as reformas
no son lo que pretenden ser. Para esconder su carácter y vencer a quienes las resisten se han montado como campañas de propaganda, más que como actos de gobierno. Mientras la atención pública se ve atrapada en ese juego mediático, avanza sigilosamente la más grave y dañina de las supuestas reformas: el despojo alimentario, la liquidación de nuestro maíz y de la cultura que nos permite seguir siendo quienes somos.
No se reforma la educación, el sector energético y la hacienda pública. Se despoja al magisterio de algunos de sus derechos y se aumenta el control burocrático de la educación para seguir desmantelándola; se despoja al país de una parte de la renta petrolera y del control de sus recursos energéticos, para seguir desmantelando Pemex, y se ajusta el régimen fiscal para aumentar marginalmente la recaudación sin tocar los problemas estructurales de la hacienda pública. Todo ello, es claro, al servicio de unos cuantos.
La política anticampesina adoptada por el gobierno a partir de la posguerra está llegando a su extremo. La convicción invariable de las élites es que el país no podrá modernizarse cabalmente mientras tantos campesinos e indígenas permanezcan en el campo. Hay que expulsarlos de ahí. Esta política insensata, que utiliza los cimientos para construir el techo, ha causado inmensos daños. Una de sus expresiones más graves es la política orientada a socavar la cultura maicera en todos sus aspectos.
Se prepara actualmente el golpe final, aún más grave que el de 1992, cuando se reformó el artículo 27 para lanzar el ejido al mercado de tierra. Las autoridades están a punto de aprobar permisos para cultivar maíz transgénico en dos y medio millones de hectáreas. Podemos dejar aquí de lado el intenso debate sobre el daño intrínseco de ese tipo de maíz. Lo que más importa es la catástrofe que provocará. Esas siembras contaminarían al menos 5 millones de hectáreas en que sólo pueden prosperar los maíces criollos adaptados a diversos nichos ecológicos a través de milenios de selección. Al extenderse en ellos el transgénico, dejaría de ser posible producir ahí maíz. El transgénico se cultivará en la agricultura comercial y en zonas apropiadas, pero no tiene las cualidades de los maíces criollos para aquellos nichos.
Al hacerse imposible sembrar maíz en esos millones de hectáreas, los campesinos se verían obligados a abandonarlas. Se revela así la razón de la maniobra. Podría realizarse más fluidamente el despojo de tierras que se ha estado intentando mediante concesiones y encuentra creciente resistencia.
Silvia Ribeiro mostró hace unos días, en estas páginas, la importancia de los campesinos ( La Jornada, 21/9/13). Hizo ver que la cadena industrial de alimentos controla 70 por ciento de la tierra, el agua y los insumos agrícolas, pero lo que producen sólo llega a 30 por ciento de la población mundial. El restante 70 por ciento se alimenta de lo que producen los campesinos.
Víctor Quintana, por su parte, mostró que las acciones actuales intentan poner el cultivo del maíz bajo control de las trasnacionales y en particular de Monsanto ( La Jornada, 27/9/13). La empresa enfrenta crecientes dificultades en Estados Unidos, por un movimiento ciudadano cada vez más consciente de lo que su operación significa. El día de hoy, probablemente, se dejará morir en el Senado la ley de protección de Monsanto
, introducida de trasmano en marzo. Por eso la empresa intensifica sus acciones en países como México, donde encuentra autoridades complacientes.
Hace 10 años, la gravedad de los daños causados por la política oficial impulsó la campaña Sin maíz no hay país que perdura hasta hoy. Ha contribuido a profundizar la conciencia de las consecuencias de esa política para el país, que se manifestó con claridad el día de ayer al celebrarse el Día Nacional del Maíz. Igualmente, se profundiza en todas partes la conciencia de lo que significa la amenaza de los transgénicos. Mientras se extiende paulatinamente por el mundo la prohibición de su empleo, el gobierno mexicano se muestra decidido a impulsarlo.
Tiene sentido, sin duda, expresar rechazo radical a las disposiciones que se presentan como reformas
y prometen lo contrario de lo que realmente provocan. Pero no se está dando suficiente importancia al caso del maíz y los campesinos. En último término, así fuese con muchas dificultades, podríamos vivir sin petróleo y sin educación. Pero no podemos vivir sin comida. Si se sigue destruyendo nuestra capacidad de producirla se habría creado irresponsablemente la peor de las dependencias, la del estómago, lo que es una amenaza real, casi cumplida, contra la que es indispensable reaccionar.