n la elegancia de la escritura de Octavio Paz, nada hay que me guste tanto como la apacible claridad de su pensamiento, estética inalcanzable que promueve el vuelo de la imaginación, el diálogo y la meditación. Sobre todo en épocas agitadas como la que vivimos, en que los ánimos, se encienden.
Así en Alba o crepúsculo, se pregunta: ¿Seremos capaces de convivir en una democracia abierta con todos sus riesgos y limitaciones? y contesta: “El pluralismo es relativismo, y el relativismo es tolerancia. En las democracias modernas no hay verdades absolutas, ni partidos depositarios de esas verdades. Las absolutas pertenecen a la vida privada: Son del dominio de las creencias religiosas, o de las convicciones filosóficas. En las sociedades abiertas las derrotas son provisionales y las victorias relativas.
“Este relativismo, agrega el poeta, contradice nuestra tradición política, por partida doble. En nuestra historia ni los vencedores ni los vencidos aceptan nunca que sus triunfos y derrotas eran relativos y provisionales. Todo o nada
, es nuestro lema. Fórmula más religiosa que política. Los vencedores nunca comparten el poder con los perdedores
.
Fórmula más que religiosa o política, sicopatológica; y es que los mecanismos que forman los engranes de la democracia son por desgracia muy delicados y requieren de mucha salud mental colectiva, porque son relativamente fáciles de burlar. Las elecciones, parte medular de las democracias, dependen de múltiples y variadas condiciones que se han de adaptar a reglas fijas, para asumir la transmisión del voto popular armoniosamente.
En nuestro país, esta transmisión resulta difícil, debido a nuestras desigualdades educativas y sociales, amén de las geográficas y las sicopatológicas. Estas últimas definidas por nuestras grandes pérdidas, nos provocaron neurosis traumáticas colectivas que se agravan cada año con ciclones, huracanes, etcétera, que dejan desolación y muerte en los más lastimados. Patología que nos lleva una y otra vez a idealizar un país grandioso, como máscara de nuestra carencia, expresada y simbolizada, en la población de marginados a punto de la hambruna y sus consecuencias mentales: graves detenciones del desarrollo sicológico por secuelas de traumas graves, que arrastramos desde la conquista para seguir con la pérdida del territorio. La vida en la Revolución, y hoy, ¿con el petróleo?, o bien las de hijos y bienes personales o familias que nos dan una sintomatología especial: la del Todo o nada
, que dice Octavio Paz. Vida desordenada que se da entre chistes y transas, deudas y cachondeos, manías y depresiones, en todas las áreas de nuestro acontecer, sea familiar, sexual, social, laboral o institucional y que repercuten lo mismo en lo económico y lo poblacional que en lo epidemiológico y lo político.
Nuestra neurosis traumática, expresada en el Todo o nada
, narcisismo individual y colectivo, es anterior a la teórica expresión del voto, donde, por supuesto, se repiten los componentes traumáticos. Sólo una educación adecuada y masiva, gradual, nos llevará a la elaboración de los múltiples duelos que llevamos como panteones ambulantes: lo cual es lo contrario de las decenas de planes de estudio, uno nuevo o más por cada gobierno, expresión de las pérdidas, de nuestra sicología traumatizada, sin constancia de objetos (clave del desarrollo sicológico
), armonioso, incompatible con la democracia vivida como un ideal, fuera de la realidad.
Esto no quiere decir que no se deba luchar por la democracia, sino lo contrario. La lucha se debiera dar empezando por ubicar los problemas, como hace Paz, para darles solución, desidealizándolos, como forma de exorcizar demonios. La idealización es lo opuesto a una verdadera relación, y siempre encubre persecuciones expresadas en lo que, creo, es el afecto más significativo hoy día: la desconfianza, que tiene su origen en las mil formas de abandono.
Octavio Paz, genial, claro, centra la pregunta del momento. ¿Podemos abdicar del Todo o nada
?