oronto, 7 de septiembre. En una función de prensa e industria a reventar, se estrenó ayer Club sándwich, tercer largometraje de Fernando Eimbcke.
Es la historia más sencilla que ha narrado el cineasta a la fecha –una madre vacaciona con su hijo adolescente en un desolado hotel playero, cuando este se enamora de una chica– pero su modestia es su mayor virtud.
Por suerte, Eimbcke ha dejado el manierismo que asomaba en la anterior Lake Tahoe (2008) y ahora se limita a filmar a sus personajes con su habitual gusto por la composición simétrica. Desde luego, los diálogos son parcos y lacónicos, pues es parte de su estilo. Si bien los jóvenes Danae Reynaud y Lucio Giménez Cacho Goded encuentran en ese laconismo un refugio para su falta de experiencia, es María Renée Prudencio la que proporciona su pulso al relato con su vivaz encarnación de una señora buena onda (escucha a Prince, tiene una arracada en una ceja), que reconoce cuándo su hijo ha dejado de ser su cachorro y ha empezado a seguir sus instintos naturales. El multitudinario público reaccionó bien a la sincera simpatía de Club sándwich.
Otra relación cercana entre madre e hijo adolescente es explorada en Labor Day, quinto largometraje de Jason Reitman y primera vez que sale del género de la comedia irónica para adentrarse en el melodrama. Basada en la novela de Joyce Maynard, la historia es como la fantasía febril de cualquier señora que se sienta abandonada por su marido. La divorciada Adele (Kate Winslet) y su hijo Henry (Gattlin Griffith) son secuestrados en su hogar por el convicto fugitivo Frank (Josh Brolin), que cumplía una larga condena por asesinato. Lejos de ser una amenaza, el criminal resulta ser un tipazo, experto en hacer reparaciones domésticas, cocinar pays de durazno y, en general, funcionar como una mejor figura paterna para Henry, cuyo verdadero padre (Clark Gregg) es un gringote nerd. Desde luego, el apasionado enamoramiento entre Adele y Frank se da antes de que se pueda decir Los puentes de Madison, su influencia más evidente.
Reitman conduce con sutileza y habilidad un argumento tan expuesto a parecer cursi. Sólo la machachona música de Rolfe Kent delata esa cualidad, mientras una sucesión de finales se esmera en darnos lo que podría calificarse de un final feliz, cuando ya el (la) espectador(a) ha agotado su dotación de kleenex.
Por su parte, el quebequense Denis Villeneuve ha debutado en Hollywood con Prisoners, un truculento pero eficaz thriller sobre la desaparición de dos niñas, hijas respectivas de dos familias amigas de un pequeño poblado de Pennsylvania. El padre de una de ellas (Hugh Jackman, más rabioso que Wolverine) se pone frenético en su propia búsqueda del culpable y secuestra y tortura a un joven débil mental (Paul Dano), su principal sospechoso. La investigación oficial corre a cargo de un recio policía (Jake Gyllenhaal), que no ha perdido uno solo de sus casos.
Con dos horas y media de duración, la película mantiene en alto su tensión dramática, una habilidad narrativa que Villeneuve ya había mostrado en su anterior vinta La mujer que cantaba (2010). Expertamente fotografiada por Roger Deakins, debe tratarse del thriller transcurrido bajo el clima más inclemente, pues buena parte de la acción se lleva a cabo en medio de aguaceros y nevadas, factor que añade a la sensación de amenaza y misterio.
Aunque todavía no se proyectado en Toronto, hoy se anunció que White Lies, la película de la mexicana Dana Rotberg, fue seleccionada para ser la aspirante neozelandesa a una candidatura al Óscar, en la categoría de mejor película de lengua extranjera.
Twitter: @walyder