Opinión
Ver día anteriorDomingo 29 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El enemigo de mi enemigo no es por fuerza mi amigo
L

a vieja idea de que el enemigo de mi enemigo es mi aliado, si no mi amigo, tiene una vida tan persistente como la otra idea igualmente nefasta de que en nombre de la lucha contra el enemigo principal habría que tolerar los peores crímenes del aliado o del enemigo secundario. La gente que piensa en naciones y no en los diversos sectores en pugna que las componen, y menos aún en los trabajadores que en ellas son las víctimas de sus gobernantes, no puede entender que es esencial diferenciar y separar a los estadunidenses oponiendo explotadores y explotados y quitarles a los agentes del gran capital todos los justificativos posibles para hacer su política belicista. Por consiguiente, al sostener la aberración de que Bashar Assad representa al pueblo sirio y al ocultar su dictadura, quienes piensan solamente en blanco y negro y ven sólo dos campos desarman la oposición interna a Obama y permiten que éste hable en nombre de la democracia, No hay solamente dos opciones –el imperialismo, en todas sus variantes, y la nación agredida, supuestamente representada por su gobierno, aunque éste sea criminal–: hay, por el contrario, una tercera opción, antimperialista y al mismo tiempo antidictatorial y socialista.

La extrema derecha europea, incluidos los neonazis griegos, se opone hoy a Estados Unidos: ¿es por eso aliada de los antimperialistas? Los militares nacionalistas argentinos, entre ellos Perón, que por odio al imperialismo inglés deseaban el triunfo del nazifascismo, ¿tenían acaso razón al querer cambiar un yugo por otro aún peor? Quienes conocían los innumerables crímenes de Stalin pero los escondían para no dar armas al enemigo (que los conocía perfectamente y los utilizaba o incluso alababa), ¿a quién reforzaron? En nombre del antimperialismo, ¿era forzoso declarar que Siad Barre, dictador de Somalia, era un gran marxista, o hacer lo mismo con los dictadores militares de Etiopía y opresores de los eritreos, o con Leonid Brezhnev, que fomentó la mafia en la Unión Soviética, o apoyar a los dictadores argentinos durante la guerra por las Malvinas?

La defensa del gobierno de Sad­dam Hussein, asesino y agente de Washington mientras a éste le convino, ¿no debilitó acaso la oposición a la guerra en Irak y no favoreció la creación de enfrentamientos interreligiosos que anteriormente no existían? ¿Poner un signo de igual entre Muammar Kaddafi, la soberanía de Libia y todo el pueblo de ese país, además de cubrir de oprobio a los que hicieron esa grosera amalgama no facilitó la tarea de los diversos imperialismos y del extremismo islámico salafista?

Ahora, gracias a la presión de los pueblos (en Inglaterra, Francia, Estados Unidos), los gobiernos imperialistas han tenido que aceptar, transitoriamente, una solución negociada al problema del desarrollo nuclear de Irán y una solución política a la guerra en Siria. Toda la política regional del belicista régimen de Tel Aviv se tambalea; es de suponer, por lo tanto, que Israel hará todas las provocaciones que pueda para empujar la situación nuevamente hacia una guerra de las grandes potencias contra sus enemigos. La solución política en Siria, a su vez, implica una negociación entre la oposición burguesa democrática moderada y los nacionalistas, por un lado, y la dictadura de Assad, por el otro, dejando en segundo plano a los salafistas y a los agentes franco-estadunidenses y permitiendo que el ejército estatal, aprovechando su dominio del aire y su artillería pesada, los derrote. Por supuesto, Turquía y las monarquías árabes, más los sectores más aventureros de Estados Unidos, intentarán sabotear ese acuerdo.

Recordemos que la dictadura de la dinastía Assad asesinó a miles de palestinos en el Octubre negro, en los años 70, participó en la primera Guerra del Golfo contra Irak, mató a miles de ciudadanos sirios en Homs en los 80, torturó y asesinó a los opositores de todas las tendencias y fomentó el conflicto interétnico. No es representante del pueblo sirio sino de una camarilla, no es nacionalista ni de izquierda, aunque tenga a su servicio a los ex comunistas estalinistas y ahora el imperialismo lo ataque.

La oposición, a su vez, está lejos de ser una sola. La primera oposición masiva, que hizo manifestaciones y eligió comités populares, que estalló cuando los egipcios derribaron a Hosni Mubarak, fue sangrientamente aplastada. Pero muchos oficiales y soldados nacionalistas árabes o musulmanes moderados al estilo de los Hermanos Musulmanes egipcios formaron el Ejército Sirio de Liberación, que combate a la vez contra Assad y contra los agentes de Qatar y de Estados Unidos y Francia. Éstos, en el Frente Islámico de Liberación Sirio, están financiados y armados por esos países y por Turquía, pero no están unidos al salafista Frente Islámico Sirio ni a las brigadas jihadistas de Al Nusra, ligadas a Al Qaeda, que cuentan con gran número de mercenarios extranjeros y luchan por un Estado islámico en todo Medio Oriente (una especie de nuevo califato) y, por lo tanto, aunque reciben ayuda extranjera, no cuentan con la confianza del imperialismo. Por último, los kurdos, siempre reprimidos por Assad y por Turquía, con sus Unidades de Protección Popular junto a la frontera norte, combaten tanto contra el ejército como contra los salafistas. El apoyo de una parte de quienes se dicen de izquierda a Assad une a todos esos grupos mientras que la oposición al imperialismo y al régimen los diferenciaría.

Si se desea una solución pacífica, hay que reconocer, por lo tanto, las diferentes oposiciones, al igual que las motivaciones de las minorías cristiana, alauita o de los que no apoyan a Assad pero no quieren que Siria sea nuevamente una colonia. Una solución política exige hacer política, luchar por la paz, por elecciones libres y, sobre todo, tener y defender una plena independencia del imperialismo y de la dictadura.