ace unos días, mientras conversaban para compartir ideas y renovar la ilusión de llegar a los mejores puertos en este nuevo intento que, como noria, llega cada año, un grupo de jóvenes superponían sus voces al vestirse con sus nuevas camisetas. La número 4 con la que se vestía Cesc Fábregas transmitía el orgullo casi histórico de los nombres de todos aquellos que la habían portado. El 10 que ostentaba la de Leonel Messi refulgía con el dorado que le habían dado brillo los grandes. Así se sumaban las de Gerard Piqué, Sergio Busquets, Andrés Iniesta y todos los antiguos y nuevos del alegre grupo que, al apretarse las manos y abrazarse, reiniciaban un viaje juntos. Todos sus nombres estarán de nuevo en los ojos y las bocas del universo. Vestidos con estas nuevas ropas, podrán estrechar sus cuerpos a amigos y compañeros vestidos de blanco, seguros de vencer. Sólo falta emprender el viaje se dicen unos a otros.
Cuando corrieron a encontrarse enfundados con sus nuevas camisetas, azul y grana una y blanca la otra, dos musculosos cuerpos negros empapados en sudor por la tensión de los músculos, la humedad y los nervios, sintieron y olieron el valor y el miedo que a un tiempo emanaba el otro. Se habían preparado a conciencia cuidando todos los detalles hasta llegar al momento del abrazo. Era la primera vez que lo hacían. Sabían que su juventud daría un giro y su vida cambiaría para siempre al empezar a correr. Con la cercanía de sus cuerpos, sintieron el suyo y el corazón del otro acelerado. Rompieron el abrazo y con inmensas zancadas fueron a alcanzar su futuro. No fue el verde pasto el que acogió sus pies. El agua salada del mar Mediterráneo los recibió y, antes de que perdieran pie, alcanzaron dos gigantescas llantas unidas con una tabla apenas amarrada.
Después de días y noches de navegar con el cuerpo aterido decidieron que el silencio envolviera su cielo. Si hablaban, se decía cada uno, transmitirían al otro la incertidumbre que invitaba a la duda. Comunicándose con la tensión de cada movimiento, trataban de mantenerse con vida a cada instante. Así los encontró una embarcación policial que los llevó a la costa de Cádiz. Así, con su camiseta del Barça y del Real Madrid, abrazados con su mirada, exhaustos, la luz de sus ojos compartida con el orgullo por el valor del otro, aparecieron en la portada de diarios españoles y los conocimos en el universo. Habían logrado no estar entre aquellos que se quedaron a dormir en el mar. No sabemos sus nombres.
Ellos, aún hoy, son los protagonistas de Un séptimo hombre, de John Berger, editado con las fotografías y la complicidad de Jean Mohr, el libro decano, si alguno seminal hubiera, que el próximo año cumple 40 años de iluminar los senderos para tratar de entender la migración de los hombres en el mundo contemporáneo. Un séptimo hombre, ese libro profético que parece estar inspirado en la poesía sobre la vida de aquellos hombres que nos cuenta Seferis en su versión de lo que en Troya pasó: Tantos cuerpos arrojados/ a las fauces del mar, a las fauces de la tierra/ tantas almas/ entregadas como trigo a las muelas de los molinos.
Pero no. No se trata sólo de la poesía en la que a base de pasión, valor y sentimiento los migrantes del mundo convierten a sus vidas. Se trata de una realidad que, después de 40 años, sigue rompiendo lazos de amor, de comunidad y de familia. Se trata de una realidad que, con su filo implacable, sigue infringiendo heridas en el corazón de todos aquellos que, en sus noches, se van a dormir con la esperanza entre los dientes. Son muchos. En 2010 y de acuerdo con los números de agencias de Naciones Unidas se estimaba que el total de migrantes internacionales en el mundo era de 214 millones de personas –15 millones más que en 2005. Y dado que el número estimado de migrantes internos es de 740 millones, eso significa que alrededor de mil millones de personas son migrantes, aproximadamente uno de cada siete habitantes de la población mundial. Un séptimo hombre en 1974, un séptimo hombre en 2010.
Basado en la intuición de su poesía John Berger sigue teniendo razón. La herida en tantos cuerpos permanece. Y para tratar de entenderla y resistirse a ella, un grupo de jóvenes que habita nuestro suelo se reunió en comunidad, cada viernes, y en comunidad tradujo Un séptimo hombre y lo trajo hasta nosotros, con la permanente y cómplice generosidad de John Berger, publicado por sur+ ediciones que, en su nombre, se define en “un juego de palabras y signos que, por un lado revalora el sur social en un mundo dominado por el norte, y por el otro busca contraponerse a una de las acepciones de la palabra francesa surplus: el excedente, lo que sobra, lo que ya no le sirve al sistema”.
Los contemporáneos Odiseos visten camisetas del Barça –y de otro centenar de equipos– movidos quizá por el deseo de mimetizarse en la nueva sociedad a la que llegan a luchar. Son ejemplos a abrazar. Su energía y su mirada renuevan universos. Surcan un mar de selvas, de desiertos y de océanos. Pero no, no son camaleones. Su corazón los hace leones.
Twitter: cesar_moheno