Reprimir, clamor de poderes fácticos
Acallar protestas con el tolete
Desbarre del ombudsman
después ¿qué?
Para acallar la protesta ¿se requerirá que los ciudadanos dejen de circular algunas horas del día?, ¿se habrán de prohibir las reuniones de más de tres?, ¿se dejarán de impartir las materias de educación que puedan construir cualquier reflexión fuera de lo que se dicte desde los aparatos de televisión?, ¿se condenarán, por fin, las protestas multitudinarias o privadas que contravengan las políticas de quienes gobiernen?, ¿y se abrirán, otra vez, las cárceles para la disidencia, con el fin que las reformas pervivan?
Las voces que apremian que la policía reprima a los integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) requieren del silencio y la sumisión para gobernar desde Los Pinos o desde los centros de poder, llamados ahora fácticos, que buscan apoderarse de la organización de la educación pública por medio de alguna de sus fachadas, como la que se hace llamar Mexicanos Primero.
Se diga lo que se diga, el movimiento del magisterio es la gota derramada, la reacción natural a una provocación, no de quienes quieren gobernar, sino de los que pretenden dictar una forma de gobierno que sólo conviene a sus intereses.
Violencia incontrolable, desempleo en aumento, finanzas fallidas, construcción de emporios económicos cada vez más poderosos, clases medias cada vez más dañadas y ejércitos de pobres sin esperanza. Ese es el marco de país que con las llamadas reformas estructurales parece que quieren crear, desde la provocación. El marco ideal para silenciar, tolete en mano, cualquier signo opositor.
Lo que se ha demostrado a lo largo de este año es que no existe un liderazgo político en el país que tenga el respaldo mayoritario de la gente y, por tanto, sus decisiones no están acompañadas del respeto que merecen los pasos firmes que van en beneficio de todo el país.
Entonces, a los hombres del poder sólo se les ocurre una cosa y se apoyan en las voces que olvidaron también de la pluralidad, para hacer creer que la razón son ellos, y aunque sea el grupo de siempre, sólo tiene una sola y monótona voz.
Esa voz que con el engañoso discurso de la modernidad pide la sangre del opositor, como medida ejemplar que impida que la inconformidad cunda, y se cuestionen las formas de gobierno.
Por todo eso, bien entendido es que Miguel Ángel Mancera, a quien se exige sea el carnicero, es mesurado en cada una de las declaraciones que emite respecto del conflicto del magisterio, pero esto no le se salva de las presiones y las amenazas que buscan verlo descarrilado para, entre otras cosas, matar su carrera política, y hasta su nombre, en la historia.
Son días difíciles para el jefe de Gobierno, pero él tiene bien asidas las riendas de la vida política del Distrito Federal, lo que no pasa en el resto del país, y entiende, también, que camina por el filo de navaja, pero hasta el momento con equilibrio perfecto.
No obstante, las declaraciones del ombudsman del DF, Luis González, en su camino a la relección en la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos de la capital, respecto del uso de la fuerza para contrarrestar las acciones de los miembros del magisterio, parecieron abrir la puerta para que desde las oficinas del gobierno se lanzara la amenaza de reprimir.
Las declaraciones del secretario de Gobierno, Héctor Serrano, apoyadas en las de González Placencia, tuvieron el tono que obedecía al cúmulo de presiones que ha recibido la jefatura de Gobierno. No obstante, todo indica que Miguel Ángel Mancera no se ha doblado aún frente a esas presiones.
Hoy son los maestros, mañana, quienes se oponen al robo de todos los tiempos: la venta de los recursos energéticos a la iniciativa privada de aquí y de fuera.
Reprimir, reprimir, reprimir, esa forma de gobierno a la que muchos apelan hoy, ya era parte del pasado ruinoso de nuestra historia, pero a fin de cuentas, si lo que se requiere es encontrar un culpable de todos los males que ahora padece la ciudad, como en la novela negra, para hallarlo sólo se requiere seguir la huella del dinero, nada más.