duardo Nicol (1907-1990), profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, mexicano nacido en Barcelona, está presente este verano caliente. Si Heidegger estaba convencido de que la filosofía es algo intempestivo, que no tiene que ver con circunstancias históricas, que el tiempo más bien depende de ella. O sea, de la relación que con el ser puede establecer la metafísica en sus meditaciones filosóficas. Nicol discutió las teorías historicistas, como lo mostró en sus críticas a Ortega y Gasset, y sus discrepancias con el mismo Heidegger, quien había puesto en circulación el fin de la filosofía (El fin de la filosofía y la tarea de pensar). Pero en El porvenir de la filosofía, Nicol hablaba no sólo del fin de la filosofía y la política y todas las vocaciones llamadas libres (porque no obedecen sólo a la necesidad de subsistencia), se refería a algo más grave: el desequilibrio entre la necesidad y la libertad, es decir, del predominio de lo necesario y de la razón convertida en razón calculadora. La razón de la tecnología, que toma la forma de una fuerza mayor
por quedar al servicio absoluto de la acción humana, como filosofía, el arte e incluso la auténtica política, sino que deja de existir eso que llamamos existencia humana, como lo ha explicado su alumno Juan Manuel Silva.
Este es un problema actual, no del futuro o cuando menos no de un futuro más o menos remoto. Nicol ponía en relación con un asunto antiguo: el compromiso implícito de la filosofía: el de la comprensión de lo que pasa. Los defeños molestos por las manifestaciones ¿qué pasa en el país?, ¿qué pasa con los maestros?, ¿están suspendidos?, ¿quién mueve los hilos?
Para Nicol, la filosofía tiene que renovar esta misión hoy en que la situación es más grave que la de los tiempos de Sócrates y Platón. Por esta gravedad: “…son disonantes en la actualidad unas filosofías tan inactuales, que descuidan la situación del mundo en que ellas mismas se producen, como si implícitamente considerasen que este mundo no sólo es aceptable, sino que es el mejor mundo de los posibles”.
En el parágrafo 26 del libro El porvenir de la filosofía Nicol realiza una meditación de la protesta social, un síndrome de inadaptación que representa salud, por el rechazo de algo que resulta nocivo y nos vence, pues nos oprime sin que podamos hacer nada por eliminarlo. Y frente a esto, ¿qué puede hacer la filosofía, el sicoanálisis? Aplicar un tratamiento (Sócrates hablaba de la terapia del alma) para comprender, iluminar lo que pasa. La inadaptación expresa una preferencia por algo mejor que la actualidad y por esto lleva un signo de salvación. La carencia es impaciente y no elige adecuadamente sus adversarios ni sus modelos. Pero los adversarios no son personas. Para el maestro el mundo presente le parece hostil porque en él, a pesar de las innovaciones se suceden todas en la misma línea: en una línea de coerción progresiva. Privada del derecho de esforzarse por ser original, el maestro se enfrenta con aprensión y renuncia a este mundo sin sueños, sin silencios y sin héroes. De ahí el recelo hacia quienes están adentro y laboran por mantenerlo organizado. Estos, cuanto más se defienden exhibiendo sus obras, peor salen librados, porque es la organización misma, cada vez más ceñida, la que se hizo repelente. Siendo víctimas, aparecen como cómplices, por esa buena intención que también parta ellos es como una resignación reforzada”.
Por los dos lados, pues, frustración e impaciencia, desesperanza y desconfianza y, un permanente no saber qué pasa ni qué se puede y se debe hacer. La filosofía de Nicol, dice Silva, exhibe el síndrome, diagnostica y anuncia el fin que puede representar el ocaso del hombre y sus obras, si el desequilibrio entre libertad y sus obras, si el desequilibrio entre libertad y necesidad, por la razón que sea –de fuerza mayor o menor– persiste. ¿No será este el desequilibrio en un país de jóvenes y últimamente y en especial en la lucha de los maestros?