l Negro era el mejor boleador del barrio y llevaba años en la esquina del edificio donde vivía Merengue, ubicado en la ciudad industriosa y comercial de Avellaneda, corazón del proletariado peronista pegado al Gran Buenos Aires.
Digresión cultísima: Martín José de la Serna, primer presidente municipal de Avellaneda (1855), fue un antepasado del Che, y allí nacieron y vivieron personajes como el guerrillero Jorge Masetti (1929-64), fundador de la agencia de noticias cubana Prensa Latina, y la poeta Alejandra Pizarnik (1936-72).
El día en que un golpe cívico militar derrocó a Perón (16 de septiembre de 1955), Merengue tenía cerca de ocho años, y pasó un día feliz… a medias. Mientras en la azotea del edificio los vecinos celebraban con vino, chorizos y empanadas (¡cayó el tirano!
), a la vuelta de su casa, en el conventillo de su amigo Enzo, el aire se cortaba con cuchillo.
Dos o tres años después, un 1º de mayo, Merengue observó desde el balcón la feroz represión de la policía montada contra una columna de trabajadores que marchaban dando vivas a Perón. Gritó: “¡Papá, están golpeando al Negro!” Y el padre, hombre fornido, bajó a la calle y de un puñetazo derribó del caballo al gendarme que sableaba al Negro.
En la comisaría, el jefe de policía, que en el Círculo Universitario jugaba a las cartas con el papá de Merengue, enarcó las cejas:
–Me sorprende, ingeniero. ¿Qué hacía usted mezclado con la chusma peronista? El papá observó: Sólo atiné a defender a un pobre hombre al que su gente castigaba sin piedad
.
De un día para otro, Merengue fue un niño popular. En el barrio, los trabajadores saludaban con efusión al papá (¿por qué todos se volvieron tan amables conmigo?
), y en el conventillo de Enzo le servían doble porción de espagueti.
La rueda del tiempo siguió girando. El día que Sartre rechazó el Nobel de Literatura, Merengue se calzó los guantes del compromiso intelectual
. Aunque sin saber cómo. Sólo le gustaban el jazz y los motores, la filatelia, los deportes y, por sobre todo, vagabundear o matar el tiempo en cafés donde llenaba papelitos con ideas.
Cuando Merengue se acercó a los comunistas, el comentario de su padre lo desconcertó: “Muy bien. Este es un hogar de ‘librepensadores’. Yo no soy comunista, pero conozco a muchos judíos que lo son. Lo prefiero a que sigas alternando con esos fascistas y antisemitas que apoyan a Perón”.
Merengue replicó: ¿Y vos qué? ¿Acaso el otro día no invitaste a comer al jefe del sindicato de la fábrica, uno de los principales líderes del peronismo?
–Tenés razón –respondió el papá–. Pero don Andrés es un buen hombre. Al menos no es antisemita.
En las tertulias de estudiantes, un compañero ducho en marxismo solía criticarle sus desviaciones ideológicas
. Sin idea de Lacan, Merengue devolvía: ¿no será que en el fondo querés cogerte a mi novia?
Y a continuación, explicaba la lucha de clases a través del segundo principio de la termodinámica.
Como aún dependía de sus mayores, Merengue creyó que las ideas de Bakunin lo emanciparían del hogar. Por otro lado, intuía que Lenin y Stalin habían luchado en favor del bien contra el mal, sin medir las consecuencias. Y en el antiguo evangelio anarcotrotskista descubrió la doctrina siperista
: “Tiene razón, compañero. Peeero…”
En tanto, los sociólogos y politólogos trataban de convertir a la juventud en categoría
. No obstante (y hasta hoy), quedaron descolocados con la potente irrupción de una generación de chicos que, como Merengue, optaron por luchar contra las verdaderas fuerzas del mal. Y no, precisamente, con el espíritu del 68
.
La rueda siguió girando. Tras la derrota y el horror, los demócratas provectos ensayaron nuevos sofismas y categorías
que barrían parejo con historiales y quimeras. Durante muchos años, los vientos soplaron en favor de la senilidad: el futuro
sería de los que renegaran del pasado. Hasta que, en 2001, Argentina cayó en el hoyo negro.
Dos años más tarde, las nuevas generaciones empezaron a sentir que el presente debía ser algo más que el mero escamoteo del pasado. Así rescataron uno de los poemas favoritos de Merengue, Muchacho de septiembre
, de Armando Tejada Gómez, que termina así:
“Si me sienten pisar, alta la noche / el territorio de la luna amarga, / si vuelvo como vuelo, amanecido, / a mi parte de madre y de regazo, / no digan ‘ese era...’, como quien dice: ‘toda ceniza ha sido llamarada’, / porque aquí en los naufragios de septiembre, / la vida caudalosa monta guardia”.
En días pasados, vísperas de elecciones primarias, un amigo de Merengue llegó de visita al país. En el trayecto del aeropuerto de Ezeiza a la ciudad, la propaganda en las calles mostraba a peronistas, no peronistas y antiperonistas.
El amigo comentó al taxista: Parece que acá todo gira en torno al peronismo
.
–Perdón… ¿usted no es argentino?
El amigo aclaró: A veces...
El taxista dijo: Yo también. A veces soy peronista
.