nuestras orquestas le dediquen un muy merecido tiempo y espacio en sus programaciones de este año.
Además de excelente compositor y lúcido analista del fenómeno musical, Lutoslawski fue un hombre íntegro y generoso, alerta al mundo que lo rodeaba y abiertamente comprometido con importantes causas e ideas políticas y sociales. El recuerdo de la reciente ejecución de su Tercera sinfonía (una de sus mejores partituras, redactada a los 70 años de edad) por la Filarmónica de la Ciudad de México, dirigida por José Areán me permite rescatar una anécdota que pinta a Lutoslawski de cuerpo entero.
El 29 de septiembre de 1983, bajo la batuta de Georg Solti, la Orquesta Sinfónica de Chicago estrenó esta partitura que le había encargado al compositor. Ese mismo año (y aquí cito mi propia nota de programa redactada para el concierto de la OFCM) la obra le valió a Lutoslawski un galardón de relevancia básicamente local y sin dinero en efectivo, pero ciertamente más importante que otros: el Premio Cultural Solidaridad otorgado por el Comité Independiente de Cultura del movimiento político-sindical-social Solidaridad, al cual el compositor apoyó, sí, solidariamente. Este apoyo se manifestó explícitamente con la Tercera sinfonía, cuya grabación de estreno en Chicago fue enviada por el compositor a la ciudad de Gdansk, cuna del movimiento, donde fue reproducida en una reunión de Solidaridad efectuada en una iglesia pletórica de obreros polacos en huelga.
No me imagino a los rebeldes obreros polacos silbando después por las calles de Gdansk las cuatro notas del poderoso tema inicial de esta compleja y demandante obra, pero sí me los imagino arrobados durante la audición de la sinfonía, entendiendo quizá poco de su esencia musical pero seguramente mucho de lo que significaba el apoyo irrestricto a su lucha por parte de un artista de la importancia de Lutoslawski.
La siempre excelente música de Lutoslawski está caracterizada, sobre todo, por un férreo dominio de la forma, y por una engañosa economía de medios que no le quita riqueza sonora a sus obras.
Después de una primera etapa creativa en la que el compositor estilizó, depuró y decantó diversas fuentes folclóricas polacas, Lutoslawski transitó hacia una música más austera, en ocasiones utilizando de manera muy personal ciertos parámetros de la música dodecafónica, o proponiendo el uso de intervalos microtonales no como un fin en sí mismos sino como un medio para expandir su paleta armónica. Y con el paso del tiempo, este maestro del control de las formas y las estructuras decidió ceder un poco de ese control a los intérpretes, planteando interesantes episodios aleatorios en algunas de sus partituras: Podía yo partir del caos, y gradualmente ir creando el orden, decía el compositor.
Le cuento entonces, lector, melómano, que el título de mi artículo de hoy tiene una doble intención.
La primera, afirmar mi convicción de que Witold Lutoslawski, por su música, por sus ideas y por sus actos, es un compositor cuya obra creativa es claramente válida en nuestro tiempo, y que seguirá siéndolo en el futuro.
La segunda, comunicar que este fin de semana, hoy sábado y mañana domingo (20 y 12 horas, respectivamente) habrá una oportunidad inmejorable de acercarse a la música de este gran compositor contemporáneo, ya que la Orquesta Sinfónica de Minería, bajo la dirección de Carlos Miguel Prieto, iniciará su programa con la interpretación de Juegos venecianos, una de las partituras más sólidas, interesantes y emblemáticas de la producción de Lutoslawski.