ue hace muchos años que me topé con un proverbio que explica que mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, harán pequeñas cosas que transformarán el mundo
. Y entonces me pareció que clarificaba muchas cosas, pero no intuí cuántas certezas guardaba ahora que, como dice Frei Betto, no vivimos una época de cambios, sino un cambio de época.
Porque explica, y eso cuento en estos relatos, que son los seres vivos más pequeños –como aquellos primeros organismos unicelulares que hace millones de años aparecieron en el agua y en la tierra de un planeta rocoso y estéril y que en su muerte y putrefacción fueron engendrando el humus, la fina capa de tierra fértil que dio el sustento a la vida– quienes en su lucha y hacer atesoran la clave de la vida. Hasta el diccionario lo sabía, la humanidad depende de volver al humus a la tierra.
El proverbio que se hizo profecía
Mucha gente pequeña,
en muchos lugares pequeños,
cultivarán pequeños huertos…
que alimentarán al mundo.
Dolores, Lola, Lolita
Lolita, tan chiquita, es la portavoz del Consejo de Pueblos K’iche’ representando a 87 comunidades maya. Su defensa de la Tierra y el territorio es tan peligrosa para los negocios de las multinacionales de la minería y las represas que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se decidió a ponerle protección.
Lolita cuenta que mujeres como ella hacen una, dos, tres y cuatro jornadas en un mismo día, mientras los hombres apenas hacen nada.
En la primera jornada ejerce de Lola, saliendo al campo, trabajando en la milpa y con los animales. Mamá Lola, en segunda y larga jornada, asume las tareas para una familia de muchos a quien dar de comer, cuidar, lavar, etc. En la tercera jornada la llaman Lolita –la compañera Lolita– cuando, reunida en asambleas y encuentros con compañeros y compañeras, conspiran frente a quienes vienen para destruir.
–Y la cuarta, Lolita, ¿cuál es la cuarta?
Y Lolita cambia su sonrisa instalada durante toda la conversación por una mueca que sabe a dolor.
–En las asambleas, donde poco a poco se pierde la vergüenza y se gana valor, emanan nuestras preocupaciones y sueños. Ahí hemos hablado de la cuarta jornada que muchas de nosotras tenemos que hacer, cuando al llegar la noche, casi a diario, en la cama espera un extraño que exige sexo sin amor, sin más.
–Contra esa propiedad –ahora es Dolores quien habla– también vamos a luchar.
La Maga
Le correspondió el tercer turno entre los ponentes de las jornadas. Puso la mano en el bolsillo izquierdo de su falda, que arrastraba por el suelo, y sacó una palabra que escribió en la pizarra: BILGE. Levantó el sombrero de flores que llevaba y, ¡oh!, otra palabra vio la luz: KÖYLÜ. Por último, sopló suavemente el aire y se revolvió en sí misma componiendo la tercera palabra: TARIMI.
Nadie de aquel grupo de activistas de la sala entendía el turco, y ella les explicó.
–Escuché cómo les costaba a ustedes ponerse de acuerdo para definir el concepto de agroecología
, pues es difícil en una palabra recoger cómo una agricultura es capaz de producir alimentos a la vez que es medio de vida del campesinado y parte del planeta. Así lo decimos en mi país, Bilge köylü tarimi: la agricultura que se hace con la sabiduría de las ancianas.
Gustavo Duch Guillot.
Relatos del libro Mucha gente pequeña.