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Penultimátum

El caso Follieri

A

nne Hathaway y Raffaello Follieri formaron por casi cinco años la pareja más célebre de Hollywood. Ella, una de las actrices más bellas y cotizadas. Él había llegado a Nueva York de su natal Italia en 1973 en busca de nuevos horizontes. Y pronto lo logró: sus 24 años, su amigo y protector, el cardenal Angelo Sodano, entonces secretario de Estado del Vaticano, le encargó administrar las propiedades de la Iglesia católica en Estados Unidos. Pronto ganó fama por sus dispendios y lujosos viajes. Deslumbró a su novia al llevarla a una entrevista con Juan Pablo II.

Gracias a tan importante encargo, los cardenales del vecino país presentaron a Follieri con la crema y nata de los negocios y la política. Desde los Clinton (a los que prometió 30 millones para su organización no gubernamental, que nunca vieron) hasta John McCain, candidato republicano a la presidencia en 2008.

La luna de miel con el Vaticano terminó en 2005 al jubilar Benedicto XVI al poderoso Sodano. Sin embargo, Follieri siguió como si nada extendiendo sus redes exitosamente para captar dinero de varios ricos empresarios y algunos productores de Hollywood hacia negocios inmobiliarios que, decía, tenían la bendición de Roma. Ese dinero lo utilizó para sostener su lujosa vida.

Hasta que en mayo de 2008 fue arrestado en Nueva York acusado de hacerse pasar por el representante del Vaticano, lavar dinero, gastar de manera inapropiada casi 3 millones de dólares y cometer fraude a través de una compañía inmobiliaria supuestamente encargada de adquirir a precios de ganga bienes de la Iglesia, asediada entonces por las denuncias de proteger a curas pedófilos y tener que indemnizar a las víctimas.

Lo condenaron a cuatro años y medio de prisión. “Deshonré –dijo en el tribunal– el nombre de mi familia y avergoncé a la Iglesia que amo. Nunca podré lavar esa mancha y tendré que vivir con ella el resto de mi vida”. Pero su padre, Pasquale, ya había deshonrado a la familia: tuvo que abandonar precipitadamente Nueva York una década antes, al ser condenado en Italia por apropiarse de 300 mil dólares de una compañía de la cual era gerente.

En cuanto a su novia Anne, protagonista de El diablo se viste de Prada, se disculpó públicamente con quienes fueron defraudados y por dejarse llevar por el lujo. Eso evitó que la prensa amarillista se ensañara con ella. Follieri quedó en libertad el año pasado y fue deportado a Italia por ser “persona non grata en suelo estadounidense”. Su permanencia en la cárcel le sirvió para ampliar su educación y mejorar su aspecto físico, según su abogado. La suerte lo persigue: una de las editoriales de la familia Agnelli quiere publicar su historia. No por ejemplar, sino porque mostraría las entrañas del medio artístico y de la clase política y adinerada de Estados Unidos. Y eso vende.