El lugar no se puede ir al infierno, está en él
, dicen
Domingo 22 de septiembre de 2013, p. 23
Damasco, 21 de septiembre.
Jaled Ersksusi planea salir de Siria. El secretario general en Damasco de la Media Luna Roja –22 de cuyos voluntarios han perecido este año– fue despedido esta semana de su empleo fijo en una compañía de telecomunicaciones de la ciudad, probablemente porque pasa mucho tiempo en trabajo humanitario.
La Media Luna Roja no puede igualarle el salario que tenía. Además, el dinero de los donadores se agota, y ya otros países empiezan a llevarse voluntarios talentosos. ¿Y quién quiere pasarse el tiempo rellenando bolsas con cadáveres de tres días y negociando hasta con 12 grupos diferentes en las líneas de combate?
Parece que ya no fluye dinero de los donadores, dice Jaled. Todos nuestros compañeros sufren. La política se lleva el primer plano. ¿Se dio cuenta, cuando ocurrió el tema químico (sic), que en el Consejo de Seguridad de la ONU la primera decisión fue ir a investigar? Pero, ¿y el lado médico? Eso muestra qué es lo importante: encuentren al culpable, la víctima es lo de menos.
Erskusi no es fácil de desengañar: los inspectores de la ONU no fueron enviados para señalar culpables, pero su argumento es bastante lógico. Señalar culpables recibe más crédito que entender la tragedia en la que trabajan los compañeros de Erskusi.
Por ejemplo, recoger cadáveres, la mayoría de soldados muertos por los rebeldes –por docenas–, a los que llevan a casa de tres en tres. A veces (los insurgentes) juegan sucio. No hace mucho tiempo fuimos a recoger los cuerpos de tres soldados. Pero en el último nuestra gente sintió que algo andaba mal; parecían tener cables conectados. Los dejamos donde estaban. Ahora hemos exigido que todos los cuerpos por transferir sean examinados antes de sacarlos. Los dos bandos deben retirar cualquier cosa que tengan los cuerpos, incluso municiones. No quiero encontrarme una granada de mano en una ambulancia.
A últimas fechas la Media Luna Roja ha estado llevando en ferri comida cocinada al infierno de la prisión de Alepo, vasto complejo en poder del gobierno y custodiado por guardias, pero completamente rodeado de rebeldes, en el que cientos de presos –delincuentes comunes, detenidos provisionales y enemigos insurgentes del gobierno– viven en condiciones de suciedad e insalubridad, y bajo fuego de artillería. “Logramos contactar a docenas de prisioneros que oficialmente habían cumplido su sentencia y sólo necesitaban salir con seguridad. Pero la primera vez que fuimos, uno de los grupos rebeldes disparó una granada a uno de nuestros vehículos. No dio en el blanco. Todo estaba acordado con los grupos, pero los de éste nos dijeron: ‘Estamos molestos porque no hablaron con nosotros.’ ‘Está bien –les dijimos–, la próxima vez lo haremos, nada más no disparen.’ Pero después los insurgentes hirieron a un voluntario y mataron a un juez del gobierno que estaba con nosotros.
“La vez pasada un equipo nuestro en Deir el-Zour estuvo detenido siete horas por fuerzas de al-Nusra. Estábamos con un equipo de la Cruz Roja Internacional y los de Jabhat a-Nusra odian lo que llaman la maldita Cruz Roja. Les dijimos: ‘Bueno, ustedes han comido alimentos de la Cruz Roja y no les ha importado mucho’”.
Ahora la Media Luna Roja puede proporcionar víveres incluso a Raqaa, en poder de los rebeldes, pero no al centro de Alepo, que lleva un mes bajo sitio. Para sacar cuerpos se necesitan días enteros de negociaciones entre el gobierno y las fuerzas rebeldes. “Por lo regular tardan dos o tres días. Los rebeldes generalmente conocen los nombres de los soldados que han matado. El trato se hace entre ellos en el frente; nos usan como mediadores para cruzar las líneas y sacar los cadáveres. Cuando han llegado a un acuerdo, nos ponemos en contacto con ambos bandos para asegurarnos de que todo esté correcto. A menudo es un canje de víveres por cuerpos. Los ponemos en bolsas de plástico. A veces los cuerpos se quedan en el lugar donde cayeron –la mayoría por disparos–, pero la vez pasada en Deraya (suburbio de Damasco), los rebeldes los llevaron del lugar donde murieron a una casa cercana y allí nos los dieron.”
Los dos voluntarios de la Media Luna Roja que perecieron en fecha más reciente fueron en Homs, hace dos meses, cuando un proyectil de obús cayó frente al local de la institución. La guerra los alcanzó.
Jaled Erskusi habla con gran cautela de algunos elementos del trabajo de la Media Luna Roja. Puedo ver por qué. Más de 15 voluntarios siguen prisioneros del régimen. El problema de qué es legal en la guerra y qué no lo es sigue siendo muy serio.
“El gobierno siempre considera una victoria hallar un hospital improvisado –porque por lo regular se instalan para atender a insurgentes heridos que no pueden acudir a uno del gobierno–, pero eso contradice el principio de que se debe dar asistencia médica a todas las víctimas.”
Erskusi cree que los combates en los alrededores de Damasco se han vuelto más feroces, pero “no se puede ganar con la fuerza; esa idea está en ambos bandos ahora. Lo que les impide detenerse es el ego. No es que sean iguales. Aun si el gobierno piensa que combate terroristas o al ‘mal’, uno sigue siendo responsable por los civiles. Pero a menos que se cierre la llave –armas o dinero–, esto continuará por siempre. No puedo decir que este lugar se va ir al infierno… porque ya está en él”.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya